“A los padres nos suelen dejar de lado en el duelo”: cómo sufren los hombres la pérdida de un bebé
Lee Chatterley estaba emocionado por el nacimiento de su primer hijo, pero Charlie murió en el vientre de su madre. Tras caer en una depresión y darse cuenta de que las herramientas de apoyo se dirigían a mujeres, creó un grupo para que padres como él se ayudaran a superar sus pérdidas.
Cuando mi hijo nació, yo no quería verlo ni cargarlo. En cuanto llegó, lo único que quise fue darme la vuelta.
Un padre primerizo debería estar eufórico, pero yo sentí que estaba en una pesadilla. Las palabras de la obstetra se repetían en mi cabeza.
“Lamento decírtelo, pero no oímos sus latidos“.
Charlie nació muerto el 3 de octubre de 2013. Pesaba 3,7 kilos.
La muerte fetal (bebés de más de 24 semanas que fallecen dentro del útero) afecta a muchas familias.
Charlie fue uno de los más de 3.000 bebés que nacen sin vida cada año en Inglaterra.
Según el Centro de Investigación de la Muerte Fetal Tommy, esta es una de las peores tasas entre los países desarrollados.
Romance relámpago
Mi esposa, Hannah, tenía 20 años cuando se quedó embarazada. Nos conocimos en el trabajo y tuvimos una especie de romance relámpago. Ella me iba a reemplazar en mi puesto de trabajador de apoyo para adultos vulnerables.
No tardé mucho en darme cuenta de que era la mujer adecuada para mí. A las cuatro semanas ya nos habíamos mudado juntos y a los tres meses ya intentábamos tener un hijo. Para qué esperar: estábamos enamorados y queríamos niños.
Hasta que sucedió.
Empecé a planear la llegada del bebé. Compré ropa y zapatos y barajamos nombres. A las 20 semanas, nos enteramos de que íbamos a tener un varón y decidimos llamarlo Charlie.
Hannah y yo tuvimos un baby shower en conjunto con sus amigas y los míos. La habitación del pequeño se llenó de regalos de la noche a la mañana. El embarazo no era complicado y todo parecía marchar bien.
Hannah se puso de parto una noche, a las 23.00. Llevaba una semana de más, el dolor de las contracciones nos despertaba a los dos. Teníamos el bolso con sus cosas empacado y listo encima de las escaleras. Lo cogí, la metí a ella en el carro y manejé hasta el hospital a una velocidad que me pareció de infarto.
Estaba emocionado y espantado al mismo tiempo, pero sobre todo, no podía esperar a conocer a nuestro hijo.
¿Por qué a nosotros?
Una obstetra nos llevó a una sala para hacer una ecografía. A medida que pasaba el aparato sobre la barriga de Hannah, noté una mirada de sorpresa y preocupación en su cara. Supe que algo iba mal.
La obstetriz llamó a un médico, que hizo otra ecografía. Al final, se dieron la vuelta hacia nosotros y nos dijeron que no podían oír latidos. Nuestro bebé ya no estaba vivo.
Sentí muchas emociones en ese momento, pero la más fuerte fue la ira. No con las enfermeras ni los doctores, sino con el mundo. ¿Por qué nos estaba sucediendo eso a nosotros?
Nos dijeron que teníamos que ir a la sala de parto para que Hannah diera a luz al bebé. Yo quería que los médicos lo sacaran de allí lo antes posible, Hannah estaba sufriendo mucho.
Me senté con ella mientras paría, escapándome de vez en cuando para caminar por la sala mientras intentaba procesar la noticia.
Hannah estaba en shock: parecía más preocupada por mí que por ella misma, apretaba mi mano y me decía que no me molestara. Después de 20 horas, Charlie llegó. Una parte de mí seguía esperando que se hubieran equivocado y que el bebé saliera gritando y llorando, pero no fue el caso.
Nos ofrecieron hacerle una autopsia, pero no quisimos. Pensamos que eso no nos daría el tiempo suficiente para estar con él y de verdad que no queríamos que lo abrieran. Así que nunca sabremos lo que sucedió con seguridad.
Eso no es raro: la causa de muerte es desconocida en alrededor de seis de cada 10 bebés que nacieron muertos. Teníamos que aceptar que simplemente había sido mala suerte.
La despedida
No sabía cómo darles la noticia a nuestras familias. Llamé a mi madre desde el hospital. “¿Ya llegó?”, me preguntó emocionada.
“Tienes que venir al hospital ahora mismo. Charlie ha muerto“, le dije. Después de una breve pausa, se puso a llorar. No pude aguantarlo, tuve que colgar.
El apoyo que nos dieron en el hospital fue increíble. Al principio, yo no había querido ver a Charlie. Pero cuando llegó el momento y nació, perfectamente formado y pareciendo estar dormido, decidí que sí quería cortarle yo el cordón umbilical.
Hannah y yo lo bañamos y le pusimos el atuendo con el que habíamos planeado llevarlo a casa. Lo pusieron en una cuna fría que había en una habitación separada para que pudiéramos entrar a verlo.
Empecé a planear el funeral de inmediato. Necesitaba hacer algo, cualquier cosa, para distraerme. Después de unos días, Hannah pudo volver a casa.
No podíamos enfrentarnos a regresar a esa habitación infantilrecién decorada sin un bebé en nuestros brazos. Nuestros padres fueron a casa y vaciaron el cuarto.
Durante ese tiempo, Hannah recibió un montón de flores y tarjetas con mensajes de apoyo. Si bien uno que otro venía a dejarme una botella de vino, la mayor parte del tiempo la atención se centraba en la pérdida que había sufrido ella.
Tanto ella como yo estábamos lidiando con nuestro duelo, pero era como si mis emociones fueran pasadas por alto.
Es normal que los amigos y la familia pregunten por la madre y se preocupen de que esté bien y en ningún modo quiero decir que eso deba dejar de ser así. Hannah se merecía todo ese apoyo y aun más.
Pero es un ejemplo de cómo, a menudo, los padres suelen ser dejados de lado en los procesos de duelo y no se les ofrece la ayuda que necesitan desesperadamente.
Al principio, no tenía problemas en derrumbarme frente a Hannah porque era algo tan reciente. Pero con el tiempo, embotellé mis sentimientos porque pensé que necesitaba ser fuerte para ella.
Después del funeral, me cerré por completo. Ni siquiera mencioné el nombre de Charlie durante seis meses.
Empezamos a intentar tener otro bebé al poco tiempo. No es que quisiéramos reemplazar a Charlie, pero estábamos desesperados por una familia.
Hannah quedó embarazada de Poppy en enero de 2014.
Miedo
Si bien estaba muy emocionado por el nacimiento de nuestro segundo bebé, no había expresado adecuadamente mi luto por el primero. Los días pasaban y yo notaba que Hannah comenzaba a mejorar mientras que yo me hundía cada vez más en una depresión.
La diferencia era que ella hablaba. Se unió a grupos en internet y hablaba con otras madres que también habían perdido a sus hijos. Eso le ayudaba a superarlo.
Yo, en cambio, sentía que mis amigos no entendían por lo que estaba pasando, así que evitaba verlos. A veces, solo me echaba en la cama y miraba el techo durante horas, sintiéndome insensible.
Unos cinco meses después de la muerte de Charlie, la depresión empeoró. Yo había vuelto a mi trabajo como limpiador de ventanas y a veces me costaba.
Las cosas más pequeñas la que la activaban: por ejemplo, si estaba trepando por una escalera y veía el cuarto de un niño. me venía abajo. O si veía a un pequeño corriendo alrededor de su padre en la calle, tenía que darme la vuelta y respirar profundamente.
Al final, fui donde los médicos y empezaron a tratarme con antidepresivos.
En verano de 2014, decidí buscar a alguien con quien hablar. Empecé a buscar grupos de apoyo en internet y me decepcionó ver que todo estaba enfocado en las madres. Las publicaciones comenzaban con mensajes como: “Buenos días mamis, ¿cómo están hoy?”
Me hizo pensar que debía haber cientos de hombres como yo buscando un lugar seguro donde poder hablar, así que decidí crear mi propio grupo en la red.
Una noche me senté y escribí mi primera publicación, en la que explicaba quién era, por qué había creado el grupo y compartía la historia de Charlie. Restringí el acceso para que los padres en luto pudieran hablar libremente.
Como respuesta, algunos miembros nuevos comenzaron a compartir las fotos de sus bebés. Fue muy emocionante. En una noche, tuve 30 solicitudes de hombres que se querían unir.
Al inicio, era difícil conseguir que la gente se abriera. No quería que fuera todo negro, así que me aseguré de que la gente sintiera que podía hablar de otras cosas además de sus pérdidas, como fútbol o qué iban a comer esa noche.
Con el tiempo, los números crecieron. Ahora hay 300 miembros de lugares como Estados Unidos y Canadá.
Y cuando nuestra hija Poppy nació en el otoño de 2014, una de las primeras cosas que hice después del parto fue compartir la noticia con el grupo. Los chicos se alegraron mucho por nosotros.
También me ayudaron con mis nervios de cara al nacimiento de nuestro tercer bebé, Ivy. Durante el segundo embarazo, Hannahy yo estábamos todavía un poco en shock pero esta vez, el terror de que nuestro bebé no consiguiera nacer se apoderó de mí.
Sabía que necesitaba apoyo y publiqué en el grupo que estaba teniendo problemas con pensamientos negativos. En cuestión de minutos, había comentarios de miembros diciéndome que lo que sentía era completamente normal. Me ayudó mucho.
Aprender a compartir mis sentimientos con otros padres es una de las principales razones por las que Hannah y yo nos mantenemos como una pareja sólida. Me ha hecho más capaz de expresar mis emociones y me ha enseñado a abrirme. Ya sea en la red o en persona, hablar te ayuda en los momentos más oscuros y profundos, cuando sientes que el dolor no tendrá fin.
Puedes leer la versión original en inglés aquí.
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