“No voy en tren, voy en jalón”: El viaje de unos hondureños, sobre una camioneta
Un auto se detuvo y varios pudieron descansar el cuerpo, más no desconectar el miedo y la incertidumbre
TEPANATEPEC.- Michel Hernández se levantó a las 3:00 de la mañana. Puso su camisa rosa de rayas negras y blancas y acicaló sus trenzas con las manos, mirándose en un pequeño espejo. “Una salió bien guapa de Honduras y mira cómo he terminado”, lamentó.
Michel echó andar por la carretera que va de Arriaga a Tepanapec. Contoneó las nalgas con exagerado movimiento como “buena trasns (sexual)” en la Caravana Migrante camino a Houston. Pero el tiempo pasaba y no lograba un aventón. Ni ella ni sus cuatro amigas, pese a los encantos que intentaban desplegar.
Después de unas horas, una camioneta pequeña se detuvo y las cuatro chicas subieron con júbilo. El espacio quedó a la mitad de su capacidad. Metros adelante, una familia con cuatro niños -dos nenas y un pequeño- también abordó. Este arribo incluyó una carriola y las mochilas de esta familia. Aparentemente, ya no cabía nada más.
El vehículo avanzó a paso lento. Desde un megáfono, un centroamericano que intentaba guiar a parte de la caravana -entre 3,000 y 4,000 personas- comenzó a bromear. Miraba a Michel con sorna.
El conductor se confundió y se detuvo un momento. El alto lo aprovecharon dos hombres (un adolescente y su padre) que saltaron para sumarse al grupo en dos zancadas. Se presentaron como Dani y Alex Amaya de Santa Bárbara Honduras. Todos sonríen y se compactan.
Una de las mujeres que acompañan Michel, una mulata grande y gorda, se declaró incompetente para mover su cuerpo expandido a todo lo ancho “No puedo, no puedo”, soltó con cansancio y echó para atrás la cabeza. Con los ojos medio abiertos observó el éxodo. Coches y coches repletos de jóvenes paisanos que lograron un jalón sobre camiones, tráilers, camionetas.
La desfachatez de la joven transexual hizo sonreir a Alex Arriaga, quien durante casi una hora había permanecido callado. Al subir a la camioneta había sacado paracetamol y clorfenamina para su hijo Dani, de 23 años y luego se hundió en sus pensamientos. Recordaba a su esposa e hijos: uno de seis meses y otro de seis años.
“Uno no se va porque quiere, sino porque allá no se puede comer, somos campesinos y el dinero no alcanza: o comes o pagas luz y renta”, soltó poco antes de que otros dos hombres lo empujaran para obtener espacio. Así sumaron 17 personas en dos metros de ancho por tres de largo.
En el alboroto, alguien pisó a Rigo, un muchachito de cuatro años sentado sobre la carriola. El niño suelta un manotazo contra el agresor. La hermana se rió de la situación y volvió a lo suyo: cantar.
“Pimpón es un muñeco, muy guapo y de cartón, se lava las manitas con agua y con jabón…”.
Abajo del vehículo, miles seguían caminando. El paisaje ofrecía: madres empujando carriolas, hombres de mochilas gordas, una pareja con un perro, un anciano con un suéter en la cabeza y niños bronceados, tras dos semanas de viaje.
“Pobre gente que no ha alcanzado jalón. Hoy tenemos suerte”, dijo Michel al observar el éxodo. “A veces yo tengo suerte, pero soy una tonta, ¿Por qué no me quedé en Houston como mi mamá y mi hermana? ¿Para qué fui de regreso a Honduras. ¡Por gusto! Bueno, la patria llama… ¡Qué quemada estoy. Tengo todo el cuello ardiendo y aquí, ahora bajo el sol. Y lo que falta. ¿Dos horas? No, mi amor, falta un mes por lo menos”, reflexionaba.