El infierno que se vive en la olvidada guerra en Sudán
Un equipo de periodistas de la BBC reporta desde la capital de Sudán, Jartum, donde conoció desgarradoras historias de violaciones de mujeres y ejecuciones callejeras de civiles.
Los civiles atrapados en la guerra civil en Sudán relataron a la BBC detalles gráficos de violaciones, violencia étnica y ejecuciones callejeras. Nuestros periodistas han logrado llegar hasta el frente de batalla cerca de la capital, Jartum.
Altos funcionarios de la ONU han dicho que el conflicto ha sumergido al país en “una de las peores pesadillas humanitarias en la historia reciente” que podría generar la mayor crisis de hambruna en el mundo.
También hay temores de que en Darfur, en el occidente del país, pueda estar viéndose el inicio de una repetición de lo que hace 20 años Estados Unidos catalogó como genocidio.
ADVERTENCIA: este artículo contiene relatos de violencia física y sexual
Como si saliera de la nada, una gran explosión sacude la calle en Omdurmán, la segunda ciudad más poblada de Sudán.
La gente grita y corre en todas las direcciones, exclamando: “¡Devuélvanse, devuélvanse, habrá otra!”. Una gruesa capa de humo lo cubre todo.
Momentos antes, la maltrecha calle estaba ocupada aquí y allá por transeúntes que compraban arroz, pan y vegetales en las tiendas que hacía poco acababan de reabrir.
A mediados de febrero, el ejército sudanés retomó el control de la ciudad, una de tres que yacen a lo largo del río Nilo y que componen la más amplia capital de Sudán, Jartum.
Los civiles han empezado a regresar, pero los morteros, como el que explotó en medio de esta avenida principal, siguen cayendo a diario.
Les ha quedado difícil a los medios internacionales tener acceso para cubrir la guerra civil que estalló en abril del año pasado, pero la BBC ha logrado llegar hasta el frente.
Nuestro equipo periodístico encontró el otrora bullicioso centro de Omdurmán transformado en un páramo escasamente habitado.
El despiadado forcejeo de poder entre el ejército del país y su antiguo aliado, las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), se ha cobrado por lo menos 14.000 vidas en todo el país, posiblemente muchas más.
Durante casi un año, el ejército y las FAR se han enfrentado en Jartum y las ciudades aledañas.
Las FAR tomaron control de las zonas al sur de la capital, así como de amplias partes de Darfur, que está convulsionada desde hace años por la violencia entre varias de sus comunidades africanas y árabes.
Las mujeres que lograron huir de Darfur a la vecina Chad le han contado a la BBC que fueron violadas, algunas en múltiples ocasiones, por milicianos. Los hombres en los campamentos nos relataron cómo escaparon de las ejecuciones callejeras y secuestros.
Con el equipo integrado en primera línea con el ejército en Omdurmán, los movimientos de los periodistas de la BBC estuvieron cuidadosamente controlados; nos acompañaba un escolta y no se nos permitía filmar la actividad militar.
El ejército teme que la información sobre sus actividades pueda filtrarse.
Cuando nuestro camarógrafo empieza a filmar las consecuencias de la explosión del mortero, hombres armados vestidos de civiles lo rodean, uno le apunta con una pistola en la cabeza.
Resultan ser de la inteligencia militar, pero es una señal de cuán tensa es la situación.
A pesar de los recientes avances del ejército en Omdurmán, todavía podemos escuchar el intercambio de fuego chisporroteando en el área de vez en cuando.
Parte del frente de batalla se extiende ahora a lo largo del Nilo, que separa a Jartum, en la ribera oriental, de Omdurmán, que está al oeste del río.
Los militares nos dicen que francotiradores de las FAR están apostados en edificios de apartamentos al otro lado del agua de las posiciones del ejército sudanés, en el muy dañado edificio del Parlamento.
El antiguo mercado de Omdurmán, que alguna vez estuvo lleno de lugareños y visitantes, está en ruinas y sus tiendas han sido saqueadas. La mayoría de los vehículos que circulan por las carreteras son militares.
Más de tres millones de personas han huido del estado de Jartum en los últimos 11 meses, pero algunos residentes de Omdurmán se han negado a marcharse. La mayoría de los que vemos son ancianos.
A menos de un kilómetro del frente, Mujtar al Badri Mohieddin camina con un bastón cerca de una mezquita que tiene el minarete destruido.
El área abierta al lado opuesto está cubierta de tumbas improvisadas, montículos de tierra marcados con ladrillos rotos, tablas y placas de cemento.
“Aquí hay 150 personas, conocí a muchas de ellas, Mohamed, Abdullah… Jalal”, dice, haciendo una larga pausa antes de uno de los nombres, el doctor Youssef al Habr, un reconocido profesor de literatura árabe.
“Ahora sólo quedo yo”, añade.
El ejército sudanés ha sido criticado por su extenso uso de bombardeos aéreos, también sobre áreas civiles donde se refugian los combatientes de las FAR, aunque afirma que tomas las “precauciones necesarias” para proteger a los civiles.
Los pobladores aquí hacen responsables a ambas partes de la destrucción dentro de la ciudad y sus alrededores.
Pero muchos acusan a las FAR de saqueos y ataques durante el tiempo en que controlaron la zona.
“Vaciaron las casas de sus pertenencias, robaron automóviles, televisores, golpearon a los ancianos, hasta a las mujeres”, nos cuenta el residente Muhammad Abdel Muttalib.
“Personas murieron de hambre, saqué a algunas de ellas de sus casas para que sus cuerpos no se pudrieran adentro”.
Dice que es “bien sabido” que las mujeres fueron violadas en sus casas y manoseadas durante inspecciones de seguridad.
Afaf Muhammad Salem, una mujer de 50 y tantos años, vivía con sus hermanos en Jartum cuando estalló la guerra.
Cuenta que se mudó al otro lado del río a Omdurmán después de que fueron atacados por combatientes de las FAR y afirma que saquearon su casa e hirieron de bala a su hermano en la pierna.
“Estaban golpeando a las mujeres y ancianos y amenazando a niñas inocentes”, dice.
Esa es una manera velada de referirse a la violencia sexual, que es un tema tabú en Sudán.
“Insultar el honor hace más daño que robar dinero”, explica.
“Un arma de venganza”
Las víctimas de violación pueden enfrentar toda una vida estigmatizadas y marginalizadas de sus familias y comunidades.
Muchas personas en Omdurmán no quisieron discutir el tema.
Pero más de 1.000 km al oeste, en los extensos campamentos de refugiados al otro lado de la frontera con Chad, la cantidad de testimonios de violencia sexual que están emergiendo están logrando, a la fuerza, un nuevo y lúgubre nivel de franqueza.
Amina, cuyo nombre cambiamos para proteger su identidad, ha llegado a una clínica temporal administrada por Médicos Sin Fronteras, en busca de un aborto. Nos saluda sin levantar la mirada.
La joven de 19 años, que huyó de Darfur en Sudán, descubrió que estaba embarazada el día anterior. Espera desesperadamente que su familia nunca lo sepa.
“No estoy casada y era virgen”, dice Amina entrecortada.
En noviembre, los milicianos la capturaron con su tía y primas, cuando huían de su pueblo natal de Ardamata hacia la vecina ciudad de Geneina, relata.
“Las otras escaparon, pero a mí me retuvieron durante un día entero. Había dos de ellos y uno me violó muchas veces antes de que lograra escapar”, expresa.
El creciente dominio de las FAR en Darfur, apoyadas por milicianos árabes aliados, ha venido acompañado de un aumento de ataques de carácter étnico contra la población negra africana, especialmente el grupo étnico masalit.
La historia de Amina es sólo una entre muchos testimonios de ataques contra civiles que ocurrieron alrededor del 4 de noviembre, cuando las FAR y sus aliados tomaron una guarnición del ejército sudanés en Ardamata.
Y sigue a la violencia de los meses anteriores: un informe reciente de la ONU visto por la BBC dice que se cree que más de 10.000 personas han sido asesinadas en la zona desde abril pasado.
La ONU ha documentado alrededor de 120 víctimas de violencia sexual relacionada con el conflicto en todo el país, lo que, según dice, es “una vasta subrepresentación de la realidad”.
Afirma que hombres en uniformes de las FAR y hombres armados afiliados el grupo fueron señalados de ser responsables de más del 80% de los ataques.
Independientemente, también ha habido algunos reportes de asaltos sexuales perpetrados por el ejército sudanés.
Un poco afuera del mismo campamento, que está en el pueblo fronterizo de Adré, unas 30 mujeres y niñas se reúnen en una cabaña al mediodía.
Globos rosados y azules cuelgan de una cuerda sobre sus cabezas con notas escritas a mano: “La violación no es un destino; es una práctica que puede frenarse”, lee una de ellas.
Las lágrimas brotan abiertamente a medida que las mujeres hablan de sus experiencias de violencia tanto física como sexual.
Maryamu -no es su nombre verdadero- afirma que fue violada por hombres armados que portaban turbantes al estilo típico de los combatientes árabes en la zona.
El suceso ocurrió en noviembre dentro de su casa en Geneina.
Después de eso tuvo dificultades para andar, dice llorando mientras describe cómo huyó: “La gente corría, pero nosotras no podíamos porque mi abuela no puede correr. Yo también estaba sangrando”.
Zahra Khamis, una trabajadora social que también es refugiada, lidera la reunión.
Tanto Amina como Maryamu pertenecen a comunidades negras africanas, y Kahmis asegura que estas, especialmente la del grupo étnico masalit, están siendo atacadas en Darfur.
Durante la guerra en Darfur hace 20 años, una milicia árabe llamada Janjaweed, donde las FAR encuentran sus raíces, fue movilizada por el entonces presidente Omar al Bashir para reprimir una rebelión de grupos étnicos no árabes.
La ONU reporta que 300.000 personas murieron y que la violación fue ampliamente aplicada como una manera de aterrorizar a las comunidades africanas y forzarlas a huir.
Algunos de los líderes de Janjaweed y el expresidente Bashir han sido imputados por la Corte Penal Internacional de genocidio y crímenes contra la humanidad. Ellos niegan las acusaciones y nadie ha sido condenado.
Khamis cree que la violación está siendo usada en este conflicto como “un arma de venganza”.
“Les están haciendo esto a las mujeres porque la violación deja un impacto en la sociedad y en la familia”, añade.
En una inusual oportunidad de observar las actitudes que promueven la violencia contra las mujeres, un miembro de las FAR que se describe a sí mismo como un “comandante de campo” publicó un video en las redes sociales en noviembre.
“Si violamos a tu hija o a tu niña, es ojo por ojo. Este es nuestro país y es nuestro derecho y lo tomamos”, declara en el video que ya fue borrado.
En respuesta a las preguntas de la BBC sobre violaciones y otros ataques, las FAR dijeron que la inteligencia militar sudanesa está “reclutando gente para vestir ropa de las FAR y cometer los crímenes contra civiles para que se pueda acusar a las FAR de cometer crímenes, asalto sexual y limpieza étnica”.
“Tal vez uno o dos incidentes fueron cometidos por combatientes de las FAR y fueron responsabilizados por eso”, le dijo a la BBC Omarn Abdullah Hassan, de la oficina de asesoría del líder de las FAR.
El año pasado, las FAR dijeron que establecerían un proceso para investigar los supuestos abusos de derechos humanos perpetrados por sus fuerzas; sin embargo, la ONU dice que no han dado detalles.
“Si eres masalit, te matan”
En otro albergue del mismo campamento, las manos de Ahmat tiemblan al sostener un teléfono, mirando un video que fue verificado por la BBC, que muestra a cinco hombres desarmados parados en una fila en una calle de Ardamata en noviembre.
“Simplemente voy a acabar con ellos”, grita una voz en árabe sudanés, antes de acribillar a los hombres a quemarropa con un rifle de asalto.
2Este es Amir, y este es Abbas…”, dice Ahmat, con lágrimas rodándole por la mejilla.
Esta es la primera vez que este individuo de 30 años, cuyo nombre hemos cambiado, ha visto las imágenes del momento en que fue acribillado.
Aparentemente, fue filmado por uno de los hombres armados el 5 de noviembre, un día después de que las FAR tomaran la guarnición, y luego fue difundido en la red.
Ahmat dice que su primo Amir y su amigo Abbas murieron instantáneamente, pero él y los otros dos sobrevivieron.
Una gruesa cicatriz en la espalda marca la herida de salida de la bala que penetró su hombro. Cuenta que era un maestro antes de la guerra y que los cinco hombres eran civiles.
“Quedamos tendidos como si estuviéramos muertos”, explica. “Recuerdo haber rezado. Pensaba que era el fin”.
Ahmat dice que fue secuestrado cerca de su casa por miembros de las FAR y sus aliados. El video muestra a los armados vestidos en el estilo típico de esas fuerzas.
Los otros dos sobrevivientes le dieron a la BBC testimonios detallados de sus secuestros y heridas por hombres armados que creen que estaban vinculados a las FAR durante el mismo período en Ardamata.
Uno de ellos, Yussouf Abdallah, de 55 años, nos dijo que logró escapar después de estar retenido por hombres armados. Afirma que los vio matar a una madre y su hijo recién nacido.
“Preguntaron si éramos de la comunidad masalit y, si lo eras, automáticamente te mataban”, expresó.
Sudán entró en un nuevo período de inestabilidad en 2019, cuando las protestas callejeras y un golpe militar pusieron fin a casi tres décadas del gobierno de Bashir.
Se estableció un gobierno conjunto cívico-militar, que fue a su vez destituido por otro golpe del ejército y las FAR en octubre de 2021.
Sin embargo, las dos fuerzas aliadas se enemistaron en torno a la propuesta de cambiar a un gobierno civil e integrar a las FAR a las fuerzas armadas regulares.
En abril de 2023, cuando las FAR desplegaron a sus miembros por todo el país, el ejército sudanés interpretó la medida como una amenaza y se prendió la violencia, con ninguna de las partes dispuestas a abandonar los lucrativos dividendos del poder.
Al borde de la hambruna
Casi un año después, las organizaciones de ayuda advierten de que la situación humanitaria se está saliendo de control, con la agencia de la ONU para la infancia, Unicef, apuntando a que algunas comunidades están al borde de la hambruna.
Manasek, de 3 años, es una de cientos de miles de niños que ya sufren de desnutrición. No tiene la fuerza para caminar y a duras penas puede sostener su cabeza erguida.
Su madre, Ikram, la sostiene en sus brazos en un hospital de Unicef en Puerto Sudán, una ciudad sobre el mar Rojo donde miles de personas que huyen de los combates en Jartum han buscado refugio y donde también se han reubicado la mayoría de las instituciones gubernamentales y organizaciones humanitarias.
Sudán: la información básica
- Sudán está en el noreste de África y tiene un largo historial de inestabilidad: en 2019, el ejército dio un golpe al líder Omar al Bashir que llevaba décadas en el poder, tras protestas masivas.
- Luego el ejército destituyó al gobierno de poder compartido en 2021, colocando a dos hombres al mando: el comandante del ejército y su suplente, que también es líder del grupo paramilitar FAR.
- Las partes no están de acuerdo en cómo restaurar un régimen civil en Sudán: el líder de las FAR afirma que representa a los grupos marginados contra las élites del país, pero sus fuerzas están acusadas de limpieza étnica.
La madre no sabe si Manasek tiene una enfermedad subyacente y no puede pagar la investigación médica para averiguarlo.
“Perdimos nuestra vida, nuestros trabajos”, dice, y explica que su esposo se ha ido al norte de Sudán a buscar empleo en el campo y que los precios de la comida se han disparado fuera de su alcance.
Agacha la cabeza, limpiándose las lágrimas, incapaz de seguir hablando.
Visitamos una escuela en Puerto Sudán. Las aulas donde los pupilos estudiaban en una época ahora se encuentran atiborradas de familias desesperadas.
Un arroyo de aguas negras pasa por el lado del jardín, donde los niños juegan descalzos entre montones de basura. Nos cuentan que cinco personas han muerto de cólera allí.
Zubaida Ammar Muhammad, una madre de ocho, tose al contarnos que tiene leucemia y que sufre de dolores desde abril, cuando se le acabaron los medicamentos.
No pudo obtener más cuando estalló la guerra y la familia tuvo que huir de la región de Jartum.
Su esposo se fue de voluntario a pelear junto al ejército sudanés y ella no ha sabido de él en dos meses. Es poco lo que su madre, abuela y tres hijos que están con ella pueden hacer salvo ver su salud deteriorarse.
En Puerto Sudán también nos encontramos con un grupo de cristianos coptos que han salido de la capital para escapar de las amenazas y ataques de las FAR y de los ataques aéreos militares.
“La fuerza aérea en Jartum nos destruyó”, expresa una de ellos, Sarah Elias.
Dice que un ataque aéreo mató a su esposo y otro alcanzó la casa de un vecino, matando a nueve personas, mientras el ejército atacaba a combatientes de las FAR escondidos en zonas residenciales e iglesias.
Estados Unidos asegura que ambas partes han cometido crímenes de guerra, y las FAR y sus milicias aliadas también han cometido crímenes contra la humanidad y limpieza étnica.
Las dos partes niegan las acusaciones.
Tras 11 meses de guerra, hay pocas señales de que cualquiera de las partes tenga voluntad de parar los combates.
La mayoría de los que ha podido abandonar el país lo han hecho y, a medida que el conflicto, el hambre y la enfermedad continúan, muchas personas aquí se preguntan cómo alguien podrá declarar victoria sobre lo que quede.
*Información adicional de Peter Ball y Mohamed Ibrahim, verificación por Peter Mwai
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