De campesino a uno de los neurocirujanos más brillantes
Alfredo Quiñones saltó la barda hacia EEUU a mediados de los años 80 solo para ahorrar dinero y comprar unas gafas “Ray-Ban” y unos teniss rojinegros de la marca Michael Jordan. No regresó a Mexicali, pero se convirtió en neurocirujano y referencia mundial en tumorología.
Desde su pulcro quirófano, donde extraer tumores cerebrales es común, Quiñones, conocido como “Dr. Q”, sueña con algo que pareciera ciencia ficción: el uso de células sanas para combatir el cáncer cerebral.
Se trata de “células guerreras”, extraídas de células madre de la grasa de los pacientes que, una vez modificadas con un virus inactivo, podrán identificar y matar las células cancerosas “que son muy correlonas”.
Por ahora, estos “caballitos de Troya” son solo un experimento pero encierran el potencial de mejorar los tratamientos de la radioterapia y quimioterapia.
Es parte de su labor en la prestigiosa Universidad de Johns Hopkins en Baltimore (Maryland), adonde hacen peregrinaje pacientes desahuciados de todo el mundo.
“Mi negocio es dar esperanza, porque muchos vienen con verdaderas sentencias de muerte… he tenido que hacer muchos sacrificios pero puedo decir que este amor a la ciencia ha valido la pena”, afirma.
Quiñones no olvida su origen humilde ni los familiares y mentores que guiaron su camino, como su abuelita paterna, “Nana María”, partera y curandera de un ejido en Mexicali.
La muerte de su abuelo materno, quien nunca salió de su ranchito pero siempre soñó con viajar, también lo inspiró a estudiar medicina, porque “es mejor morir soñando que vivir sin sueños”. Y antes de estudiar en la Universidad de Berkeley y en la Facultad de Medicina de Harvard, trabajó cosechando algodón, y también como pintor, soldador y chofer