Los que no tienen quién les haga un favor

“Llevo tres días llamando a los muchachos de la iglesia para que me ayuden con los mandados y nadie me contesta”.

Eso fue lo que me dijo Aida tan pronto la llamé. Ella tiene 94 años y vive sola en un pequeño apartamento de Manhattan, donde sólo se vive de recuerdos. Duerme en la sala como un invitado más. Porque desde que hace años su marido murió, no se atreve a dormir en el cuarto. Vive en un tercer piso de un edificio tan antiguo que no tiene elevador. Las escaleras para llegar a su casa tienen más de 150 escalones y son tan empinadas que cuando finalmente llegas a su puerta literalmente lo haces con la lengua afuera.

La conocí por mi jefe Ramón, una especie “en extinción ” de ejecutivos. Es cómplice y amigo, gran ser humano, pero MI JEFE, que cada vez que tiene un tiempo, se dedica a llamar a las personas de la tercera edad, a esos que no encuentra quién les haga un favor.

“Jorge, necesito que me acompañes a casa de Aida porque le compré un televisor y quiero que se lo instalemos”, me pidió Ramón. Ése fue mi primer encuentro con esta señora de sonrisa hermosa, pelo gris y una mirada que lo único que busca es un poco de amor. Eso sí, siempre está muy orgullosa de su vestimenta y, sobre todo, de proteger su dignidad.

Hace unos días mi amigo Tony me la recordó. Cuando la llamé me dijo que llevaba tres días sin que nadie la ayudara a traerle la compra. Ella a sus 94 años no puede subir y bajar tanta escalera.

Inmediatamente fui al supermercado y compramos algunas cosas que la pudieran ayudar a alimentarse. Hasta ahí todo bien.

Pero me quedé triste y preocupado. Pensé en todas las personas de esa edad que no tienen quién les haga un favor. Que quizás una de las pocas compañías que tienen es cuando hacemos el noticiero y nos ven para sentirse acompañados.

Pensé en Daisy, de 83 años, que sufrió un derrame cerebral y no se duerme hasta que se acaba el noticiero. Bajo la mano en señal de despedida y ella con su manita también nos dice “hasta mañana”.

Pensé en mis gemelos, que aunque están en la distancia, no dejo de luchar para que se conviertan en una inversión en la sociedad, que algún día, entre otras cosas, hagan favores a esos que no tienen quién se los haga.

Al final entendí a Ramón y aprendí que una de las cosas más importantes para un presentador es tener compasión por los demás. Y pienso en Aida, si le pasará algo porque no tiene quién la cuide, si podrá abrir las latas de comida que le compramos. Y pienso cuántas personas que nos ven en el noticiero estarán en la misma situación. Por eso la próxima vez piense en hacer un favor a ésos que no tienen quién se los haga.

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JorgeViera
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