‘World War Z’ es puro espectáculo veraniego
'World War Z' da una lección de cine veraniego entretenido
No importa que Brad Pitt vaya diciendo por el mundo que sí, que World War Z tiene un mensaje más allá del gran espectáculo visual que es.
Lo cierto es que lo único que importa en esta película del cineasta alemán Marc Forster quien ha dirigido desde interesantes melodranas como Finding Neverland o The Kite Runner, hasta una de las menos logradas cintas de James Bond, Quantum of Solace es el puro entretenimiento que desprende durante sus incesantes 115 minutos de duración.
Tampoco importan los reportes acerca de lo que sucedió durante su dilatado rodaje: esos son problemas de producción que nunca deberían afectar la percepción de un largometraje, porque lo que importa es lo que se ve en la pantalla.
Y lo que el espectador observa en World War Z no es más que distracción absoluta.
La historia, basada en la novela de Max Brooks (el hijo del legendario Mel Brooks y la ya fallecida actriz Anne Bancroft) sigue a un empleado de las Naciones Unidas, Gerry Lane (Brad Pitt) recorriendo el mundo tratando de encontrar el origen y la cura de una epidemia que ha convertido a la Tierra en un campo fértil para zombies.
Atrás dejará a su familia, a regañadientes, mientras se pasea por Corea del Sur, Israel y Gran Bretaña, entre otros lugares, acechado por hordas de muertos vivientes y la manilla del reloj, que cuenta las horas para el fin de la humanidad.
Forster impregna a World War Z de una energética puesta en escena, que recuerda, precisamente, a los mejores Bond, en el constante cambio de localizaciones.
Todo sucede también con el apremio característico del mejor cine de catástrofes, sólo que sin el interés de sus responsables por inyectar emotividad al conjunto (aquí no hay el Fred Astaire de The Towering Inferno, o la maravillosa Shelley Winters de The Poseidon Adventure).
En el filme, que llega a las pantallas hoy y ha sido clasificado PG-13, no hay tiempo para florituras: las breves llamadas telefónicas de Lane a su esposa (una muy sufrida Mireille Enos) son los únicos instantes de sosiego.
El resto, es decir, la mayoría del metraje, muestra espléndidos ataques de los zombies (como el inicial en Nueva York, donde estos casi ni se divisan, o el simplemente extraordinario en Israel).
Todo culmina en uno de los cambios más drásticos con las intenciones iniciales de sus guionistas, en un pequeño laboratorio, donde World War Z se convierte en un largometraje de suspenso eficaz, tenso y en el que Brad Pitt demuestra, una vez más, su indiscutible carisma.
Si alguna vez le piden la definición de lo que es una película de verano (es decir, un producto espectacular y que no pretende más que entretener de principio a fin), responda simplemente: World War Z.