El veto a los vehículos chinos: impacto global en el mercado

La decisión de Estados Unidos de prohibir los vehículos conectados con tecnología china podría cambiar por completo el mercado automotriz

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Logo de BYD. Crédito: BYD. Crédito: Cortesía

En una decisión que promete reconfigurar las reglas del juego en el mercado automotriz global, el gobierno de Estados Unidos, liderado por la administración saliente de Joe Biden, ha anunciado la prohibición gradual de vehículos conectados que incorporen tecnología de origen chino.

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La medida, que entra en vigor en 2027 para software y en 2029 para equipos, se fundamenta en razones de seguridad nacional y tiene implicaciones que trascienden las fronteras estadounidenses, impactando también al mercado europeo.

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Gina Raimondo, secretaria de Comercio saliente, explicó la preocupación del gobierno al afirmar: “Los coches ya no son sólo acero sobre ruedas, son ordenadores. Tienen cámaras, micrófonos, dispositivos GPS y otras tecnologías conectadas a Internet”.

La capacidad de estas tecnologías para recopilar datos sensibles convierte a los automóviles modernos en potenciales amenazas para la privacidad de los ciudadanos y la seguridad nacional.

“No hace falta mucha imaginación para entender cómo un adversario extranjero podría explotar esta información”, agregó Raimondo.

Una decisión con impacto en Europa

La prohibición estadounidense no sólo afecta a las marcas chinas que buscan expandirse en el lucrativo mercado norteamericano. También coloca en una posición delicada a los fabricantes europeos que utilizan componentes o software de origen chino en sus vehículos.

Desde sistemas ADAS hasta baterías, son pocos los fabricantes que pueden afirmar que su cadena de suministro está completamente libre de tecnología china.

Un ejemplo claro es Polestar, la marca sueca propiedad del gigante chino Geely, que verá comprometida su capacidad para competir en el mercado estadounidense.

Esto está pasando con los vehículos eléctricos chinos en Europa
BYD Dolphin White. Crédito: BYD.
Crédito: Cortesía

Las nuevas normativas también refuerzan el compromiso de Estados Unidos con la seguridad de sus cadenas de suministro.

En este contexto, el Departamento de Defensa ha incluido en su lista negra a empresas como CATL, el principal fabricante mundial de baterías para vehículos eléctricos, calificándola como una entidad militar.

Este movimiento subraya cómo la competencia tecnológica y geopolítica está dando forma al futuro del mercado automotriz.

Seguridad vs. proteccionismo

La decisión de vetar la tecnología china no es exclusivamente proteccionista. Estados Unidos señala que un coche moderno contiene entre 100 y 200 millones de líneas de código en su software, una cifra significativamente superior a las 25 millones de líneas que emplea un caza F-35.

Esta complejidad abre la puerta a posibles vulnerabilidades, lo que, según los expertos, justifica la necesidad de controles más estrictos.

Además de la tecnología china, el veto también se extiende a productos de origen ruso. Aunque la influencia rusa en el sector automotriz es mínima, Washington también ha decidido prohibir sus apps y software relacionados, consolidando su postura frente a las amenazas extranjeras.

Un mercado en transición

Con la prohibición estadounidense, Europa podría convertirse en el último gran mercado para los fabricantes chinos de vehículos. En 2024, las ventas de híbridos enchufables (PHEV) en China aumentaron un 70%, alcanzando una cuota de mercado del 41%, mientras que en Estados Unidos estos modelos crecieron un 25%.

Sin embargo, las restricciones planteadas podrían obligar a los fabricantes chinos a repensar su estrategia global, enfocándose en la adaptación de sus productos a las normativas occidentales o intensificando su penetración en otros mercados emergentes.

El futuro de la industria automotriz parece encaminado hacia una mayor segmentación, donde la tecnología y la geopolítica jugarán roles determinantes.

En este contexto, las alianzas estratégicas y la diversificación de proveedores serán clave para que las marcas sigan siendo competitivas en un entorno cada vez más complejo y regulado. La cuestión no es sólo quién fabrica los coches del futuro, sino también dónde y con qué tecnología lo hacen.

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