Todos los guerrenses en el pueblo contra los malhechores
La organización comunitaria es clave en Florencio Villarreal para luchar contra el crimen
FLORENCIO VILLARREAL, México.— Una pequeña casa de palma y adobe es al mediodía de esta costa del estado de Guerrero, el refugio contra el sol ardiente que supera los 40 grados centígrados del que Pedro Bernal debe salir para cumplir su rol de policía comunitario.
Con 66 años encima, lo mejor sería cuidar a sus ocho nietos que corretean entre cerdos y gallinas en el patio, pero no lo hará. Se prometió a sí mismo que no volvería a esconderse de las ráfagas de AK-47 por las noches, ni esperaría la siguiente extorsión para vender una y otra res hasta quedarse sin nada.
Cuelga la escopeta al hombro. Esa que descansó sólo unas horas tras los rondines a los que se sumó en enero pasado cuando la Unión de Pueblos Originarios del Estado de Guerrero (UPOEG) saltó contra el crimen organizado con unos 1,900 hombres, según sus cifras, en 22 comunidades con medio millón de habitantes.
– “Vamos pa’llá”- dice.
Una cuadrilla de hombres lo miran desde arriba de una destartalada camioneta sin placas que sirve igual para transportar forraje de ganado que como patrulla y ha sido testigo de tiroteos con un número impreciso de muertos de ambos bandos. Son hombres de rostros adustos y piel morena entre púberes, treintones y ancianos armados con rifles.
Ahora están prestos a las órdenes de Ernesto Gallardo, “El Comandante”, el segundo en la jerarquía de UPOEG, un indígena de 28 años bien parecido y de mirada intimidante al que algunos enemigos –como la alcaldesa de Tierra Colorada- lo acusan de haber sido un paramilitar contra grupos rebeldes al gobierno en la montaña.
Él se defiende: “Me inventan cosas, incluso han dicho que soy ex kaibil (soldado de élite del ejército de Guatemala) pero yo soy de aquí, de El Mezón”, y algunos presidentes municipales, jueces o agentes del ministerio público que son cómplices de los criminales están enojados porque con el movimiento se les cayó el negocio”.
El Comandante siempre viste de negro a diferencia de sus subordinados que llevan cualquier pantalón y una camisa color caqui bordada con la inscripción “policía comunitaria”.
El jefe lleva además chaleco antibalas, equipo de radiocomunicación y un teléfono celular que no para de sonar: debe atender la vigilancia callejera en los pueblos, la de los puestos fijos que hurgan a los carros “sospechosos”, que no vendan droga en las fiestas y hasta buscar prófugos como en este momento.
Lázaro Aguilar, el presunto delincuente que se acaba de escapar era una pieza clave para desarticular a una banda de secuestradores, pero por un descuido de los vigilantes ahora corre por los cerros que separan a las comunidades de Las Garzas, Cuatro Bancos, El Porvenir, El Charco y Playa Larga.
“Bloqueen los caminos, pongan los retenes, vamos a rodearlos”, ordena ya por radio, ya por el celular o con voz enérgica a los que tiene enfrente.
Los comunitarios montan tres camionetas y arrancan levantando una polvareda. Una de ellas, se detiene frente a un choza medio en ruinas, aparentemente abandonada al borde de la brecha de terracería, detrás de unos árboles de mango.
Gallardo entra saltando la cerca de alambre de púas, arma en mano. Atraviesa el patio dando zancadas, flanqueado por tres hombres. Dos van a la izquierda y los otros dos a la derecha de la construcción en silencio total hasta que concluyen que ahí no está el objetivo.
Vuelven al camino hasta que la vegetación se vuelve más espesa y hay que hacer el recorrido a pie entre huizaches, amates, nísperos, nanches y altos pastizales que no ayudan a las “autodefensas”, más bien, es un escondrijo ideal que el fugitivo –nativo de la zona- aprovecha al máximo en algún rincón.
Después de tres horas, la búsqueda se cancela. Los grupos separados se reúnen otra vez en el cruce de caminos para escuchar nuevas instrucciones frente a la casa de una familia que los recibe con vasos de refresco y agua.
El comandante anuncia un cambio de estrategia que deja atrás la persecución. Ahora van por la inteligencia, dice. Después de todo, “nuestro éxito como policía comunitaria, a diferencia de la oficial, es que la misma gente de las comunidades nos pasa información porque somos la policía del pueblo y sabemos movernos en el pueblo”.
El delincuente volverá a caer. Es la promesa de Gallardo a sus cansados huestes que sentados en el piso de tierra miran sus huaraches empolvados. “Tengo detenida a la esposa (del delincuente) y él va a regresar”.