Transfusión para Josefina
“La campaña ya agarró tono”, dijo optimista Roberto Gil, coordinador de la campaña presidencial de Josefina Vázquez Mota, al encapsular retóricamente el cambio de estrategia de la candidata que tuvo, como primer botón de muestra, un cambio radical en la forma en cómo enfrentaban al querubín de las preferencias electorales, Enrique Peña Nieto. A Vázquez Mota le quitaron los guantes de terciopelo y la obligaron a ponerse los de box, para tirarse de cabeza a la arena y pelear. No había otra opción, si en realidad quería mantener viva su lucha por la presidencia.
En 24 horas, un nuevo equipo que se venía armando desde la semana pasada tomó el control y cambió el tono que mencionó Gil. De la tersura natural de Vázquez Mota, que no gusta de pelear, ni chocar, o gritar a sus adversarios, al enfrentamiento, en una estrategia para resaltar los contrastes. El lunes aceptó un nuevo diseño de spots para cuestionar la eficiencia de Peña Nieto como gobernante en el estado de México, y ese mismo día se dio la instrucción para grabarlos. El martes, a través del PAN, se difundieron los primeros avances de esos spots
en Internet -el IFE tendrá que programarlos para que salgan en radio y televisión- que quisieron decirle al electorado que Vázquez Mota no estaba liquidada.
La pregunta de si está a tiempo o fue muy tarde no se podrá responder durante algunas semanas. Lo que sí se puede afirmar es que si no realizaba ese cambio, la elección estaba perdida, por responsabilidad y culpa de ella misma.
Vázquez Mota parecía haber llegado a su Principio de Peter y alcanzado el máximo de sus posibilidades. Su campaña estaba secuestrada por facciones panistas que, a su vez, peleaban entre sí. Varios de sus colaboradores, que vienen de la extrema derecha del partido, habían abierto fuego contra Gil, y otros aliados tácticos en la contienda interna habían dejado de trabajar.
Ernesto Cordero perdió la candidatura pero no perdió el partido. Poco más del 51% de las candidaturas a puestos de elección popular, en el ámbito de lo federal y local, quedaron en manos de personas que habían encadenado su suerte a él o eran leales al presidente Felipe Calderón; lo que establecía una correlación de fuerzas internas desfavorable para la candidata, que su equipo no supo resolver. Cordero, incluso, marginado por los cercanos a Vázquez Mota tras la derrota en la contienda interna, la acompañó a una primera gira y luego desapareció de su lado.
La dirigencia del PAN tampoco contribuía mucho, pues se había relegado al líder, Gustavo Madero, en un acto reflejo de la desconfianza que le tenía la candidata. Sin el presidente del partido en el grupo de toma de decisiones que eliminaba una parte de la estructura panista, con los detentadores de más de la mitad de la fuerza azul al margen y los choques internos en el equipo que diseñaba y manejaba la campaña, Vázquez Mota, incapaz de resolver esas diferencias y restablecer el orden, irremediablemente iba perdiendo puntos.
El impulso que le dio en opinión pública la conquista de la candidatura y la construcción de la percepción de que se acercaba a Peña Nieto -el dato de una diferencia de cuatro puntos que reveló el Presidente en una reunión con consejeros de Banamex, legitimado una semana después por una encuesta de GEA-Issa que daba una diferencia de siete puntos-, se evaporó al perder Vázquez Mota el control sobre su campaña y permitir que el grupo que estaba cometiendo los errores -de imagen, comunicación y agenda-, siguiera tomando las decisiones. La caída en preferencias electorales tenía un efecto colateral devastador: la fuga de recursos privados para la campaña.
Vázquez Mota sabía de ello. Cuando en 2006 se acabaron los recursos que recaudó Juan Camilo Mouriño a un mes previo a la elección y la contienda estaba empatándose con Andrés Manuel López Obrador, fue ella quien consiguió con el Grupo Monterrey el dinero para llegar al día de la elección. Pero también debía haber sabido que una campaña como la que venía desarrollando no iba para ningún lado, pues incurría en el mismo error de hace seis años de plantear una estrategia timorata, que fue cambiada por Calderón cuando la desplazó, ajustó el equipo, cambió la estrategia y los spots, para volver a entrar en competencia.
Esta semana, Vázquez Mota hizo justamente eso. El problema es que la candidata que ahora será, y la línea de choque que ahora tendrá, no son ella. Ahora peleará en un terreno y bajo condiciones que le son ajenas, donde dependerá íntegramente de lo que le digan y marque su nuevo equipo en el cuarto de guerra. No será su títere -no ha sido su forma de operar-, pero como disciplinada que es, les hará caso. Será lo que nunca ha sido y caminará prácticamente a ciegas, con una transfusión de sangre política que es la única posibilidad real que tiene, al menos, para no colapsarse.