De las calles, a la prisión y ahora a la universidad
Es una de las fundadora de Rising Scholars, un programa para conectar a exofensores con recursos para obtener éxito escolar
Cuando Irene Sotelo escuchaba aterrada como las ratas caían sobre su tienda de campaña en la que pasaba las noches debajo de un puente de Los Ángeles, jamás pensó que un día se iba a graduar de la universidad, mucho menos hacer una maestría.
Esta abuela de 53 años cursa el primer semestre de estudios en trabajo social en la Universidad Estatal de California de Long Beach (Cal State Long Beach).
“Me siento muy orgullosa”, dice sonriendo.
Y tiene muchas razones para estarlo; logró vencer lo que parecía imposible, dejó las calles donde vivió por casi dos años, el consumo y ventas de drogas, y la prisión estatal de mujeres en la ciudad de Chowchilla en el Valle Central de California, donde pasó un año y medio tras las rejas.
Infancia rota
Irene quedó huérfana a los 11 años de edad cuando su madre se suicidó.
Dice que el trauma de perder a su progenitora la llevó a refugiarse en las pandillas y en las drogas en la ciudad de Norwalk del condado de Los Ángeles, donde nació y creció.
A los 18 años conoció al padre de sus dos hijos. Cuando se convirtió en madre dejó las drogas y se dedicó a criarlos.
Por algunos años, su vida parecía marchar bien, pero a los 36 años, le detectaron cáncer cervical. “Me dieron quimioterapia y me alivié, pero me hice adicta a los medicamentos para el dolor. De ahí pasé a las metanfetaminas”, recuerda.
Su adicción creció tanto que terminó por dejar su casa y sus hijos, y se convirtió en una mujer sin hogar.
“Comencé a vivir en las calles, debajo de los puentes, en campamentos, cerca de las vías del ferrocarril. Una vez me golpearon y casi pierdo un ojo. También me violaron y me enviaron al hospital”, relata.
De consumidora, pasó a vender y transportar drogas y a falsificar números de tarjetas de crédito. Con las ganancias pudo vivir en cuartos de motel. Pero no tardó en caer en manos de la ley.
Rehabilitación y educación
En abril de 2010 fue arrestada. Un mes después, a causa de las drogas le pegó un derrame cerebral que le paralizó la mitad de su cuerpo.
En silla de ruedas fue condenada a tres años de prisión por los delitos de venta y transporte de drogas, y robo de identidad.
Sin embargo, su buen comportamiento en la prisión hizo que su condena fuera reducida de tres años a un año y medio.
“Al salir de la prisión, lo primero que hice fue ir a un programa de rehabilitación contra las drogas. Seis meses después, en 2011 me inscribí en Cerritos College”, cuenta.
En 2015 se graduó del colegio comunitario, y en enero de 2016 fue aceptada en Cal State Long Beach para estudiar Sociología con una especialidad en Justicia Criminal.
Lo inesperado
Cuando estaba en el segundo año de estudios universitarios, ocurrió un sorpresivo suceso; resultó que una de sus maestras era nada menos que la fiscal que la había procesado, Jenniffer Cops.
“Me le acerqué y cuando le dije que ella me había mandado a la cárcel por tres años, se puso un poco asustada, pensaba que yo estaba enojada”, recuerda.
Pero era todo lo contrario. “’Tú salvaste mi vida mandándome a prisión. Necesitaba ir ahí para cambiar. Vivía en la calle, usando y vendiendo drogas. Había perdido a mi familia’, le dije”.
Irene no cree que su caso sea un ejemplo de que el sistema de prisiones de California funciona.
“No hay rehabilitación en las prisiones. No hay fondos para eso. Lo que pasó conmigo fue que toqué fondo. Eso me hizo querer cambiar. El derrame cerebral me pegó en la cárcel, si me hubiera pasado en la calle, me habría muerto. Vi todo lo que me había pasado como una segunda oportunidad, y también extrañaba mucho a mis hijos, no podía verlos ni llamarles”, dice.
Ya graduada como socióloga, cuenta que mucha gente la animó a hacer la maestría. “Me sentía asustaba, pero cuando empecé a sacar ‘A’, las máximas calificaciones, dije ‘sí puedo’. Espero graduarme en 2021 cuando tenga 56 años”, comenta.
Dice que se siente muy contenta porque sus hijos se sienten muy orgullosos de cómo logró dejar atrás los problemas del pasado.
Formando estudiantes
Hace dos años, junto con otros estudiantes, Irene creó en Cal State Long Beach, Rising Scholars (en español Formando Estudiantes), un programa para apoyar con recursos para la universidad, a los los que salen de prisión como ella.
Dice que se ve en el futuro creando una organización no lucrativa para ayudar a los jóvenes en las cárceles y prisiones a que vayan a la universidad cuando cumplan sus sentencias.
“De lo único que me arrepiento es de no haber ido a la universidad cuando estaba joven. ¿Quién sabe dónde estaría ahora?”, dice.
En la actualidad, Irene vive en la ciudad de Whittier, en el condado de Los Ángeles. Ha restablecido su relación con sus dos hijos de 32 y 29 años. “Tengo dos nietos, uno de 9 años y una nieta de tres años. Me encanta ser abuela”, dice.
El profesor de Justicia Criminal de Cal State Long Beach, James Binnall, quien ha sido mentor de Irene y es el principal consejero de Rising Scholars, dice que es muy importante que los expresidiarios tengan una red de apoyo para poder acceder a la universidad.
“Tenemos como 20 miembros en el grupo y cada mes nos juntamos”, explica.
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Y explica que Rising Scholars sirve para dos fines: indicar a los estudiantes dónde están los recursos de apoyo para la universidad y animarlos a seguir estudiando.
“Irene es un modelo para esos muchachos que han estado en prisión, y un ejemplo de que hay luz al final del túnel”, dice.
El propio profesor Binnall estuvo en prisión, pero logró vencer los pronósticos en contra y convertirse en abogado.
“Para quien sale de la prisión, la educación no es una prioridad. El mayor desafío es hacerles entender que hay recursos, préstamos y becas disponibles para su educación. Ellos vienen de familias y barrios pobres donde no han tenido la oportunidad de educarse, y piensan que la universidad no es para ellos”, asevera.
Considera que las universidades públicas de California se mueven hacia una dirección de más apertura para los exofensores. “Antes había mucha discriminación y estigma, pero esto está cambiando, y un ejemplo es Cal State Long Beach”, asegura.
Agrega que contar en las aulas con mujeres extraordinarias como Irene es muy enriquecedor para otros estudiantes que quieren ir a trabajar a los cuerpos policiacos. “La experiencia que ella vivió al estar en una cárcel aporta mucha riqueza en el aprendizaje y preparación de los futuros miembros de los cuerpos del orden”, indica.
Fuera de lo común
Jeniffer Cops, la fiscal de Long Beach, dice que la hace sentir increíblemente feliz ver el cambio de Irene. “No es común que alguien vaya a prisión y dé un giro positivo a su vida. Así que ha sido maravilloso encontrármela en la universidad”, expresa.
“Desde el comienzo que nos encontramos, fue muy amable conmigo. Definitivamente fue una sorpresa y un shock verla en mi clase”, admite.
“Ella puede ayudar mucho a quienes todavía están en la cárcel para motivarlos a cambiar sus vidas e inscribirse en la universidad cuando obtengan su libertad”, añade.
Cops es fiscal en el condado de Los Ángeles y maestra en Cal State Long Beach. Ella e Irene mantienen una relación cercana. Su familia y amigos pagaron un viaje de Irene para ir a Nueva York a contar su historia.