Mexicanos estudian a mayor edad cada vez… ¡de casi 30 y hasta más de 90!

La edad no es un impedimento para que algunos mexicanos, mayores de 30 años, se decidan a realizar estudios universitarios

Carlos Reséndiz ingreso a una licenciatura después de los 40 años.

Carlos Reséndiz ingreso a una licenciatura después de los 40 años. Crédito: Carlos Reséndiz | Cortesía

MEXICO.- ¿Qué tanto son cuarenta años para saber qué se quiere estudiar? Lo suficiente para dejar una licenciatura en administración de empresas trunca, en el séptimo semestre; para reconocer que no se quiere estar detrás de un escritorio en la Secretaría de Hacienda, vigilando impuestos, rastreando deudores; para saber que, en una alberca, en un gimnasio, en la salud y el deporte hay algo más: pasión.

Por eso Carlos Alberto Reséndiz estudia ahora el segundo cuatrimestre de la licenciatura en educación nutricional deportiva en el Instituto Superior de Ciencias Empresariales. “Esa ha sido mi vida, ahora busco el aval oficial”

cuenta en entrevista con este diario.

Este queretano de 42 años es una muestra de la tendencia que en los últimos años registra un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM):  la mayoría de los alumnos que se inscriben para estudiar una carrera a nivel licenciatura tienen 26 años o más. 

Las estadísticas de la UNAM, que son una muestra nacional,  detallan que a partir de 2016 hubo un incremento anual de más de 8,855 alumnos de nuevo ingreso que son mayores de 26 años. Esto colocó a los estudiantes mayores por arriba de los jóvenes de 17 años que ingresan a estudios superiores. Esto significa que de los más de 36,000 jóvenes que entran a dicha universidad anualmente el  24% supera el cuarto de siglo y una cuarta parte del total de la matrícula. 

Aún no existe un análisis a profundidad sobre las razones del incremento de la edad, pero Fidel Zorrilla, profesor del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM, considera que esta situación podría explicarse por varias razones. 

Se infiere que muchos hayan intentado ingresar varias veces o que previamente se han dedicado a otras cosas; que no quieren o no pueden ir a una institución privada o se pusieron a trabajar, estudiar otra cosa, prepararse para el examen, criar a niños pequeños o hacer varias cosas a la vez o incluso no hacer nada”.

Menos prejuicios

Carlos Alberto fue a los 18 años un alumno normal que ingresó a la Universidad Autónoma de Querétaro a estudiar administración de empresas. Poco después tuvo la inquietud de vivir solo y para costear el departamento que compartía con algunos amigos se metió a trabajar al gimnasio de la Acuática Nelson Vargas, uno de los centros fitness más popular del país. Ahí conoció al supervisor, un atleta que había sido entrenador en el deportivo de Las Aguilas y del Necaxa.

“Era muy bueno en lo que hacía y una persona muy amable que me motivó mucho”, detalla.

Cuando el supervisor se cambió de trabajo, lo dejó en su lugar. Para ese tiempo, Carlos Alberto se encontraba ya en el sexto semestre y tenía que hacer una estadía en el Servicio de Administración Tributaria (SAT). Así descubrió que estar frente a una computadora todo el día no era lo suyo. “Además yo ya ganaba bien, más de lo que iba a ganar cuando fuera pasante de Administración de empresas”.

Por eso se quedó en el séptimo semestre. Después fue coordinador deportivo de Sport City en Querétaro y ahí siguió mucho tiempo hasta que en la pandemia decidió abrir su propio consultorio deportivo. Así se dio cuenta de que, como autónomo necesitaba un respaldo oficial, más recursos pedagógicos y se puso a buscar escuelas. Encontró la licenciatura en educación nutricional y una más técnica: rehabilitación física. Estudia las dos.

El fin es hacer una clínica para tratar trastornos de obesidad con su pareja que es nutrióloga y los hijos de ella, uno oncólogo y otro especialista en traumatología y ortopedia. Encontró  su camino. 

Tendencias

En los últimos años, las historias de muchos famosos que cambiaron de rumbo ya en la madurez han salido a la luz para animar a muchos otros a “no tener miedo” ni a la edad ni a los cambios.  

Entre ellos, destaca John Glenn, conocido por convertirse en el primer astronauta estadounidense en orbitar la Tierra en 1962. Pero 12 años después, a los 53 años, se convirtió en senador de los Estados Unidos en Ohio, cargo que ocupó durante 24 años y luego regresó al espacio en 1998 en una misión de nueve días a bordo del transbordador espacial Discovery.

Jeff Bezos tuvo una carrera lucrativa en informática en Wall Street y asumió altos cargos en varias firmas financieras antes de pasar al mundo del comercio electrónico y lanzar Amazon a los 31 años. Julia Child trabajó en publicidad, medios de comunicación e inteligencia secreta antes de escribir su primer libro de cocina cuando tenía 50 años, y comenzó su carrera como chef famosa en 1961.

La tendencia es mundial. En EE.UU., por ejemplo, la matrícula universitaria para personas de 25 años o más aumentó un 41% de 2000 a 2011, según el centro estadounidense nacional de estadísticas sobre educación. Estos “estudiantes maduros” representan uno de cuada cuatro estudiantes universitarios en este país.

En México, diversas universidades han dado a conocer en el último lustro las historias de adultos mayores que logran graduarse en la universidad, incluso de más de 90 años, como el caso de María Josefina Cruz, una abuelita de 93 años, que en octubre pasado se graduó como licenciada en Administración de Empresas.

El día de su graduación, la abuelita estuvo acompañada por sus hijas, nietas, bisnietas y una tataranieta, portando su toga, birrete y una enorme sonrisa de satisfacción por haber concluido sus estudios que retomó en 2017 con el bachillerato y no interrumpió ni siquiera por la pandemia cuando tuvo que aprender a usar el zoom.

Felipe Espinosa, graduado en la BUAP. Foto: BUAP .

Este año en Puebla,  Felipe Espinosa  defendió su tesis en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y obtuvo su título como ingeniero, a los 85 años de edad. Ahora, el adulto mayor está estudiando inglés y se prepara para ingresar a una maestría. Para pagar sus estudios universitarios, se dedicó a vender cada viernes ajíes y paltas en un mercado de Puebla. “Yo he trabajado también como albañil, de todo, sé también de mecánica porque manejaba; yo nunca me he quedado en la carretera, nunca de los nunca”, dijo. “¿Por qué no cambiar para algo mejor ahora?

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