Sociedad: ‘El bautizo de Miami’
Llevo casi un cuarto de siglo viviendo en Miami y sé que cuando alguien llega a esta ciudad lo más probable es que sea sometido a un simple pero feroz interrogatorio: ¿estás a favor de la dictadura castrista o en su contra?
La respuesta, inmediatamente, te clasificará como un amigo o un enemigo del exilio cubano. Este ritual es lo que yo llamo el “bautizo de Miami”.
Nadie importante se escapa. Políticos, diplomáticos, deportistas y artistas pasan por este “bautizo”. Una vez que pisan tierra miamense, un periodista o un exiliado se encargará de hacerles la pregunta. Y está prohibido responder “no sé” o “déjame pensarlo un poquito más”.
Es una cuestión de sobrevivencia. Se trata de definir quién está contigo y quién en contra. En esta comunidad hay mucho dolor y resentimiento; cientos de miles huyeron de la dictadura comunista y lo perdieron todo. Esa pregunta busca, al mismo tiempo, concientizar sobre el brutal régimen y crear alianzas para su inevitable y futura desaparición.
Inevitable porque no hay castrismo sin Fidel y Raúl, y los hermanos ya están ahora en sus 80 años de edad. Desafortunadamente, las revueltas que han derrocado a dictadores y tiranos en el mundo no han tocado a los Castro. Los 53 años de su sangrienta dictadura, durante los cuales los dos hombres han decidido el destino de millones de sus compatriotas, han sido caracterizados por la represión, falta de libertad y ausencia absoluta de democracia multipartidista.
Ozzie Guillén, el nuevo manager del equipo de beisbol de los Marlins de Miami, recientemente dijo a un reportero de la revista Time que amaba y admiraba a Fidel Castro, lo que ofendió profundamente a muchos exiliados cubanos y cubano-americanos residentes de Miami.
Cuando sus palabras se conocieron en los primeros días de este mes, la cólera de los aficionados de los Marlins fue tal que Guillén tuvo que disculparse y el equipo lo suspendió por cinco juegos.
La comunidad cubana de Miami es implacable respecto a este asunto, y tienen derecho a serlo.
Las dictaduras deben ser criticadas y condenadas persistentemente, sin tregua. El premio Nobel de la Paz Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto, lo dijo mejor que nadie: “Debemos tomar bandos. La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la victima. La acción es el único remedio contra la indiferencia”.
Es por ello que son vergonzosas las imágenes del reciente viaje a Cuba del papa Benedicto XVI en la que aparece estrechando la mano de Fidel Castro. Al elegir esa muestra de solidaridad y permitir que sea difundida, el Papa optó por el bando de los opresores, en lugar del de los oprimidos. Tal como lo hizo el presidente de México, Felipe Calderón, durante su viaje reciente a La Habana, el Papa rehusó entrevistarse con las Damas de Blanco y otros disidentes cubanos.
Estas decisiones fueron sumamente ofensivas para la comunidad del exilio cubano en Miami. Cada vez que líderes mundiales realizan visitas amistosas a La Habana, permiten ser fotografiados con un sonriente Fidel o rehúsan llamar “tiranos” a los Castro, confirman la convicción de los inmigrantes cubanos y cubanoamericanos residentes en Miami de que el mundo ha dado la espalda a los cubanos comunes.
La ciudad de Miami tiene un extraño aire de transición: estamos aquí, parecen decir muchos cubanos, pero sólo hasta que Cuba sea libre. Esa sensación de impermanencia se vio reforzada por la llegada de nicaragüenses que huían de los sandinistas, colombianos escapados del conflicto civil y venezolanos que escapaban de Hugo Chávez. Cada crisis en América Latina significa que más apartamentos son arrendados en Brickell y Miami Beach, y más casas son alquiladas en Hialeah y Kendall.
Miami es un refugio, un lugar donde la gente espera el cambio, y que cicatricen las heridas, mientras se preparan para regresar a sus hogares. Pero el retorno de los exiliados cubanos se ha visto pospuesto durante más de medio siglo y no parece estar cercano un fin para su espera.
El Muro de Berlín ha sido derribado; el Bloque Oriental ya no existe; la primavera árabe ha recorrido el norte de Africa y el Oriente Medio; pero nada parece estar ocurriendo en Cuba. Cualquier intento de crear un ambiente de mayor apertura, incluso en la Red, se topa con la frustración.
La única opción para esta comunidad es mantener, con dignidad y fuerza, su oposición al régimen de La Habana. Y eso significa criticar y condenar a cualquiera que trate de ocultar o pasar por alto la tragedia cubana.
Guillen rogó ser perdonado -“de rodillas” y “con el corazón en la mano”- por haber declarado su amor por Fidel. El puede decir lo que quiera: la Primera Enmienda protege su derecho a hacerlo. Pero las palabras importan. Los Marlins lo suspendieron temporalmente; los cubanos, en lo más profundo, ya lo han ponchado de por vida. Nunca será aceptado aquí.
Mis dos hijos llevan sangre cubana y estoy muy orgulloso de eso. No puedo dejar de pensar que si hubieran nacido en Cuba hoy serían esclavos de un sistema, su vida dependería de dos ancianos y no podrían decir, ni siquiera, “abajo el comunismo”, como lo hizo el hombre que fue aprehendido por gritar esa frase durante la misa del Papa en Santiago, Cuba. Ellos y yo sabemos la enorme bendición que fue el que nacieran en Miami.
“El bautizo de Miami” es un ritual al que me he acostumbrado y que entiendo a la perfección. Pone en un lado a los que están por la libertad y del otro a los que no tienen el valor de llamarle dictador al dictador.