De Guatemala a Gaza

Lo que Israel hace con Palestina es el holocausto del siglo XXI

El mundo es testigo del primer genocidio mostrado en tiempo real por sus víctimas: Relatoras de la ONU

La negación de la realidad y la continuación de la impunidad y la excepción de Israel ya no son viables, asegura relatora. Crédito: Doaa AlBaz | AP

En Centroamérica no se olvida que, cuatro décadas atrás, Israel colaboró con el Ejército de Guatemala con armas, asesores y recursos de inteligencia en el brutal genocidio contra los pueblos mayas.

Hace algunos años, cuando formé parte de la junta editorial del diario La Opinión, pregunté al cónsul israelí en Los Ángeles por qué su país había apoyado a un régimen que había exterminado a una parte de su población. 

No se esperaba la pregunta. 

“Estábamos aislados. No teníamos amigos”, logró articular al fin.

El entendimiento entre Tel Aviv y el Estado guatemalteco se remonta a los inicios del Estado judío, pero a partir de 1977 la cooperación militar israelí se volvió invaluable para la guerra de contrainsurgencia en Guatemala. Ese año, el presidente Jimmy Carter condicionó la continuación del envío de armas, al respeto de los derechos humanos. El jerarca guatemalteco de turno, el general Kjell Laugerud García, que se había entrevistado años atrás con el ministro de Defensa israelí Moshé Dayán, decidió que era tiempo de buscar amigos menos melindrosos, al menos mientras Carter ocupara la Casa Blanca. Eventualmente, el Congreso estadounidense incluyó a Guatemala en la lista de “violadores flagrantes y constantes de los derechos humanos”.

El Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo suspendieron los créditos al país centroamericano.

A partir de 1978, el complejo militar industrial israelí se convirtió en el principal proveedor logístico de Guatemala. De esta manera, Israel se allegó un fiel aliado para sus lides diplomáticas y un importante comprador de armas y munición. La industria armamentista, desde entonces una apuesta estratégica de la nación israelí –hoy, conjuntamente con el espionaje–, necesitaba clientes de ese tipo. En los años 70 y 80, Latinoamérica se convirtió en el principal mercado de armas de Israel. Entre el 50% y el 60% de sus exportaciones bélicas tuvieron como destinatarios 18 países de la región, entre ellos El Salvador, Chile, Argentina, Paraguay y Nicaragua dominados por regímenes represivos.

Además, Israel era un modelo a imitar para los militares latinoamericanos: un enclave colonial militarista que aplicaba sin miramientos las tácticas de tierra arrasada, guerra sicológica y control poblacional en los territorios ocupados.

En Guatemala, escribió George Black en 2007 para la revista NACLA, “los derechistas pedían abiertamente la ‘palestinización’ de los indígenas mayas rebeldes”. 

Cheryl Rubenberg, que investigó la relación entre los dos aliados cita en “Israel-Guatemala: armas, asesoría y contrainsurgencia” una declaración elocuente atribuida a Yohanah Ramati, columnista del medio israelí The Economist e integrante del Comité de Relaciones Exteriores del Knesset –el parlamento israelí–: “Israel es un Estado paria. Cuando alguien nos pide algo, no podemos darnos el lujo de hacer preguntas sobre cuestiones ideológicas”. 

El periodista Víctor Perera, que nació en el seno de una familia de origen sefardí que se instaló en Guatemala a principios del siglo XX, describió en 1985 las impresiones que había recogido en una gira por El Quiche y Jerusalén con la idea de responderse la misma pregunta qué yo le formulé al cónsul israelí en Los Ángeles. Después de la guerra del Yom Kippur de 1973, comentó Perera en un artículo publicado en la revista Mother Jones (“Uzi Diplomacy”), todo se volvía permisible para asegurar la supervivencia nacional.

“Si es necesario, haremos negocio con los ángeles o con el diablo’ es una frase que suelo escuchar”.

En Latinoamérica, sin duda fue con el diablo.

Además de los fusiles Galil, artillería, lanchas patrulleras, carros de combate, equipos de comunicaciones, naves de transporte de tropa Arava y hasta cocinas de campaña, Israel colaboró con inteligencia militar y asesoramiento decontrainsurgencia con los regímenes de Laugerud García, Romeo Lucas García y Efraín Ríos Montt. 

Según Rubenberg, el coronel guatemalteco Eduardo Wohlers, director del ‘Plan de Ayuda para Áreas en Conflicto’ (mejor conocido como “balas y frijoles”) que se implementó bajo el régimen de Rios Montt en 1982-1983, aseguró que “Israel fue la principal fuente de inspiración de la estrategia agraria de contrainsurgencia”.

“Es un hecho”, concluyó Perera, “que fueron asesores israelíes, disfrazados como expertos agrícolas, los que ayudaron a diseñar la estrategia contrainsurgente de ‘balas y frijoles’”.
Las sanciones a Guatemala fueron eventualmente suavizadas a la llegada de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos, pero “tan salvajes eran las violaciones a los derechos humanos en Guatemala”,  consignó en El País el periodista británico John Carlin, que ni siquiera Reagan fue capaz de persuadir al Congreso de que entregar armas a Ríos Montt. “Reagan se buscó, de todos modos, la forma de ayudar a los militares. Lo hizo a través de sus aliados israelíes: los kaibiles [fuerzas especiales del ejército guatemalteco) utilizaban rifles Galil, fabricados en Israel”.

En Guatemala, Carlin había entrevistado a Ríos Montt, al que describió como “el Joker de las películas de Batman: exaltado, medio loco y criminal”. 

“Nunca he estado en un país más siniestro”, concluyó.

Al final, los militares guatemaltecos lograron frenar al movimiento revolucionario. Con ese fin, aniquilaron poblaciones enteras de indígenas e implantaron un sistema de aldeas estratégicas en todo el territorio, lo que conllevó desarticular normas ancestrales de producción, cultura y convivencia. Al menos medio millón de campesinos fueron forzados a integrarse –so pena de ser considerados enemigos a muerte– a las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC). Cuando se firmaron los acuerdos de paz entre el Gobierno y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) en 1996,cuando menos 200 mil guatemaltecos habían sido asesinados. El 83% de ellos fueron campesinos mayas. Los detalles de aquella limpieza étnica están contenidos en “Memoria del Silencio,” la investigación divulgada en 1999 que resume los trabajos de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH).

Estuve de paso en Guatemala en los días de balas y frijoles.

El primer día de mi estancia, me desayuné con una nota de prensa que recogía los pormenores de la masacre en la aldea Dos Erres, en el corazón del Petén: 200 pobladores, mujeres, niños y ancianos degollados o fusilados. Solo cuatro personas escaparon con vida.

Llegaba yo de un país donde también había matanzas y escuadrones de la muerte y, aún así, me golpeó un escalofrío que no había experimentado antes. ¿Qué podía explicarlo? Encontré la clave leyendo años después las conclusiones de la CEH. Estas reconocían que “la innegable realidad del racismo como doctrina de superioridad expresada permanentemente por el Estado constituye un factor fundamental para explicar la especial sanÞa e indiscriminación con que se realizaron las operaciones militares contra centenares de comunidades mayas en el occidente y noroccidente del país”. 

En diciembre de 2011, cuatro militares que participaron en el ataque fueron condenados a 6,060 años de cárcel. Ni un solo comandante del Ejército recibió castigo alguno. Men with guns, una película del estadounidense John Sayles que salió en 1997 captura el hedor del miedo que permeó el país centroamericano bajo los regímenes de Ríos Montt y los hermanos Lucas García.

¿A propósito de qué vienen estas reminiscencias, a más de cuarenta años de aquellos hechos? Por su actualidad. El horror está de vuelta, esta vez en Gaza y en los territorios ocupados por Israel. 

Cualquiera puede seguir en vivo las secuencias diarias de este genocidio con solo prender la televisión. 

El de Gaza es el holocausto del siglo XXI, y remite a las atrocidades que los autores de la Memoria del Silencio recopilaron hace más de treinta años. En estos días está pendiente una demanda legal abierta el año pasado por Sudáfrica contra Israel en la Corte Internacional de Justicia (CIJ), que acusa a ese régimen de cometer genocidio contra los palestinos en Gaza. 

Sin dejar de notar sus graves tropiezos y retrocesos, Guatemala se ha movido en una dirección que reconoce los abusos cometidos por los militares.

Israel sigue siendo un Estado paria.

Róger Lindo es periodista y escritor salvadoreño.

En esta nota

Gaza genocidio Israel
Contenido Patrocinado
Enlaces patrocinados por Outbrain