“Los policías de a pie en México nos jugamos la vida por hambre y miedo”

¿Por qué una persona quiere ser agente raso del orden en tiempos de los cárteles?

“Los policías de a pie en México nos jugamos la vida por hambre y miedo”

Del 1 de diciembre de 2018 y hasta el 2022 se registraron 1,849 policías asesinados en México. Crédito: ULISES RUIZ | Getty Images

MÉXICO- Cuando se le pregunta a Rodolfo Suárez por qué un policía puede resistir siete años en la ciudad más sangrienta del país, entre cárteles rivales y jefes corruptos; como testigos impotente de la muerte de sus compañeros y amigos y pagando sus propios uniformes y las llantas para sus propios vehículos, responde:

“Es la necesidad económica y el miedo a la discriminación que sufres cuando dejas de ser policía: nadie te quiere contratar”. 

Este juarense de 40 años, cuyo nombre real se reserva porque fue víctima de dos atentados, es uno de los sobrevivientes de la cruel batalla de las organizaciones criminales entre sí frente a un gobierno corrompido hasta sus cimientos como ocurrió en Chihuahua durante la época del es fiscal Genaro García Luna, hoy preso en Estados Unidos por asociación con el cártel de Sinaloa.

Desde ese entonces a la actualidad la suerte oscura de Ciudad Juárez se extendió y multiplicó a otras entidades del país con la misma fórmula que atenaza a todos los policías de pie: poco dinero, muchos intereses en las multimillonarias organizaciones criminales y mucha ruindad.

Por ejemplo, en los últimos tiempos policías estatales de Zacatecas protestaron contra la falta de un seguro de vida y en exigencia de mejores condiciones laborales o uniformados de Puebla salieron a las calles en julio pasado a protestar porque les deben medio año de salarios; en Oaxaca, estatales denunciaron despidos injustificados y armamento inservible…

Del 1 de diciembre de 2018 y hasta el 2022 se registraron 1,849 policías asesinados en México (reconocidos oficialmente) y entre enero y abril del año en curso sumaron 112 más. ¿Por qué actualmente alguien querría ser policía? 

De hecho, pocos quieren: en los últimos años múltiples municipios se han quedado sin cuerpos del orden ante las renuncias masivas o convocatorias vacantes.

Rodolfo Suárez recuerda que se lo pensó mucho antes de decidirse a ir a pedir empleo a la policía de Chihuahua a pesar de que el gobierno lanzaba sendas campañas para atraer reclutas. “No se lo conté a mi familia hasta que estaba dentro”.

Jamás le hubiera pasado por la cabeza inscribirse a la academia de policía. “Era como un sinónimo de suicidio”, pero no conseguía trabajo en ningún lado después de graduarse como contador, no tenía palancas (conocidos influyentes), era el primer licenciado de la familia, y no le quedó de otra.

“Tenía dos hijos pequeños y una casa que sustentar”, describe en entrevista con este diario.

CONTRA LA DIGNIDAD

El testimonio de Rodolfo Suárez sobre su paso por la policía mexicana es un compendio de agravios que no se limitan a las balaceras y bombazos, quemazones y uniformados muertos en las calles, sino que son ataques a la dignidad humana.

Hasta el 2012, cuando se puso por primera vez el uniforme, él había tenido cierto orgullo por las fuerzas del orden a las que había pertenecido su abuelo, pero cuando vivió en carne propia lo que significa ser policía en estos tiempos le dio vergüenza. 

En el México actual todos los criminales quieren a la policía en el bolsillo y si ésta se pone de un lado se le van encima los otros. Así en Ciudad Juárez: “Si tu mando apoyaba a un grupo, tú, sin querer, eras parte de ese grupo”.

Por otro lado, aunque el estado reciba dinero para capacitar, mantener y mejorar las corporaciones, el dinero se lo quedan los jefes en una cadena de desvío de dinero que llega muchas veces hasta el gobernador en turno y a los policías de más bajo nivel les hacen pagar casi todo: ropa, patrullas, chalecos, cartuchos, balas y equipo táctico”. 

Suárez pagó muchas veces por esos neceseres, aunque tenía un salario de poco menos de 16,000 pesos mensuales (unos 800 dólares), una tarifa que se mantiene hasta la fecha en la mayoría de los estados del país porque hay un entendido de que ellos “sacarán partida” con sobornos, extorsiones o tratos turbios.

“Si protestas no te corren, pero te mandan a las misiones más peligrosas. En el caso de Chihuahua, nos enviaban como carne de cañón a la sierra (madriguera de criminales), a Guadalupe y Calvo, Nuevas Casas Grandes y por eso la mayoría prefiere no decir nada”.

En medio del oscuro escenario, Rodolfo Suárez pudo tener algunas satisfacciones que lo mantenían de pie cuando estaba a punto de renunciar por  las jornadas de hasta 14 horas sin descanso y sin comida porque eran supuestos operativos sorpresa, cuando solo comía papas fritas o galletas. 

Detuvimos a algunos secuestradores, violadores, pedófilos pederastas y fue muy bueno saber que habías puesto un grano de arena para sacar a esa gente de la sociedad y encarcelarla”, recuerda. 

Pero la mayor parte del tiempo no lo dejaban ni a él ni a sus compañeros de la policía estatal hacer el trabajo de policía normal. Cuando empezaron a detener a narcomenudistas la cosa se puso mala. Los propios mandos los llamaban para pedir que soltaran a los “puchadores” y los federales solo servían para recibir sobornos. “Eran millones y millones lo que les daban”.

En el 2018, él y otros compañeros fueron atacados. Cuando se hicieron algunas investigaciones supieron que un mando de ellos mismos lo había ordenado. Un año después, en el 2019 se repitió la emboscada muy cerca del muro fronterizo. En la refriega murió uno de los policías y hubo varios heridos.  

Rodolfo Suárez se salvó de milagro. Fue la gota que derramó el vaso de su paciencia. Así, con el uniforme puesto y el alma hecha girones se entregó a las autoridades migratorias de Estados Unidos. A las pocas horas, llegó su esposa y los niños y también los recibieron. “Yo tenía mucha información que les serviría allá”, sostiene.

Enterado de todo, el gobierno estadounidense le dio asilo y el padre de familia se buscó un nuevo trabajo que dista años luz de la seguridad pública. A pesar de sentirse más seguro, la ansiedad siguió y perdió cabello, adelgazó, le salieron ronchas y pesadillas: soñaba con personas muertas que él había visto caer o botadas en las calles. Contó a 35 amigos policías entre ellos.

No tomó terapia sicológica, eran tiempos confusos. Hoy está convencido de que debió hacerlo, pero ya está mejor. De vez en cuando llama a viejos colegas del orden: siguen ahí, jugándosela, temerosos de irse de la policía y también de quedarse. 

Sigue leyendo:
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– Así funcionan las “escuelas del narco” del Cártel Jalisco Nueva Generación para reclutar a jóvenes.

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