Por qué la magia del ajedrez murió con el fin de la Guerra Fría

El noruego Magnus Carlsen defendió con éxito su corona mundial, pero la poca repercusión de su título hace que su nombre sea menos conocido que los de Bobby Fischer o Garry Kasparov

¿Es un deporte o pasatiempo? Es una pregunta que se repite una y otra vez, año tras año, cuando se define a uno de los juegos de mesa más populares del mundo: el ajedrez.

En algunos países incluso va más allá al formar parte del programa académico obligatorio para “impulsar el desarrollo intelectual de los niños y mejorar la habilidades de pensamiento en momentos críticos”.

En otros llega a ser simplemente una obsesión nacional.

En su acepción, la Real Academia española se refiere al ajedrez simplemente como un juego, si bien en 1999 la Federación Mundial del deporte fue admitida por el Comite Olímpico Internacional como un organismo deportivo.

Sea cual fuese su significado, el ajedrez parece atravesar un problema más profundo ante la falta de proyección internacional.

Rey sin séquito

Hace una semana el joven noruego de 23 años, Magnus Carlsen, retuvo su título de Campeón Mundial al vencer a su retador, el indio de 44 años, Vishy Anand.

El triunfo confirma a una de las mayores promesas del deporte en las últimas tres décadas. Sin embargo, el nombre de Magnus Carlsen no apareció en portadas de periódicos -con al excepción de Noruega- y, en el mejor de los casos, quedó relegado a secciones secundarias.

Este presente del ajedrez dista mucho del auge que vivió en las décadas de los 70 y 80.

En 1972, por ejemplo, los editores de noticias tenían una agenda llena de titulares.

Henry Kissinger estaba a punto de convertirse en secretario de Estados de Estados Unidos mientras Washington buscaba la manera de salirse de Vietnam.

Los asiáticos de Uganda fueron expulsados por el presidente del país Idi Amin, mientras en Irlanda del Norte estallaban los enfrentamientos sectarios y la crisis social y política en Chile se agudizaba.

También hubo el robo al complejo Watergate en Washington que produjo la renuncia de Richard Nixon.

Pese a la abundancia de noticias, en las portadas se reservaba el espacio para informar sobre un partido de ajedrez que se disputaba en la capital de Islandia, Reykjavik.

“Partido del siglo”

Nunca antes un partido de peones, torres y caballos había captado tanto el interés de la gente, a tal punto que fue denominado el “Partido del siglo“.

Con el cetro mundial en juego, el campeón Boris Spassky, de la Unión Soviética, se enfrentaba al retador estadounidense Bobby Fischer.

Las estridentes exigencias de Fischer estuvieron cerca de arruinar el duelo, pero su problemática y a la vez fascinante personalidad contribuyó a generar la repercusión que tuvo alrededor del mundo.

El solitario estadounidense contra la hasta entonces invencible máquina de ajedrez soviética.

Archivo: Murió Bobby Fischer, el genio del ajedrez

Más de cuarenta años después el duelo por la corona mundial vuelve a estar en las primeras planas.

Aunque esta vez sólo en Noruega.

Ni siquiera el surgimiento del niño prodigio ha sido suficiente para cautivar al mundo como sucedió con Fischer.

La guerra fría

A diferencia del fútbol, que en base a una narrativa simple atrae a millones de personas cada fin de semana, el ajedrez necesita de otros factores para surgir de su anonimato.

Fue como el duelo entre Fischer y Spassky estuvo enmarcado en un contexto político que trascendió lo que estaba en juego sobre el tablero.

La fiebre por el ajedrez se extendió en latitudes y longitudes, hasta el punto que en muchos países se incorporó una sección de las más populares jugadas a periódicos de circulación nacional, al estilo de los crucigramas.

Hubo una proliferación en la venta de libros y de tableros y piezas, de todo tipo de diseño y material.

Después apareció la feroz rivalidad entre Anatoly Karpov, fiel al Kremlin, y el disidente Victor Korchnoi, a quien no se podía nombrar en la Unión Soviética tras pedir asilo en Occidente.

Los partidos estaban precedidos de una serie de complots, tanto reales como imaginarios.

Uno de ellos fue cuando Karpov recibió un yogurt durante un juego, del que se dijo transmitió un mensaje secreto con el tipo de sabor.

Después de la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, surgió Gary Kasparov como el espíritu de la democracia para retar a Karpov, quien se identificaba plenamente con el marxismo.

Pero el fin de la Guerra Fría no fue el único golpe que recibió el ajedrez, también lo ha sido el avance de la informática.

Millones de calculaciones

Un problema que significó el avance de las computadoras es que los juegos de ajedrez se convirtieron en interminables duelos de concentración, sin la posibilidad de ser interrumpidos como sucedía en el pasado tras cinco horas.

Las autoridades, obligadas para evitar sospechas de trampa, tuvieron que aislar a los jugadores de cualquier acceso a computadoras programadas para resolver y calcular las mejores jugadas.

Esto ha perjudicado claramente a Carlsen, quien pese a poseer la mejor clasificación de cualquier jugador en la historia, nunca ha podido generar la misma aureola de genio de Fischer.

En 1997, la victoria de la computadora de IBM, Deep Blue, sobre el campeón Kasparov terminó de sellar el paso de poder.

Cualquier aficionado sabe ahora que la más sorprendente jugada de Carlsen puede ser mejorada por una computadora y eso ha transformado a quienes una vez fueron considerados semidioses en simple mortales.

¿Jaque mate?

Pese a que The New York Times cerró recientemente su columna dedicada al ajedrez, sería un error temer por el futuro del juego.

Y es que la era de la computación lo que ha fomentado es una transformación del juego.

Ahora millones de personas pueden jugar ajedrez a través de internet con oponentes en todas partes del mundo, mientras que los torneos oficiales se pueden seguir por la red.

El juego sigue siendo promovido en los colegios y una encuesta reciente mostró que el número de jugadores, de todas las edades, en el mundo supera los cientos de millones.

A esto se suma el hecho que en lugar de “resolver” el juego, la computadoras han encontrado nuevas vías a jugadas que parecían antes estancadas.

Es este elemento de complejidad que ha permitido que el ajedrez continúe siendo una fuente de encanto, de incertidumbre y belleza que ha evolucionado a lo largo de los siglos.

Tal vez no esté más en los titulares, pero el ajedrez sigue presente sobre la mesa de plazas, colegios y casas.

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