Alicia Kizakiewicz, el vivo retrato de los peligros de la pederastia online
Esta mujer vivió una experiencia aterradora cuando era una niña, al caer en las garras de un pedófilo que la embaucó con una identidad falsa a través de Internet.
Alicia Kizakiewicz tenía 13 años cuando se escapó de su casa en Pittsburgh, Estados Unidos, para encontrarse con alguien con quien había estado chateando en internet. Lo que pasó luego fue una pesadilla.
Alicia, que tiene ahora 27 años, ha hecho su misión proteger a niños para que no pasen por lo que ella pasó. Incluso, hay una ley que lleva su nombre en varios estados de EEUU.
Esta es su historia en sus propias palabras.
Recuerdo que la Navidad de 2001 fue realmente fantástica, y lo mismo la primera mitad del primer día de 2002. Año Nuevo siempre ha sido un día de celebración para mi familia.
En algún momento entre la cena y el postre, le pregunté a mi madre si podía ir a tumbarme porque me dolía el estómago.
Me escabullí por detrás del árbol de Navidad que estaba en la puerta de entrada y la abrí para encontrarme con la persona que pensé que era un amigo.
Recuerdo estar en una esquina y una vocecita, mi intuición, me decía: “Alicia, ¿qué estás haciendo? Esto es muy peligroso, tienes que volver a casa”.
Me di la vuelta y empecé a andar hacia la casa, pero luego escuché que me llamaban y de pronto, estaba en un auto con este hombre. Inmediatamente tuve miedo de morir.
Mi infancia, hasta ese momento, había sido increíble. Éramos, y todavía somos, una familia muy unida. Mi infancia estuvo llena de diversión.
Fue mi hermano mayor el que me introdujo al uso de internet.
En 2001 y 2002 había muy poca gente educando a los niños sobre los peligros de internet.
Me hice un nombre de pantalla y me metí online. Mis amigos y yo hablábamos de todo tipo de cosa. Los chicos más populares hablaban con los menos populares. Me sentí segura.
“Sé buena. Quédate quieta”
Había un chico, un niño que yo pensaba que tenía más o menos mi edad, que no conocía, y al que le gustaban las mismas cosas que a mí.
Me escuchaba día y noche, me daba consejos. Era alguien con quien podía quejarme de lo que no me gustaba y alguien que me hacía sentir bien a lo largo de los ocho o nueve meses que precedieron a mi secuestro.
Es la persona a la que salí a ver el día de Año Nuevo y el que me secuestró en su auto.
Agarraba mi mano con tanta fuerza que pensé que me la había roto.
Me daba órdenes, me decía: “Sé buena, quédate quieta”. Si no obedecía, me decía que me metería en el maletero (baúl).
Después de un tiempo, el auto llegó a un peaje y en mi cabeza, pensé: “Esta es mi oportunidad, ahora me van a rescatar porque esta persona en el peaje va a ver a una niña llorando y va a pensar, ¿qué está pasando? Y va a llamar a la policía y todo esto va a terminar”.
Pero el hombre del peaje no me vio, ni pensó que pasaba nada malo, y el auto aceleró.
No hay palabras para explicar el miedo y el terror de pensar que esta persona podía parar y matarme en cualquier momento.
Siguió manejando durante unas cinco horas, desde Pittsburgh hasta Virginia (EEUU).
Finalmente, el auto paró. Me sacó y me arrastró hasta su casa. Y me siguió arrastrando escaleras abajo hasta el sótano, donde había una puerta con un candado y me metió dentro.
Entonces me sacó la ropa, me miró y dijo: “Esto va a ser muy duro para ti. Está bien, llora”.
Entonces me puso una cadena de perro en el cuello y me llevó arriba a su habitación. Y me violó.
“Empecé a aceptar que iba a morir”
Me encadenó al suelo con el collar de perro al lado de la cama. Me violó, me golpeó y me torturó en esa casa durante cuatro días.
Tengo que decir que es increíble la respuesta que obtengo a veces cuando lo explico. A veces, la gente me dice: “Tienes suerte, no duró mucho”.
Quiero dejar claro que no se puede definir el dolor por el tiempo que se sufre, o por lo que pasó, sino que lo que importa es cómo esa experiencia afecta a la persona. Cómo impacta en ella.
Si bien hice lo que pude para sobrevivir, sin importar cuán humillante, doloroso o asqueroso fuera, no tenía control sobre mi destino.
Cuando intenté resistirme, acabé con la nariz rota. Si ya había sido capaz de secuestrar a una niña, ya me había hecho cosas indescriptibles, ¿por qué no iba a matarme también?
Al cuarto día, dijo: “Estás empezando a gustarme demasiado. Esta noche vamos a ir a dar una vuelta en auto”. En ese momento, supe que no había nada que yo pudiera hacer. Supe que me iba a matar. Ese día también me dio de comer por primera vez en cuatro días y se fue a trabajar.
Recuerdo haber llorado, rezado y me puse a pensar sobre todo lo que haría si fuera más fuerte, si fuera un personaje en una película de superhéroes.
Pensé: “Me va a matar, pero no voy a irme sin pelear, y quizás puedo ganar”. Pero luego me di cuenta de que ya había perdido muchas veces. Y pronto perdí la esperanza.
Pensé mucho en mis padres esos días. Sabía que me estaban buscando y que me querían. No tenía duda de que me encontrarían, la pregunta es si me encontrarían viva o muerta.
Pensé: “¿Cuándo fue la última vez que les dije que los quiero? ¿Saben cuánto los quiero?”.
Empecé a aceptar que iba a morir. Entré en un estado de aturdimiento. Pero luego escuché el sonido de hombres enfadados golpeando la puerta de abajo.
Como había perdido cualquier esperanza, pensé que estaban allí para matarme, así que me metí debajo de la cama para intentar esconderme e intenté no hacer ningún ruido.
Los oí moverse rápido por la casa y gritar “¡Limpio!”, “¡Limpio!”, “¡Limpio!”.
Ahora sé lo que significa esa palabra, pero entonces no tenía ni idea.
Debí hacer algún ruido porque escuché a un hombre decir “¡Movimiento allí!” y desde donde estaba, vi unas botas al lado.
Un hombre me dijo que saliera de debajo de la cama y levantara las manos. Estaba desnuda. Miraba hacia abajo y veía el cañón de una pistola.
Pensé que entonces me matarían, que ese era el final. Pero entonces el hombre se dio la vuelta y vi que detrás de su chaqueta decía FBI, y vi a todos esos agentes entrar corriendo en la habitación.
Cortaron la cadena que tenía alrededor del cuello y me ayudaron, me liberaron. Me dieron una segunda oportunidad para vivir. Estos hombres y mujeres, son mis ángeles.
Cuando estuve cautiva, mi secuestrador emitió por internet las imágenes mientras abusaba de mí.
Uno de los que estaba viendo, reconoció a la niña de ese video horrible como aquella que aparecía en los posters de personas desaparecidas.
Fue a una cabina, llamó al FBI y les dio el nombre de pantalla del abusador. Con él, el FBI encontró su dirección de IP y con eso me encontraron. Fue un milagro. Esencialmente, un monstruo delató a otro.
Poder y control
Tengo mucha suerte. Si esos agentes hubieran parado a por un café, o su auto se hubiera estropeado, ahora no estaría aquí. Él iba a llegar a su casa a las 4.30 pm y los agentes llegaron a las 4.10.
Incluso hoy, la gente se sorprende de escuchar una historia como la mía. En 2002, cuando me secuestraron, no podían entender cómo esto había pasado.
Culpaban a la víctima, algo que, tristemente, no es muy distinto a lo que pasa con los casos de abusos sexuales hoy en día.
Tras mi propio periodo de recuperación, con 14 años, empecé a ir a escuelas, dando presentaciones, y compartiendo mi historia. Hoy, casi 14 años después, sigo con mi misión, compartiendo mi historia con gente de todo el mundo y aconsejando a las familias sobre seguridad en internet.
Ahora estoy estudiando una maestría en psicología forense y me gradúo en solo unos meses. Quiero trabajar con niños que hayan sido víctimas de secuestro o explotación sexual y con sus familias.
Durante años, las relaciones personales se me hicieron difíciles. Las caricias más amorosas y dulces podían parecer de pronto dañinas y malvadas.
Pero el día después de mi graduación, me caso. Mi prometido apoya mi misión y es un gran hombre, pero sobre todo un gran amigo.
Lo que es muy importante recordar, y que a mí me llevó mucho tiempo aprender, es que las violaciones son una cuestión de poder y control, y el amor nunca lo es.
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