Por qué Rusia quiere volver a Afganistán 30 años después del final del conflicto que anticipó la caída de la Unión Soviética
Tres décadas después, el Kremlin quiere volver a ser un actor principal en la región
Boris Grómov fue el último en cruzar.
Tenía que ser él, comandante en jefe de las fuerzas armadas soviéticas desplegadas en Afganistán, quien cerrara la caravana.
La mañana del 15 de febrero de 1989 las tropas del 40º Ejército Ruso empezaron a cruzar el río Amu Darya, que separa la ciudad afgana de Hairatan de Termez, en la entonces República Socialista Soviética de Uzbekistán.
Antes de acabar de cruzar el puente de la Amistad, Grómov se bajó del tanque que lo llevaba, se arregló el uniforme y recorrió caminando los últimos metros.
“No hay un solo soldado u oficial soviético detrás de mí”, le dijo el general a un reportero de la televisión estatal de la URSS.
“Nuestros 9 años de permanencia terminan con esto”.
Con esta escenificación orquestada por la propaganda soviética, Grómov dejaba a sus espaldas los escombros de un conflicto que, en 1979, tenía que durar solo unas semanas, el tiempo mínimo necesario para apuntalar a un gobierno comunista aliado.
Finalmente esa guerra duro una década y tres presidentes, y se cobró la vida de 15,000 soldados soviéticos y de un millón entre civiles afganos y muyahidines (los combatientes yihadistas).
Además, dejó al país a la merced de la guerra hasta el día de hoy.
Muchos analistas de la época definieron el conflicto como “el Vietman de la URSS” por su alto costo humano y económico; por la facilidad para los muyahidines de esconderse entre las montañas; por las brutalidades cometidas y por el rechazo de la población local hacia los invasores.
Pero también por los intereses de los otros países involucrados, especialmente de Estados Unidos, que apoyó económica y militarmente a los muyahidines para poner en jaque a su enemigo en el tablero de la Guerra Fría.
“Muchos imperios han intentado conquistar Afganistán, pero ninguno lo pudo lograr“, recuerda a la BBC Rodric Braithwaite, exembajador británico en Moscú entre 1988 y 1992.
“Los muyahidines nunca ganaron al ejército soviético en el campo de batalla”, explica Braithwaite, quien en 2011 publicó el libro “Afgantsy: los rusos en Afganistán 1979-1989”.
Pero, al igual que le pasó a EE.UU. en Vietnam, “su permanencia se volvió políticamente insostenible”.
En la otra orilla del Puente de la Amistad, el general Grómov encontraría a su hijo con un ramo de claveles rojos y el reconocimiento oficial como “héroe” de un imperio, el soviético, destinado a derrumbarse solo dos años después.
Ahora, 30 años después de esa retirada, Putin parece dispuesto a deshacer -de forma diplomática, de momento- el camino de Grómov.
Diálogo a dos frentes
El 5 y 6 de febrero Moscú organizó un encuentro entre una delegación de políticos y personalidades influyentes de Afganistán, encabezada por el expresidente Hamid Karzai, y varios representantes del movimiento Talibán.
Al final de los coloquios, Zamir Kabulov, enviado presidencial de Rusia a Afganistán, anunció que su país se ofrecía a ayudar a EE.UU. en las negociaciones de paz con los talibanes en Afganistán.
Dichas negociaciones empezaron en noviembre en Qatar, entre el representante especial de Estados Unidos para Afganistán, Zalmay Khalilzad, y los talibanes.
Por un lado, se le pide a EE.UU. que retire sus tropas. Washington tiene 14.000 efectivos en el terreno, a los que se suman 8.000 más de diversos países de la OTAN.
A cambio, los talibanes asumen el compromiso de no usar la violencia contra el país norteamericano y de no dar refugio en territorio afgano a los grupos terroristas que operan en la región.
El presidente estadounidense, Donald Trump, manifestó en más de una ocasión su intención de acabar con la que ya es la guerra más larga en la historia de EE.UU.
“Después de dos décadas de guerra, la hora ha llegado para por lo menos intentar la paz”, afirmó Trump la semana pasada, durante el Discurso del Estado de la Unión.
Y según el mismo Khalilzad, las dos partes podrían haber llegado a un preacuerdo.
Entonces ¿por qué ahora Rusia quiere intervenir en este proceso? ¿Cuáles son sus intenciones?
Hay al menos tres razones por las que el Kremlin quiere volver a ser un actor principal en el tablero de Asia Central.
1. La seguridad de sus fronteras
“Las relaciones entre Moscú y los talibanes mejoraron significativamente en los últimos 3 años, especialmente desde que el autodenominado Estado Islámico (EI) ‘Khorasan’ se estableciera en Afganistán y Pakistán, en enero de 2015″, explica Dawood Azami, subeditor del servicio afgano de la BBC y analista político de la región.
Moscú teme que el EI pueda expandirse a Asia Central y llegar a cruzar sus fronteras.
Ante este peligro, en los últimos tiempos Putin ha estado considerando ampliar su fuerza en la región y, por ejemplo, abrir una segunda base militar en Kirguistán, país fronterizo a Afganistán.
Rusia también sugirió la posibilidad de organizar una intervención militar al estilo sirio en Afganistán si el EI ganara fuerza y se convirtiera en una “amenaza seria” para la estabilidad de los países de Asia.
Entre las preocupaciones del Kremlin está la posibilidad de que una salida desordenadade las tropas occidentales de Afganistán desestabilice sus fronteras.
Por su parte, los talibanes afganos han estado luchando contra EI en Afganistán y repetidamente aseguraron a los países vecinos que su lucha armada se limita al país.
Los funcionarios estadounidenses, sin embargo, no confían en Moscú.
En particular, le acusan de usar EI como una excusa para justificar su intervención en Afganistán y para aumentar su influencia militar en Asia Central.
2. La necesidad de una solución política para Afganistán
Según Dawood Azami, la guerra de Afganistán se ha convertido en un sangriento callejón sin salida.
Desde la primera intervención militar de EE.UU. ya pasaron 18 años y Afganistán nunca había sido tan inseguro como ahora.
Más de 10.000 civiles fueron asesinados o heridos en 2017 y, según las estimaciones de la ONU, el número fue incluso superior en 2018.
Además el Talibán controla más territorio que en ningún otro momento desde la caída de su régimen y está ahora activo en el 70% de Afganistán, según una investigación de la BBC.
Por estas razones los funcionarios rusos insisten en que el conflicto afgano necesita una solución política, no militar.
“La visión rusa de los talibanes es distinta a la de los occidentales”, explica Braithwaite. “El Talibán es considerado una fuerza política que hay que tomar en cuenta”.
En realidad, ya hace tiempo que varios generales estadounidenses acusan a Rusia de apoyar a los talibanes con la intención de desestabilizar la situación.
El general John Nicholson, que recientemente renunció como comandante de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN en Afganistán, alertó de que estaban llegando armas rusas a los talibanes a través de la frontera de Tayikistán.
Nicholson afirmó incluso que Moscú estaba tratando de “abrir una brecha” entre Estados Unidos y sus socios de la coalición.
El gobierno ruso, por su parte, siempre negó haber apoyado materialmente a los insurgentes, pero reconoció “contactos” con los talibanes.
Y eso que casi todos los miembros fundadores del movimiento Talibán formaron parte de los muyahidines que lucharon contra la ocupación soviética de Afganistán en la década de 1980.
Durante la guerra de facciones que siguió a la retirada soviética, Rusia incluso proporcionó apoyo financiero y militar a los grupos opuestos a los talibanes.
3. Los objetivos geoestratégicos
Entonces ¿será que los dos viejos enemigos se aliaron para contrastar el actual “enemigo” común, EE.UU.?
Según Braithwaite, no sería extraño, ya que los rusos siempre siguieron de cerca la situación en su frontera sur.
Lo que en realidad reclama Moscú es su papel como poder regional. Por esta razón quiere negociar con EE.UU., Irán, Pakistán, India y China un final al conflicto que se adapte a sus intereses.
“El Kremlin quiere dejar claro que no se pude hacer nada cerca de sus fronteras si no están involucrados”, explica Famil Ismailov, editor del servicio ruso de la BBC.
El acercamiento al Talibán, según Ismailov, responde también a la visión geoestratégica que Putin delineó en 2007 durante la Conferencia sobre Seguridad de Munich.
En aquella ocasión el presidente ruso acusó a EE.UU. de tratar de establecer un mundo “unipolar”, con “un solo centro de poder, un solo centro de fuerza y un solo maestro”, una fórmula que el mandatario calificó de “desastre”.
Desde entonces, la política exterior rusa ha sido cada vez más intervencionista y antagonista con respecto a los intereses occidentales.
Y se volvió incluso agresiva cuando se trataba de conflictos cercanos a su área de influencia, como pasó en Ucrania, en Crimea y en los países del Cáucaso.
Ahora podría haber llegado el momento para el mandatario ruso de cerrar en Afganistán lo que el último presidente soviético, Mijaíl Gorbachov, calificó de “herida sangrante”.
Y es que Putin, concluye Ismailov, sigue firmemente convencido de que “la caída de la URSS fue la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX”.
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