Carnaval es bueno para la salud
Se cumple un año más la liberación del gozo en el barrio latino de San Francisco
SAN FRANCISCO.— Piense en quien toca las congas. Un viejón puertorriqueño que se levantó al amanecer y a las 4:00 p.m. todavía rumbea con sus amigos en la calle Harrison. Canta los estribillos que le vienen a la mente —“agua que va a cae, oye que va a cae”— hasta provocar que una morena agite la cintura, el cuerpo entero, le baile allí mismo, poseída por su música.
Piense en Roberto Méndez, un fornido dominicano de expresión benevolente, serio practicante de capoeira —la danza-arte marcial creado en Brasil—, inmigrante reciente quien encontró pronto una comunidad, amigos, reconocimiento en el Área de la Bahía. “Maravilloso”, dice de la celebración que lo rodea.
Méndez es el rey de la fiesta, literalmente; el 22 de abril ganó la competencia para designar Rey del Carnaval y un mes después, esta tarde del 27 de mayo, se pasea ya sin corona por la fiesta que se prolonga tras el desfile, el cual encabezó con la bellísima Ashlee, la Reina.
Y más allá está Ashlee, quien dice que Carnaval es su fecha favorita —“es como mi Navidad”—, y claro afirma que el desfile fue como estar “en el cielo”. Ella, la Reina, cubierto ya el majestuoso cuerpo por un vestido blanco, quien camina sin séquito pero resguardada por el amor de una multitud que la reconoce, que la vitorea, que la saluda, que se toma fotos con ella, delgadísima, simpática y altísima muchachita nacida en Oakland quien desde niña, ha dicho, ha sido parte de esta celebración colorida, universal y vibrante.
“¿Qué sigue para mí? Buena pregunta. ¡Seguir disfrutando la vida! Pero ahora estoy aquí, y eso es lo que importa”, responde Ashlee. Y su declaración delinea bien la filosofía que buye en cada uno de los miles y miles de bailarines, músicos, coreógrafos, decoradores, estilistas, maquilladores y todo aquel que se ha involucrado en el desfile de Carnaval, que este año fue conformado por 62 contingentes y cuya duración redondeó tres horas.
La fiesta multicultural más grande de la Costa Oesta norteamericana, eso es el Carnaval de San Francisco, uno de los diez mejores del mundo. No es extraño que así sea. La gente que lo hace, la “gran familia” como la llama Jesse Adams, veterano bailarín, uno de los homenajeados este año por el contingente de Latin Dance Groove, es de lo mejor de este mundo.
Y en toda esa fiesta, el Departamento de Policía solo reportó un solo incidente violento; un pleito entre dos que dejó a uno de los contrincantes con raspones que no ameritaron hospitalización. Las razones de la rencilla eran viejas, no del día. Carnaval no da espacio para rencores quizá.
Piense sino en Mary Kay Mitchell, quien por 21 años ha bailado junto con su esposo, Urubu, a quien conoció en la clase de samba de Benny Duarte, en la década de los ochenta.
“Benny me enseñó a moverme, a sacudirme, a agitarme y liberarme en el gozo”, dice Mitchell quien de eventual aprendiz de samba —“solo buscaba una manera divertida de ejercitarme”— tornó ese baile en un estilo de vida.
Eva Martínez usó este año un minúsculo aditamento electrónico para contar cada paso que dio en Carnaval. Bailó tres horas. Suma más de una década participando en Carnaval. Tras el recorrido completo, el marcador indicaba que había dado 15,000 pasos, que había recorrido una distancia total de siete millas.
Martínez es una ‘adolescente’ bulliciosa que luce radiante a sus 60 años. Se prepara por estos días para volver a la universidad; estudiará un posgrado. Terminada su participación en Carnaval, caminó de vuelta desde la calle 17 donde el desfile acaba a la calle 24, en el barrio de la Misión. Se encontró con unos amigos, se derrumbó sobre un sillón a descansar y refrescarse. Cansada pero feliz. Tras un momento ya estaba de ánimo para arrullar un bebé entre sus brazos.
Como si fueran necesarias más evidencias, esa imagen de Eva Martínez en traje de comparsa haciendo sonreír a un recién nacido fue la prueba rotunda de que Carnaval es bueno para la salud, da felicidad a todos.