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Chemsex, los peligros de practicar el sexo mezclado con drogas

Lo que parece una elección recreativa individual esconde una realidad compleja y peligrosa que afecta la salud física, mental y social de quienes la practican

Chemsex, los peligros de practicar el sexo mezclado con drogas

Tendencia global de combinar sexo con estimulantes fuertes. Crédito: andrey_l | Shutterstock

La búsqueda de experiencias sexuales intensas ha llevado a algunos sectores de la población a combinar el consumo de sustancias psicoactivas con encuentros íntimos, una práctica conocida como chemsex.

Este fenómeno, que comenzó a documentarse principalmente en comunidades de hombres que tienen sexo con hombres en grandes ciudades europeas y estadounidenses durante la última década, ha traspasado fronteras demográficas y geográficas, convirtiéndose en una preocupación de salud pública global.

Las sustancias más utilizadas incluyen metanfetaminas, mefedrona, GHB/GBL y cocaína, combinadas frecuentemente con medicamentos para la disfunción eréctil.

Lo que inicialmente puede parecer una elección recreativa individual esconde una realidad compleja y peligrosa que afecta la salud física, mental y social de quienes la practican.

Lo más grave es que, a pesar de que la media de edad de los usuarios más activos ronda los 30 y 35 años, se está notando cada vez más un aumento de esta práctica entre jóvenes.

Un riesgo multidimensional

El chemsex plantea amenazas que van mucho más allá de los riesgos asociados al consumo de drogas o a las prácticas sexuales de forma independiente. La combinación de ambos elementos genera una sinergia peligrosa que multiplica los daños potenciales.

Las sustancias utilizadas desinhiben, alteran la percepción del tiempo y del dolor, y aumentan la libido, propiciando sesiones que pueden extenderse durante horas o incluso días, con múltiples parejas y sin las precauciones sanitarias adecuadas.

Las consecuencias físicas inmediatas incluyen deshidratación severa, hipertermia, convulsiones, arritmias cardíacas e insuficiencia renal aguda. El GHB (gamma hidroxibutirato), una de las sustancias más utilizadas sobre todo en clubes nocturnos, presenta un margen muy estrecho entre la dosis recreativa y la tóxica, lo que ha provocado numerosos casos de pérdida de consciencia, coma e incluso muertes por sobredosis. La combinación con alcohol amplifica estos riesgos de manera exponencial. Además, el uso de estas drogas deteriora gravemente el sistema inmunológico, haciendo al organismo más vulnerable a infecciones.

Puerta de entrada a las ITS

Uno de los aspectos más preocupantes del chemsex es su relación directa con el aumento de infecciones de transmisión sexual (ITS), incluido el VIH y las hepatitis víricas. El estado de desinhibición provocado por las sustancias reduce drásticamente el uso del preservativo y favorece prácticas de riesgo como el sexo anal sin protección con múltiples parejas. Los datos epidemiológicos muestran que las personas que practican chemsex tienen tasas significativamente más elevadas de sífilis, gonorrea, clamidia y linfogranuloma venéreo.

En el caso del VIH, la situación es particularmente grave. Las drogas estimulantes pueden interferir con la adherencia al tratamiento antirretroviral en personas seropositivas, aumentando la carga viral y el riesgo de transmisión. Por otro lado, quienes no tienen VIH, pero practican chemsex, presentan menor adherencia a la profilaxis preexposición (PrEP), a pesar de ser candidatos ideales para este tratamiento preventivo. Las lesiones en mucosas provocadas por sesiones prolongadas de sexo bajo efectos de drogas facilitan la entrada de patógenos al organismo.

Adicción y salud mental

Más allá de los riesgos inmediatos, el chemsex puede conducir a adicciones químicas devastadoras. Las metanfetaminas, en particular, generan una dependencia potente tanto física como psicológica.

Los usuarios describen una tolerancia rápida que les lleva a necesitar dosis cada vez mayores para obtener los mismos efectos, entrando en una espiral difícil de romper.

La asociación entre sexualidad y consumo de drogas crea además un condicionamiento que dificulta enormemente mantener relaciones íntimas satisfactorias sin sustancias.

Los problemas de salud mental asociados son igualmente graves. La depresión, la ansiedad, los trastornos del sueño y la ideación suicida son comunes entre quienes practican chemsex de forma habitual. El “bajón” posterior al consumo de estimulantes puede ser devastador, generando sentimientos intensos de vacío, culpa y vergüenza.

Muchos usuarios caen en un círculo vicioso donde consumen nuevamente para aliviar el malestar causado por el episodio anterior. Los casos de psicosis inducida por metanfetaminas, con síntomas paranoides y alucinaciones, se han incrementado notablemente en servicios de salud mental.

Aislamiento social y deterioro de la calidad de vida

El chemsex tiende a aislar progresivamente a quienes lo practican. Las sesiones consumen tiempo, energía y recursos económicos, llevando al abandono de actividades laborales, sociales y familiares.

Las relaciones personales se deterioran, no solo por el secretismo que suele rodear esta práctica, sino también por los cambios de personalidad asociados al consumo crónico de estimulantes. Muchos usuarios describen cómo su vida se reduce gradualmente al eje droga-sexo, perdiendo interés por otras actividades que antes les resultaban gratificantes.

El estigma asociado tanto al consumo de drogas como a determinadas prácticas sexuales dificulta que las personas afectadas busquen ayuda. El miedo al juicio, la vergüenza y la negación del problema retrasan el acceso a servicios de salud. Cuando finalmente acuden a consulta, muchos presentan ya complicaciones graves tanto físicas como mentales.

Los profesionales sanitarios señalan la necesidad de crear espacios libres de estigma donde las personas puedan hablar abiertamente sobre estas prácticas y recibir apoyo sin ser juzgadas.

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