“El Chapo” no dirigía un castillo de naipes

Lo único que derribaría al cartel sería perder a todos los jefes principales en un corto plazo, como sucedió con los grandes carteles colombianos

La captura de Joaquín “El Chapo” Guzmán no ayuda a controlar el narcotráfico mejor que la ejecución de Osama bin Laden ayudó a reducir el terrorismo. Después que corrió la noticia de la aprehensión del jefe del Cartel del Pacífico (o “de Sinaloa”) el pasado 22 de febrero, algunos analistas y funcionarios de gobierno en Centroamérica vaticinaron una “recomposición” del narcotráfico en la región y más violencia. Pero hablaron demasiado pronto.

El narcotráfico no funciona como reloj suizo, con conductas repetitivas y predecibles. La composición de cada estructura, su interacción con las demás, y con las autoridades, determinan los desenlaces. La lealtad de los lazos familiares (al contrario de sólo intereses económicos) hace a un cartel menos susceptible a desbaratarse y ser botín de los rivales ante bajas por capturas y asesinatos, según explica el ex agente de inteligencia Tomás Borges en su libro “Maquiavelo para narcos” (2008). Estos vínculos cierran el trato a largo plazo, de acuerdo con el catedrático mexicano David Martínez-Amador. También lo blinda una estructura horizontal, como en el Cartel de Sinaloa.

Los Zetas, en cambio, tienen una debilidad de origen pese a su imagen violenta: son un puñado de mercenarios (sus fundadores, ex militares mexicanos) movidos por el dinero que les ofreció en los años 90 Osiel Cárdenas Guillen, líder en una estructura vertical que era el Cartel del Golfo. Después de la captura y extradición a EE.UU. de Cárdenas Guillen, los Zetas se divorciaron del cartel en 2010, perdieron la base social del cartel, las rutas tomadas al ganar “mentes y corazones” (al estilo Robin Hood) que se vuelven una red de soplones y cómplices (por dinero o bajo amenaza de muerte). Pero luego lo reconquistaron a la fuerza. Esa era su única salida porque llegaron al ruedo del narcotráfico cuando el pastel ya estaba repartido.

Ante territorios históricamente heredados por otros, los Zetas sólo podían abrirse paso con violencia. Ese despliegue los hizo visibles, y vulnerables. Así cayeron los dos más altos jefes Zetas en 2012 y 2013: Heriberto Lazcano, muerto en combate; Miguel Treviño, capturado.

Mientras tanto, bajo la sombrilla de Amado Carrillo Fuentes, jefe del Cartel de Juárez, estaban desde hace 20 años “El Chapo” Guzmán (antes de su captura en 1993 en Guatemala, y su encarcelamiento en México), Ismael “El Mayo” Zambada y Juan José Esparragoza, alias “El Azul”, entre otros. Después de su fuga de 2001, “El Chapo” emergió como el líder del Cartel de Sinaloa, y le declaró la guerra al Cartel de Juárez. Entre sus aliados estaban “El Mayo” y “El Azul”. Según la periodista mexicana Anabel Hernández, el primero “es el poder tras el trono de ‘El Chapo’”; el segundo es “el hombre negociador de los capos”, que hasta 2013 mantenían un bajo perfil.

¿Eso qué significa? No necesitaban visibilidad para mandar. Pero según el ex director de Operaciones Internacionales de la DEA, Michael Vigil, desde el año pasado, “El Chapo”, cansado de esconderse, decidió controlar mejor el negocio de cerca y disfrutar de su dinero. En la decisión parecía acompañarle “El Mayo” Zambada, que escapó de ser detenido. Pero la sorpresiva captura de “El Chapo” les demostró que se confiaron demasiado.

Vigil asegura que “El Mayo” Zambada es un sucesor renuente de “El Chapo” Guzmán. No quiere caminar sobre el doble filo de la visibilidad, pero tampoco puede dirigir la organización escondido en la Sierra de Badiraguato, Sinaloa. “El Chapo” lo logró siendo ya un codiciado trofeo de la lucha anti narcótica, y el mismo Zambada le dijo en 2010 a la revista Proceso de México que, “En lo que respecta a los capos encarcelados, muertos o extraditados, sus reemplazos están listos”. Es decir, con o sin Zambada, las operaciones transnacionales del Cartel de Sinaloa continuarían.

Lo único que derribaría al cartel sería perder a todos los jefes principales en un corto plazo, como sucedió con los grandes carteles colombianos, sin dejarle tiempo para organizar nuevos y efectivos liderazgos.

Según Martínez-Amador, que a “El Chapo” no lo rodeara su usual aparato de seguridad (unos 300 sujetos) hacía creer que estaba abandonado a su suerte. Pero quizá la transición de poder ya estaba en marcha. Es difícil saber con certeza. Al cartel le convenía que las autoridades persiguieran a un capo placebo. Cuando lo encontraron, sólo lo protegía un guardaespaldas dormido. El capo estaba con sus dos hijas y su esposa, Emma Coronel Aispuro. Ella es ex reina de belleza y sobrina de Ignacio Coronel Villareal, que dirigió la producción de metanfetaminas para el cartel (y presuntamente murió acribillado en 2010). Ese casamiento en 2007, como apunta el catedrático mexicano, aseguraban lealtades mutuas.

Vigil le dijo a The Washington Post que “El Chapo” Guzmán estaba cansado de huir. ¿Explica eso que lo sorprendieran desprevenido? Días antes había abandonado en una alcantarilla una mochila con un lanzacohetes, y dos cohetes, demasiado pesados para cargar. Para entonces, quizá el cambio de liderazgo ya avanzaba con las manecillas del reloj, y ese plan madurado con los años salvaba—por ahora—al Cartel de Sinaloa de convertirse en un castillo de naipes.

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