Mariano Rivera, el fin de una carrera excepcional
"Las cosas pasan por un propósito", recalcó el pelotero durante una entrevista al entrar en el tramo final de su 19na y última temporada como lanzador de los Yankees.
NUEVA YORK.- “¿Y qué tal si…?”. Una y otra vez, Mariano Rivera tendrá la misma respuesta sobre esos momentos que marcaron el rumbo de su extraordinaria carrera en el béisbol de Grandes Ligas, despidiéndose como un mito.
“Las cosas pasan por un propósito”, recalcó Rivera durante una entrevista con The Associated Press al entrar en el tramo final de su 19na y última temporada como lanzador de los Yankees de Nueva York, su único equipo.
Está lo del scout que en primera instancia le descartó al considerar que no tenía suficiente habilidad como bateador. Pero un año después, cuando Herb Raybourn regresó a Panamá, el cazatalentos de los Yankees tuvo el atino de evaluar otra vez a Rivera como pitcher, aprobó lo que vio y ahí mismo ofreció 2,500 dólares para asegurar la firma. Casi un cuarto siglo después, el monto acumulado de salarios devengados por Rivera como pelotero profesional supera los 169 millones de dólares.
Está lo de la operación de codo a la que se sometió en 1992, cuando se abría paso en las menores. Se suponía que iba a ser una cirugía Tommy John, pero en el último momento los doctores determinaron que el ligamento no tenía que ser reemplazado y el tratamiento consistió en moverlo. Su recta ganaría cinco millas adicionales de velocidad tras pasar por el quirófano.
Está el aspecto que, en plena rehabilitación, las Grandes Ligas organizaron un draft para que dos nuevos clubes —los Rockies de Colorado y los Marlins de Florida— armasen sus nóminas con jugadores de otras organizaciones. Los Yankees dejaron disponible a Rivera, pero nadie lo tomó.
Está el momento en 1995 en el que los principales ejecutivos de los ‘Bombarderos de El Bronx” se percataron que Rivera rozaba las 96 millas por hora. Su debut ese año no había sido auspicioso, al permitir cinco carreras y ocho hits en tres innings y un tercio en una apertura con los Angelinos de Anaheim. Poco a poco, con 10 aperturas y nueve apariciones como relevista, fue mostrando destellos de su capacidad que llamaron la atención de otros equipos. Los Tigres de Detroit identificaron al panameño como parte de un canje por el abridor David Wells y los Marineros de Seattle hicieron otro tanto cuando los Yankees —que dudaban en darle la titularidad a Derek Jeter— querían adquirir al campocorto Félix Fermín.
“No tenía control sobre esas cosas, salvo hacer bien mi trabajo”, dijo Rivera. “Si los Yanquis tenía planeado hacer conmigo o no hacer esto, de eso yo no tenía control. Solo puedo decir con certeza. Dios estaba en el medio del asunto y él sabía lo que iba a pasar“.
Y las transacciones nunca se concretaron.
Rivera pasó a ser el preparador de John Wetteland durante la campaña de 1996, en la que Nueva York conquistó la Serie Mundial, su primer campeonato tras una sequía de 18 años. Rivera, Jeter y el abridor Andy Pettitte pasaron a formar del denominado “núcleo” que conquistó cinco títulos del Clásico de Otoño.
En 1997, Rivera pasó a ser el cerrador fijo y ese también fue el año en el que durante una práctica junto a su compatriota Ramiro Mendoza descubrió la recta cortada o el “cutter”, el devastador lanzamiento que es su sello de presentación y con el que ha roto una voluminosa cantidad de bates.
“Los más felices que están con su retiro son las fábricas de bates”, bromeó David Ortiz, el designado de los Medias Rojas de Boston.
Louisville Slugger, uno de esos fabricantes, realizó un estudio sobre el “daño” causado por Rivera y estimó que es responsable de hasta seis árboles.
Gracias a ese “cutter”, ese único pitcheo, se convirtió en el dueño del récord histórico de salvados, 652.
Atado al desesperado intento de los Yankees de clasificarse a la postemporada, Rivera disfruta los juegos con la misma filosofía desde su primer día, sin ningún tipo de miedo y con una profunda fe en Dios.
“Siempre he sido positivo durante mi carrera. Si tenía que pasar por eso, es porque Dios lo hizo de esa manera”, dijo Rivera al preguntársele sobre los vericuetos de su trayectoria.
“Si estaba lesionado, tenía que hacerse algo. Nunca he sido una persona de mortificarse: ‘qué va a pasar’, pensar en cosas que están demasiado adelante. Del día de mañana no sabemos qué va a pasar. Nunca he pensado en esa manera. Por eso siempre digo: ‘las cosas pasan por un propósito’ y Dios estaba en el medio del asunto”.
Ser un cerrador en Grandes Ligas durante tanto tiempo y con éxito —la de 2013 es su novena campaña en la que alcanza los 40 rescates— es sencillamente impresionante.
Fue el jugador más valioso de la Serie Mundial de 1999 y su efectividad es de 0.76 en 96 apariciones de postemporada, incluyendo 42 salvados, son marcas que parecen intocables.
Rivera reconoce que el único momento que siente nerviosismo es cuando está en el bullpen antes del llamado del mánager para entrar a lanzar.
“Una vez que tengo que trabajar, sé lo que tengo que hacer. Es una facultad que aprendí de pequeño y es ser competitivo. No hay manera diferente. De niño jugaba contra mayores que yo. Apostábamos unos cuantos centavos y peleábamos por todo, por un refresco y un queque (dulce)”, dijo.
Tampoco es que sea inmune a los fracasos, momentos en los que le tocó ser el vencido: el jonrón de Sandy Alomar para los Indios de Cleveland en los playoffs de 1997; el débil sencillo de Luis González que sentenció la Serie Mundial de 2001 en un séptimo juego para los Diamondbacks de Arizona; y el salvado desperdiciado ante los Medias Rojas en la serie de campeonato de la Liga Americana de 2004, uno que abrió las puertas para una épica remontada de Boston.
Lo que le diferencia de relevistas que nunca se recuperaron de reveses traumáticos, como Mitch Williams y Byung-Hyun Kim, es que Rivera no perdió mucho tiempo en afligirse.
También enfatiza el no despreciar a ningún oponente. “A todos (los bateadores) los veo por igual, todos son una lucha. Sé que hay otros que son mejores que otros. Lo veo iguales, no hay otra forma, y así se me hace más fácil, los ataco de la misma manera. En el momento en que yo piense que alguien no me puede hacer daño, ese el que me hará el daño. No puedo bajar la guardia“.
Salvo el desgarro de la rodilla derecha que sufrió el año pasado cuando atrapaba elevados en los jardines durante una práctica previo a un juego en Kansas City, Rivera casi no tuvo ausencias prolongadas por problemas físicos.
A casi dos meses de cumplir 44 años, el secreto de su longevidad ha sido llevar una vida sana: “Nada de ir a bares. Tu cuerpo necesita tiempo para descansar, lo contrario le quita a tu carrera. Todo tiene su lugar y su tiempo. Yo no tomo, mi tiempo libre es pasarlo con mi familia y descansar”.
Otra brillante temporada abrió el compás para conjeturas de que podría seguir activo, pero insiste que no hay marcha atrás a su decisión.
De hecho, su plan original era haberse retirado tras el término de la campaña de 2012, hasta que se produjo su lesión en la rodilla y no quiso despedirse de esa manera.
“Este año he usado las últimas balas que me quedaban“, dijo.
Perderse buena parte de la pasada temporada le permitió estar más tiempo junto a su esposa Clara y sus hijos Mariano, Jafet y Jaziel.
Su plan inmediato será completar una autobiografía que se publicará el año próximo. Se involucrará en el sistema de ligas menores de los Yankees. También dedicarse de lleno a la iglesia en New Rochelle, la comunidad al norte de Nueva York donde reside, que renovó por más de 2 millones de dólares y en la que su esposa será pastora.
“Mi retiro será para descansar”, dijo.