Esos racistas que nos odian están muy equivocados
Una marcha de supremacistas blancos fue prácticamente ignorada, mientras los medios se enfocaban en el abuso de fuerza utilizado por la policía en las universidades
Muy por encimita tocaron los medios corporativos de Estados Unidos la marcha que varios sujetos encapuchados y uniformados encabezaron en Charleston, West Virginia, este fin de semana.
Estos tipos que se identifican como el Patriot Front son catalogados por el Southern Poverty Law Center (SPLC) como un grupo de odio de nacionalistas blancos que derivó de otra banda de fascistas de nombre Vanguard America, pero con un supuesto mensaje de patriotismo gratuito, mucho más llamativo, histriónico, sumamente peligroso y aterrador para cualquiera que no sea caucásico como ellos.
SPLC los cita en su manifiesto flatulento:
“Un africano, por ejemplo, pudo haber vivido trabajando e incluso haber sido clasificado como ciudadano de los Estados Unidos por siglos, pero no es estadounidense. Es, como prefiere ser etiquetado, un africano en Estados Unidos. La misma regla se aplica a otros que no pertenecen al linaje fundador de nuestro pueblo, así como a aquellos que no comparten el inconsciente común que impregna toda nuestra gran civilización, y la diáspora europea”.
Sí, una bola de estupideces que evidentemente no reflejan la realidad de este país… Pero ahí estuvieron en Charleston, marchando con sus banderas, aterrorizando con sus consignas racistas, sin que un solo agente de policía les dijera algo y mientras en toda la Unión Americana se realizan protestas de estudiantes cuya represión policiaca es noticia internacional.
De nada sirvió que intentara compartirle a los racistas que esas personas sin documentos y a los que desprecian tanto son los que pusieron la comida en sus mesas durante la pandemia del Covid…
Regresando al racismo, seguramente a usted varias veces le han aventado en los medios el dato del Pew Research Center, el más reciente, ese que reza que un estimado de 37.2 millones de hispanos de origen mexicano vivíamos en los Estados Unidos en 2021; en cifras más recientes, la oficina del censo reportó que en el 2022 éramos 37 millones 414 mil 772 mexicanos. ¡Un titipuchal! Pero claramente no una mayoría.
Esos estadounidenses blancos que tanto le temen a la inmigración (e ignorantemente al reemplazo) ignoran que siguen siendo la gran mayoría en este país, pues ese mismo censo los pone como el 71 por ciento de las más de 334 millones de personas que habitamos el Estados Unidos continental… Y aun así, especialmente en estos tiempos electorales, pululan los mensajes racistas, clasistas y antiinmigrantes tanto en la boca de los políticos como en sus granjas de bots en la internet.
Me pasó hace un par de semanas, cuando el alcalde Quinton Lucas declaró que los inmigrantes que “sobrepasan” otras urbes eran bienvenidos aquí en Kansas City, Missouri (después se retractaría, exhibiendo su muy conocida y famosa pusilanimidad, y carácter de “quedar bien”), provocando una serie de mensajes de odio en las redes sociales del periódico local de parte de usuarios muy cobardes, sin nombre ni apellido, ni rostro, sino con usuarios inventados y dibujitos en lugar de fotos de perfil.
La mayoría de los odiadores argumentan airada y equivocadamente que los indocumentados no pagan impuestos y que son una carga al recibir los beneficios sociales que solo están destinados a los ciudadanos; que tampoco son muchos, recordando que por ejemplo nos enfrentamos a un sistema de salud en el que absolutamente nada es gratis, sino todo lo contrario.
Al intentar explicarle a estos personajes el error en el que viven no recibí más que insultos; pero es verdad que, independientemente del sistema E-Verify y de una serie de dependencias que tienen estructuras en contra del trabajo “no autorizado”, seamos ciudadanos, residentes permanentes, visados o indocumentados, todos y todas pagamos impuestos, el IRS se las arregla para que así sea; por ejemplo, en el caso de las personas sin documentos con el llamado “Número de Identificación Personal del Contribuyente” o ITIN por sus siglas en inglés.
De nada sirvió que intentara compartirle a los racistas que esas personas sin documentos y a los que desprecian tanto son los que pusieron la comida en sus mesas durante la pandemia del Covid, o bien, son los mismos que llegan hasta a perder la vida en los trabajos nocturnos más complicados como ocurrió a finales de marzo pasado cuando varios inmigrantes murieron en la tragedia del Puente Francis Scott Key, en la zona metropolitana de Baltimore, Maryland. Pero ya no dieron réplica cuando cite a uno de los padres del muy controvertido neoliberalismo, el Premio Nobel en Economía Milton Friedman, quien en 1978 dejó boquiabiertos a los estudiantes de la Universidad de Chicago con su discurso ‘¿Qué es Estados Unidos?’, del que rescato:
“Miremos, por ejemplo, el ejemplo obvio, inmediato y práctico de la inmigración ilegal mexicana. Ahora bien, esa inmigración mexicana, al otro lado de la frontera, es algo bueno. Es algo bueno para los inmigrantes ilegales. Es algo bueno para Estados Unidos. Es algo bueno para los ciudadanos del país. Pero solo es bueno mientras sea ilegal. Es una paradoja interesante en la que pensar. Hazlo legal y no servirá ¿Por qué? Porque mientras sea ilegal, las personas que entran no califican para recibir asistencia social, no califican para la seguridad social, no califican para la otra miríada de beneficios que derramamos de nuestro bolsillo izquierdo al bolsillo derecho. Mientras no califiquen, migran en busca de empleo. Aceptan trabajos que la mayoría de los residentes de este país no están dispuestos a aceptar. Proporcionan a los empleadores el tipo de trabajadores que no pueden conseguir. Son muy trabajadores, son buenos trabajadores y claramente están en mejor situación”.
Los conservadores, específicamente los republicanos, solían ser sumamente proinmigrantes debido a lo positivo que es para la economía del país y para la iniciativa privada la mano de obra que proporcionan esos trabajadores, mismos que cruzan la frontera con el único deseo de superarse y mantener a sus familias ante la falta de oportunidades en sus lugares de origen.
El expresidente Ronald Reagan fue uno de sus principales defensores de esa política, mientras que el último de los republicanos en practicarla fue el expresidente George W. Bush. No obstante, durante los ataques del 9/11, los que aparecieron fueron esos políticos cuya hambre de poder solo puede ser saciada con los votos. Ellos le apostaron a lo más primitivo y bajo de los instintos humanos con la xenofobia, con el echarle la culpa al extranjero o al vecino de nuestros propios problemas… De verdad no es algo nuevo, lo vienen practicando desde que se considera se creó la política en la Antigua Grecia hace unos tres mil años. ¡Vamos! Es del manual básico del político, lo que no significa que esté bien.
Esos supremacistas blancos que marcharon en Charleston no se han dado cuenta, pero como muchos otros despistados están siendo usados para satisfacer la ambición de poder de personajes que no habían sido tomados en cuenta, sino hasta que comenzaron a echarle la culpa a los inmigrantes, y específicamente a los mexicanos, de los problemas propios… Como cuando Donald J. Trump bajó un olvidable 15 de junio en el 2015 la escalinata de su hotel en Nueva York y nos llamó a todos los mexicanos narcotraficantes y violadores.
(*) Antonio Ruiz es un periodista mexicano egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García; cuenta con título por esa institución y cédula profesional expedida por el Registro Nacional de Profesionistas de la SEP. Actualmente, es el director general de Noticias en Sin Censura TV, en donde además colabora con sus comentarios al aire como conductor del programa “Al Despertar con Antonio Ruiz”.