Coronavirus: Fe ayuda a familia a transitar el duelo por la pérdida

Parientes de víctima del COVID-19 comparten su experiencia, y dicen que esperarán a que termine la pandemia para sepultarla

Estela Serrano murió el 28 de abril, víctima del coronavirus. (Cortesía Familia Sepúlveda)

Estela Serrano murió el 28 de abril, víctima del coronavirus. (Cortesía Familia Sepúlveda) Crédito: Cortesía

Cuando a principios de marzo, todos empezaron a enfermar de gripa en la familia de los Serrano y Sepúlveda, no le pusieron mucha atención. Lo que jamás imaginaron es que se contagiarían del coronavirus, y que esta pandemia cobraría la vida a una de las tías más queridas del clan.

El 28 de abril, Estela Serrano falleció; y ese mismo día, les avisaron que había dado positivo al COVID-19. Debido a las restricciones sanitarias impuestas por el virus, fue cremada y sus familiares están a la espera de que se reabran los funerales para ofrecerle una misa y sepultarla de acuerdo a la fe católica.

Rosa Sepúlveda, sobrina de Estela, platica que primero enfermó de gripa una prima y su hijo, luego ella y otra muchacha en el negocio de cortinas que tienen en Los Ángeles desde hace 35 años.

Estela Serrano con su hijo Juan Serrano. (Cortesía Familia Sepúlveda)

 “No supimos cómo ni dónde nos contagiamos. Solo empezamos a decir, ‘¡ay! me siento mal, ¡ay! ya me la pegaste’. Yo fui la que menos estuve mal. Duré como una semana enferma. El 25 de marzo me hice el  examen del coronavirus, y el 1 de abril, me dijeron que salí positiva”.

Pero no solo fue ella, Sus primos, entre ellos el hijo de Estela también dieron positivo al COVID-19.

Rosa cuenta que solo presentó síntomas leves. “Me dolía el cuerpo y sentía un poco de cansancio. Me traté con tylenol, theraflu y tomando te”.  Ella y todos sus familiares se curaron con medicinas regulares para la gripa y tos.

En el caso de su tía Estela de 79 años, pensaron también que era una gripa común.

El 9 de marzo, Estela fue al médico y le diagnosticaron una infección urinaria. Le recetaron antibióticos, pero no mejoró.

Para el 18 de marzo, aunque seguía yendo a trabajar, su estado de salud continuaba empeorando.

Entre los síntomas que presentaba estaban, respiración cortada cuando hablaba, dolores de cuerpo, tos, cansancio intenso, escalofríos y manos permanentemente frías

Rosa Sepúlveda (primera por la izquierda), Estee Sepúlveda (hija de Rosa Sepúlveda), Rebeca Arciba (prima de Rosa Sepúlveda), Juan Serrano (hijo de Estela) y Estela Serrano (última por la derecha)(Cortesía Familia Sepulveda)

Al verla tan mal, Rosa llamó por teléfono al doctor de cabecera de Estela, pero ese día el 18 de marzo, el médico no estaba en su clínica. El mismo día, Juan Serrano, hijo de Estela la llevó a la sala de urgencias del Hospital Buen Samaritano (Good Samaritan) de Los Ángeles, donde le diagnosticaron neumonía y la dejaron hospitalizada, entubada y sedada.

El 19 de marzo, Rosa pudo visitar a su tía en su cuarto, y decirle lo mucho que la quería. Fue la primera y la última vez que tuvo acceso.

Entre el 20 de marzo y el 1 de abril solo la pudieron ver a través de la ventana de la puerta del cuarto del hospital.

Estela pasó 40 días hospitalizada. “Su cuerpo se deterioró. Le encontraron encefalitis y varios órganos le empezaron a fallar. Ella nunca despertó y recobró el conocimiento. Entró en estado de coma hasta que murió el 28 de abril”.

La prueba del coronavirus se la hicieron hasta las dos semanas después de estar internada. “Salió positiva, pero en el hospital nos dijeron que habían perdido la prueba. Por eso, no nos habían dicho nada”.

Rosa Sepúlveda encuentra alivio a la perdida de su tía en su fe católica. (Cortesía Familia Sepúlveda)

Rosa afirma que ha podido sobrevivir a esta experiencia debido al apoyo de su comunidad de fe de la Iglesia Cristo Rey en Los Ángeles, donde ella es catequista. “Han sido un mundo de apoyo fuera de mi familia”. 

Cada viernes Rosa participa además en un grupo de oración a través de Zoom, lo que le ha permitido sentirse acompañada por los participantes y por el párroco Juan Ochoa.

Cuando Estela falleció, la familia le pidió al sacerdote que le diera la unción de los enfermos, pero desafortunadamente ya para ese tiempo no se permitía la entrada de clérigos a los cuartos de los enfermos, excepto a los capellanes del hospital mismo.

“Fue muy difícil porque las visitas estaban muy limitadas. Nosotros mantuvimos la esperanza hasta el final. No me ha quedado de otra más que agarrarme de Dios”.

Cuando su tía murió, confía que sintió mucha impotencia de no poder acompañarla en sus últimos momentos y llevar el duelo como se acostumbra.

Fuimos muy bendecidos porque en la funeraria nos dejaron verla por 20 minutos a diez personas. Todos estábamos con tapabocas, guantes y a seis pies de distancia. Después de darle la bendición, su cuerpo fue cremado”.

Rosa dice que su tía Estela fue una guerrera. “Era muy trabajadora, muy solidaria, muy noble. Tenía un carácter fuerte, pero a la vez poseía un gran corazón”.

Estela emigró de Chihuahua, México siendo muy joven. Como muchos inmigrantes hizo de todo para ganarse la vida. Trabajó en restaurantes, salones de belleza y negocios de cortinas. Le sobrevive su hijo Juan Serrano de 50 años, y muchos de sus familiares como Rosa. 

“Estamos en duelo y en el proceso de entender que ya no está. Es muy difícil porque tuvimos un convivio constante. Solo la fe y la oración nos da fortaleza”.

Dice que optaron por cremar su cuerpo porque si no lo hacían, hubieran tenido que enterrarla de inmediato. 

“Ella es bautizada, creyente. Esperaremos a que pase todo esto para que tenga su funeral, su bendición y su misa correspondiente a nuestra fe. Ella merece eso”, dice Rosa.

El párroco Juan Ochoa de la Iglesia Cristo Rey de Los Ángeles. (Cortesía Iglesia Cristo Rey/Arquidiócesis de Los Ángeles)

Cómo sobrellevar la pérdida

El padre Juan Ochoa de la iglesia Cristo Rey, dice que él mismo ha experimentado la pérdida de un ser querido durante la pandemia.

“Hace poco más de un mes, un tío, hermano menor de mi mamá murió de un ataque cardíaco sin poder hacerle una vigilia y darle sepultura”.

Sin embargo, el sacerdote dice que la muerte no tiene la última palabra. “Es una transición hacia una nueva vida. Nuestra fe está basada en la resurrección después de la muerte. Nos hemos separado, pero vamos a volver a reunirnos y gozar de la presencia de quien se nos ha adelantado”. 

El religioso dice que no se trata de negar el dolor por la pérdida de un ser querido ni el vacío que nadie puede llenar. 

“Se han llevado un pedazo de nuestro corazón, pero la fe es la andadera que nos ayuda a seguir caminando. Y vamos a llorar y echar de menos a la persona que perdimos. Vamos a tener enojo contra Dios y vamos a querer alejarnos. Uno no puede comprender porque un Dios que ama tanto, permite un sufrimiento, pero él está con quien sufre y en los momentos difíciles”.

Desde que las iglesias fueron cerradas, el padre Juan ha dedicado parte de su tiempo a hacer llamadas a los feligreses para ofrecer apoyo espiritual y material. Según las necesidades de la familia, los pone en contacto con Hearts to Serve, un servicio de apoyo con comida, otros servicios de la Arquidiócesis de Los Ángeles y agencias.

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