Qué le pasa al cuerpo cuando trabajas de noche y duermes de día
Estos horarios pueden tener consecuencias para la salud a corto y largo plazo
En un sentido metafórico ir a contramano del mundo puede hasta resultar atractivo: una persona rebelde que no acata las reglas, que hace lo que quiere, que no está atada a ningún mandato y que no le importa.
Pero este no es el caso: hablamos de quienes viven al revés del sol debido a que sus trabajos suceden de noche y mientras la mayoría del mundo de este hemisferio duerme, ellos están despiertos y atentos, junto con la luna y las estrellas. No parece tan tremendo si lo describimos así, pero lo cierto es que quienes trabajan de noche la pasan mal porque nunca terminan de descansar bien, entre otras consecuencias.
Teresa es enfermera, durante años trabajó en el turno de noche de un hospital, y su testimonio es tajante y concreto: “Trabajar de noche me hacía engordar debido a lo que comía para mantenerme despierta, lúcida y atenta. Y después de día todo era peor, vivía de malhumor porque nunca terminaba de descansar como corresponde”.
Personal médico y estudiantes son los más analizados por la ciencia para entender las consecuencias que tiene trabajar de noche, pero los resultados aplican a cualquier persona que deba estar alerta durante el horario del sueño.
“Quienes trabajan de noche están realizando algo antifisiológico porque es la hora en que naturalmente estamos preparados para dormir, por lo tanto, deberán hacer un gran esfuerzo para mantenerse despiertos, activos y, sobre todo, prestar atención sin cometer errores”, señala la doctora Mirta Averbuch, Jefa de la Unidad de Medicina del Sueño del Instituto de Neurociencias del Hospital Universitario Fundación Favaloro, en Argentina.
El horario nocturno, entonces, implica dos problemas:
1) El consumo de sustancias energizantes para mantener al cerebro despierto y la dificultad de dormirse de día porque resulta antinatural. Además de las inmediatas, estas dos traen otras consecuencias a largo plazo.
2) La disminución sustancial del descanso necesario para estar lúcidos durante el día lo que implica un cansancio permanente junto con una irritabilidad sin solución de continuidad.
Ganarle al sueño
“Los estudios indican que sólo un 40% de las personas se termina de adaptar medianamente bien a estos cambios de horarios. Las consecuencias más frecuentes para quienes no logran adaptarse son la obesidad, las dificultades de atención y de memoria y la irritabilidad”, explica Pablo López, doctor en psicología y especialista en sueño del Instituto INECO.
“Me mantenía despierta a fuerza de bebidas energizantes y de cigarrillos. Era diseñadora freelance en esa época. Dormía de a ratos, pero me pasaba casi toda la noche despierta. Una vez llegué a estar más de dos días sin dormir nada de nada, pasada de rosca”, cuenta Carolina que hoy recuerda esos tiempos como tremendos. “Me quedó algo llamado síndrome vertiginoso de periferia que también se conoce como el mal del marinero: pierdes el equilibrio y cada tanto te dan mareos constantes.”
La cuestión no sólo pasa por no poder dormir en sí, porque siempre se puede dormir de día -aunque esté comprobado, de acuerdo con los especialistas, que nunca el descanso es el mismo, que siempre es menor que en la vida normal-, sino porque se suceden dos quiebras. Por un lado, biológica, y por el otro, social.
Respecto a lo biológico el asunto se relaciona con la secreción de hormonas. De acuerdo con López se produce un cambio en este sentido porque de noche segregamos melatonina que produce somnolencia justo a la hora que el trabajo requiere de estar alerta.
A esta cuestión hormonal se le suma lo social porque, dado que es un horario para dormir, no hay ninguna comida pautada como hábito social. “Quienes trabajan de noche tienen menor posibilidad de llevar una dieta sana, se come mucho para mantenerse alerta, de ahí la obesidad. Los estudios aseguran que en estos casos se suelen hacer colaciones pequeñas y desordenadas”, señala López.
El largo plazo
Tal como indica López, estas dos rupturas -biológica y social- están asociadas al llamado estrés cardiometabólico, que a largo plazo puede provocar enfermedades cardiovasculares y diabetes tipo dos, “no es causa y efecto, pero sí hay una relación”, agrega.
Lamentablemente, estas no son las únicas consecuencias, debido a que cada cuerpo reacciona como puede. “A largo plazo, comienzan los olvidos, la falta de concentración, aparece una mayor vulnerabilidad a la depresión y en las mujeres jóvenes puede disminuir la infertilidad y ser mayor el número de abortos espontáneos”, asegura Averbuch.
Por: Cecilia Acuña/La Nación