Editorial: Trump es también un resultado de 9/11
Tampoco hay que olvidar la sangre posteriormente derramada a raíz de esos ataques y las decenas de miles de millones de dólares derrochados en aventuras militares
Hace 17 años un terrible atentado terrorista estremeció a los estadounidenses matando a miles de personas. Fue un parteaguas que cambió el rumbo de Estados Unidos. Su impacto se siente hasta el día en la vida diaria de los estadounidenses.
La capacidad de destrucción causada por un reducido grupo con cuatro aviones de pasajeros abrió los ojos a una vulnerabilidad nunca sentida antes. Las imágenes de las Torres Gemelas, del Pentágono y las voces de los pasajeros del avión estrellado en Pensilvania permanecerán para siempre en la conciencia nacional.
Estados Unidos no estaba preparado para enfrentar un ataque de esta magnitud, aunque las investigaciones posteriores mostraron que había numerosas señales que nunca fueron combinadas para revelar la intención terrorista. Como resultado de ello, la privacidad del individuo prácticamente desapareció ante el poder del aparato de vigilancia gubernamental.
La respuesta militar convencional contra el gobierno del Talibán que cobijaba a Osama Bin Laden mostró ser inadecuada. Todavía hay tropas estadounidenses en Afganistán sin una misión clara. La insólita invasión a Irak fue tan caótica como para desestabilizar la región.
En esas operaciones militares, y en las fantasías de transformar el Medio Oriente en una democracia, murió mucha gente, sin necesidad. Otros se enriquecieron gracias a la privatización de la guerra y la corrupción consecuente.
El ataque exacerbó el sentimiento antimusulmán que culminó con el populismo nativista que a su vez llevó a Donald Trump a la Casa Blanca. El Presidente dijo que en ese momento vio una multitud de musulmanes celebrando los ataque en New Jersey. Eso nunca ocurrió. Ahora su gobierno asusta al pueblo con la amenaza terrorista para justificar su política migratoria draconiana.
Trump, fiel a su narcisismo, también uso el atentado para promoverse, mostrando su insensibilidad ante la tragedia humana. Su primer comentario el día del ataque fue decir en una radio local que su edificio en Manhattan era ahora el más alto con la destrucción de las Torres Gemelas. Ya en la presidencia dijo que su alta popularidad fue solamente superada por “un pequeño período con un megáfono”, refiriéndose a que el expresidente George W. Bush habló a los rescatistas al día siguiente del atentado con un megáfono entre los escombros del World Trade Center.
Es indignante que el Presidente desmerezca de esa manera el peor ataque en territorio continental en la historia de Estados Unidos para no empañar su propia exaltación.
De igual manera es intolerable el que otras personas aprovechen la tragedia del 9/11 para otras causas, como compararla recientemente con la eliminación de las estatuas Confederadas de la Guerra Civil o hasta la protesta de los jugadores de fútbol americano.
El 9/11 es una fecha dolorosa imborrable. Tampoco hay que olvidar la sangre posteriormente derramada a raíz de esos ataques y las decenas de miles de millones de dólares derrochados en aventuras militares.