Intermediarios de armas

No es lo mismo comprar leche en el supermercado para la casa que adquirir un arma legalmente, diciendo que es para uso propio cuando en realidad es para otra persona. La diferencia es muy clara, excepto para cuatro jueces de la Suprema Corte de Justicia.

Por fortuna, el sentido común prevaleció en los otros cinco magistrados que pudieron ver más allá de las anteojeras ideológicas de la Segunda Enmienda y su distorsionada interpretación del derecho a portar armas. Los jueces reconocieron la importancia del caso que abría las puertas para el tráfico de armas.

En este caso, un individuo compra un revolver declarando en documentos federales —diseñados para saber quién compra armas— que es para él, cuando en realidad es para un tío.

La mayoría de los magistrados respaldaron la opinión de la jueza Elena Kagan que mentir durante una compra legal de arma sobre quién será el propietario del revólver elude el propósito de la ley, de dejar una huella para que se pueda seguir el rumbo del arma.

En cambio, el juez Antonin Scalia es quien argumentó en su disenso la teoría de la leche, de que en realidad no interesa quién la compra. Esta lógica permite la adquisición de armamento por parte de intermediarios que mienten sobre el destino de las armas.

En este caso, sobrino y tío podían comprarlas, pero en la práctica es imposible para el vendedor determinar si la persona que al final recibe el arma es un inocente familiar, un delincuente o el narcotráfico mexicano.

Lo asombroso del fallo de los cuatro jueces conservadores es el desprecio a las leyes federales que tratan de vigilar —ya que no puede controlar— la compra y venta de armas. Al igual que su tácita aceptación del tráfico de armas incluso donde se miente al Gobierno federal.

Ya es difícil comprender las raíces histórico-culturales que establecen en esta sociedad el derecho a portar armas, cuando los asesinatos y matanzas son una noticia diaria.

Más difícil es aceptar que cuatro jueces de la Suprema Corte acepten el tráfico de armas en desafío a una modesta ley federal. Lo bueno es que no fueron mayoría y que la compra de un fusil semiautomático sigue siendo muy distinto a un galón de leche.

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