“Soy una inmigrante de Venezuela y… he criado a mis tres hijos en los Estados Unidos”
Mi viaje ha estado lleno de lucha y dificultades, pero también de esperanza y trabajo duro

Inmigrantes sin récord criminal temen ser deportados por ICE. Crédito: AP
Hay un dicho famoso en inglés: “It takes a village to raise a child” – “Se necesita a todo un pueblo para criar a un niño”. Como madre de niñas con discapacidades, no podría ser más cierto. Pero, ¿qué se supone que debemos hacer cuando ese pueblo que tanto nos costó construir comienza a derrumbarse bajo nuestros pies? Nuestros niños –especialmente los que tienen necesidades especiales y que son indocumentados– son los que pagan el precio.
Soy una inmigrante de Venezuela y, durante la última década, he criado a mis tres hijos en los Estados Unidos. Mi viaje ha estado lleno de lucha y dificultades, pero también de esperanza y trabajo duro. Mi hijo mayor estudia en la universidad con una beca y persigue un sueño que una vez pareció imposible. Mis hijas gemelas, de 12 años, están navegando por las complejidades de nuestro sistema educativo actual, una con síndrome de Down y la otra que requiere servicios de educación especial.
Cuando llegamos por primera vez, el sistema escolar público fue nuestra salvación. A mi hija con necesidades especiales, le proporcionó las terapias que necesitaba para tener éxito — fisioterapia para ayudarla a caminar, terapia ocupacional para mejorar la motricidad fina y terapia del habla. También recibió apoyo de educación especial para lenguaje y matemáticas. Fue una bendición tener el apoyo que necesitaba y ver la chispa en los ojos de mi hija según progresaba. Su escuela, sus maestros especializados, su paraprofesional y sus terapeutas, fueron el pueblo que se unió para ayudarla a tener éxito. Pero hoy en día se recortan esos recursos y el progreso que una vez logró se está desvaneciendo.
Ahora, la terapia ocupacional es cosa del pasado, resultando en que su escritura y sus habilidades motoras finas retrocedan. La terapia del lenguaje, que antes se realizaba en persona y es vital para su desarrollo, ahora se realiza a través de Zoom, lo que parece impersonal e ineficaz. Como madre, es devastador ver que el potencial de mi hija se ve frenado por una cosa tan evitable como la falta de recursos. Sus dificultades no son resultado de sus propias limitaciones, sino que resultan de una agenda política que da más prioridad al poder y el lucro que a las personas.
Y nuestros desafíos no se terminan en las puertas de la escuela. Fuera de la escuela, mi hija no tiene actividades extracurriculares que le proporcionen los recursos, la asistencia y el apoyo que necesita para participar. Estas dificultades solo se amplifican al tener en cuenta mi estatus migratorio. Las familias como la mía nos vemos obligadas a depender casi por completo de los servicios que se brindan en la escuela, lo que crea un campo de juego desigual entre nuestros hijos y otros.
Mi familia ya ha pagado el precio de estos recortes de fondos y recursos del Departamento de Educación. He visto de primera mano las consecuencias de perder estos servicios vitales para mis propias hijas. Pero la orden ejecutiva del presidente Trump para desmantelar el Departamento de Educación redobla el dolor y deja a familias como la mía sin las herramientas que necesitamos para prosperar. Los servicios que financia el Departamento de Educación no son un lujo, son un salvavidas para las personas que no tienen otras opciones.
No podemos permitirnos dejar que la política dicte el futuro de nuestros hijos. El Departamento de Educación no es solo otra agencia gubernamental que Trump y su copresidente Elon Musk pueden destripar simplemente para llenarse los bolsillos. Debemos luchar para protegerlo, para ver a todos nuestros hijos e hijas triunfar.
(*) El testimonio fue escrito por María y compartido a este diario por Popular Democracy.
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