Enojados y frustrados

Están enojados y frustrados. Con todo: con el desempleo, por las casas que perdieron, porque ya no pueden pagar la escuela, por los ricos muy ricos, por los pobres muy pobres y, sobre todo, porque tienen esa pesada sensación de que el sistema está en su contra y que las cosas no van a mejorar a corto plazo.

En mayo, la insatisfacción con el estado de la política y la economía en España reunió a centenas de “indignados” que levantaron un campamento en el centro de Madrid. Este verano, antes de que fueran expulsados por las autoridades, hablé con varios de los manifestantes.

Sus quejas eran muy parecidas a las de los grupos que llevan más de un mes protestando en varias ciudades norteamericanas y cuyo movimiento “Ocupa Wall Street” comenzó en Nueva York. Pero el problema es que mucha gente no sabe exactamente qué es lo que los manifestantes quieren. Y a veces da la impresión de que ellos mismos tampoco lo saben.

Sabemos qué es lo que no quieren de Estados Unidos. No quieren que el 1% de la población gane más dinero que el otro 99%. Están hartos de un endeudado sistema político que se pasa el poder de un partido a otro y que ya no puede crear empleos ni proteger a los más débiles. Se quejan de la mala calidad de las escuelas públicas y del trato humillante a los inmigrantes.

Se quejan de bancos y empresarios que no han tomado responsabilidad por la pérdida de miles de casas. Denuncian al complejo financiero de Wall Street por enriquecer a sus socios y ejecutivos con ayuda del gobierno mientras la mayoría de los inversionistas pierden sus ahorros. Se quejan, en pocas palabras, de la injusticia y desigualdad en la nación más rica del planeta.

Desafortunadamente, la falta de liderazgo es la debilidad de este movimiento. No hay alguien que hable en nombre del grupo. Y aparte del nombre, hay escasa coordinación entre “Ocupa Wall Street” en Nueva York y “Ocupa Wall Street” en Phoenix, Chicago y Miami. Y las entidades hacia las que se enfoca la protesta -gobierno, bancos, la industria financiera, los partidos políticos- no van a desaparecer.

Dicho esto, no hay duda de que el movimiento está vivo y vibrante -y que es un inicio. Fue generado por la creciente sospecha de los estadounidenses de que la promesa fundamental sobre la que Estados Unidos fue construido -que el sueño americano está al alcance de quien realmente trabaje duro- se está desvaneciendo silenciosamente. La sociedad de Estados Unidos ha prosperado basada en esa promesa durante más de 200 años, pero hoy son cada vez más los que han trabajado con tezón toda su vida y, no obstante, permanecen hundidos en la pobreza y la desesperanza. Al mismo tiempo, cada día emergen más ejemplos de ejecutivos que se enriquecen abusando de la desinformación de dueños de casas e inversionistas.

Las injusticias que inspiraron el movimiento de los indignados y ahora “Ocupa Wall Street” han dado energía a miles de personas que no pueden avanzar a pesar de sus esfuerzos y que ahora están descubriendo que su ira y frustración son compartidas por muchos otros. El enojo es perfectamente entendible.Estamos a nivel planetarios en uno de esos momentos en que lo viejo no ha muerto y lo nuevo está a punto de surgir. Y debido a la globalización, a las nuevas comunicaciones y a las redes sociales, todo es local. Las protestas en Londres, Atenas y Cairo se sienten como si estuvieran afuera de nuestras casas.

Estamos -casi todos- enojados y frustrados. El problema es que no sabemos qué hacer con ese enojo y esa frustración.

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