Es tiempo de llorar

Papeles

De nuevo, la lágrima está de moda. El llanto, uno de los últimos bastiones del eterno femenino, sigue cayendo en picada. Desde que el macho alfa aprendió a llorar, lo está haciendo de maravilla.

El hombre de internet llora viendo pasar una nube, un ateo, atravesando un puente. Es el llanto por el llanto. Lo importante es practicar el rito de la lágrima. Esta se convirtió en una suerte de novela corta. Su majestad la lágrima tiene mucho de autobiográfica.

El mundial que quedó atrás y que nos dejó con el fútbol hecho en casa, es prueba de que el lagrimón siempre estará de regreso, si es que alguna vez se retiró a sus habitaciones.

Lloran los perdedores, como el hombre 10, James Rodríguez, goleador del campeonato. Al profesor Pékerman, técnico de Colombia, también se le “piantó un lagrimón”. Lloró emocionado, a ritmo de tango. Daban ganas de sacar a bailar las lágrimas del gaucho.

Y como todos nos sentimos haciendo patria con lo que hizo nuestro equipo, pues lloramos a medida que los nuestros iban llegando con su canasta de goles a cuestas.

Provocaba sacar pañuelo o su pariente rico, el clínex, el solo hecho de ver lloriquear a los jugadores cuando sonaban los himnos de sus naciones. De lejos se notaba que de la patriótica emoción se les había devuelto hasta el primer tetero.

Dice tanto y tan poco la letra de los himnos, que parece que hubiera un dios nuevo, burlón, irónico, travieso, encargado de inspirar el mismo himno para todos los países. Solo cambia la música. Que nos expliquen los sicólogos por qué cuando truena el himno las lágrimas convierten los cachetes en minúsculos niágaras. Felices los españoles cuyo himno no tiene letra. Se escaparon del lugar común, de la frase obvia, dulzarrona.

No tengo nada personal contra los himnos. Tampoco soy enemigo personal del llanto. Es más, pertenezco a la logia de los que lloran pasando la página de un libro, esperando que cambie el semáforo, bañando una lombriz, deseando la mujer del prójimo.

Eso de que los hombres no lloran pasó al basurero de la historia. Jesús nunca rió pero sí lloró ante la tumba de Lázaro. Y Lázaro resucitó.

El filósofo francés Michel Lacroix aclaró en su momento: “Asistimos a la rehabilitación de la vida emocional. Nos encontramos ante la aparición del hombre que siente”. “Siento, luego existo”, es la nueva religión.

Cristophe André, coautor de La fuerza de las emociones, proclamó que “el supercontrol de sí mismos es algo desueto”.

“Llorar es saludable mientras las lágrimas sean verdaderas”, pontifica la sicóloga Isabelle Filliozat.

El llanto es el esperanto de los niños que todavía no conocen vocales ni consonantes. Presentan ruidosos pliegos de peticiones con sus rabietas pasadas por agua. Más vale atender sus plegarias si no queremos que nuestros oídos tengan que pasar por el consultorio del costoso otorrinolaringólogo.

Países hay que tienen gentes que se tienen confianza para llorar en los entierros. Y cobran, claro. No sólo del llanto vive el hombre.

Francois Lelord, citado en un artículo de L’Express, aclaró que la mujer sigue llorando cinco veces más que el hombre. Allí está la pequeña diferencia. No la busquen en otra parte.

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