Hará falta más que un contrapeso electoral histórico en noviembre
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America's Voice
Si algo han demostrado la exoneración de Donald Trump en el Senado republicano y el fiasco del caucus demócrata de Iowa la semana pasada, el primero en la nación, es que la única forma de evitar la reelección de Trump es a través de una movilización sin precedentes. Pero un movimiento en serio de los propios votantes y de los grupos cívicos que cada ciclo electoral se lanzan a las calles para garantizar que quienes son elegibles para votar se registren, y que luego acudan a las urnas.
Los reportes del pasado viernes en la noche sobre el despido de los funcionarios que testificaron sobre el abuso de poder de Trump en el Ucraniagate evidencian lo que ya se veía venir. Un Trump sediento de venganza contra quienes actuaron debidamente, particularmente el Teniente Coronel Alexander Vindman, quien el viernes fue escoltado fuera de la Casa Blanca tras ser despedido de su puesto en el Consejo de Seguridad Nacional. Vindman testificó tras ser emplazado por la Cámara Baja y narró en detalle cómo Trump presionó al gobierno de Ucrania para que investigara a Joe Biden, o de lo contrario le congelarían la asistencia monetaria que ya había sido aprobada por el Congreso. El hermano gemelo de Vindman, un oficial de las Fuerzas Armadas, también fue despedido del Consejo de Seguridad Nacional.
Vindman y su hermano son inmigrantes de Ucrania que han servido honorablemente a su país adoptivo de una forma en que Trump jamás lo hará.
Pero en esta retorcida realidad que nos está tocando vivir, el honorable es despedido y el delincuente es absuelto.
Lo peor del caso es que Trump ha emergido fortalecido del proceso y sus huestes están más que listas para catapultarlo a un segundo periodo, con la complicidad de un Partido Republicano embriagado de poder sin importar los medios ni las consecuencias.
Y entre los demócratas todavía no se disipa la neblina para definir un favorito o favorita que pueda darle la pelea a un Trump con arcas repletas y sin retadores.
Mientras Trump vende sin dificultad una economía boyante, los demócratas siguen divididos y cediendo terreno. Peor aún, la debacle de Iowa prueba una vez más lo anacrónico de un sistema electoral que da a un estado de mayoría anglosajona un peso que realmente no tiene, porque no refleja de ninguna forma la realidad demográfica de este país.
Mientras tanto, Trump seguirá impulsando regulaciones que atentan contra el medio ambiente y contra nuestra tradición inmigrante. Ahora más que nunca que se siente invencible. Y los demócratas seguirán tratando de competir por sectores de votantes que quizá ya deberían dar por perdidos en perjuicio de los votantes de minorías que ciclo tras ciclo ignoran o atienden de refilón a última hora.
Por cierto, hablando de inversiones, en Puerto Rico uno que no ha perdido tiempo en llenar el espacio vacante de los demócratas es el millonario exalcalde de Nueva York, Mike Bloomberg, quien ha saturado la radio y la televisión de anuncios en español asegurándoles a los boricuas que los tratará con respeto, contrario a Trump tras el huracán “María”, y que velará por que la Isla tenga un trato igualitario en Washington. “Soy Mike Bloomberg y apruebo este mensaje”, dice al final en español.
Quién quita y los votantes tengan apetito para presenciar un duelo de millonarios neoyorquinos en noviembre.
Lo que sí queda claro es que si en efecto los votantes quieren convertir a Trump en presidente de un solo periodo tienen que automotivarse e instar a otros a registrarse y movilizarse a las urnas, además de involucrarse como nunca antes en las actividades a tales fines de grupos cívicos locales, estatales y nacionales.
Eso, y esperar a que el miedo demócrata tan palpable la semana pasada los haga actuar e invertir en aquellos sectores de votantes, como los hispanos, que siempre quedan en el olvido. La idea de otros cuatro años de Trump debe generar más pánico entre los demócratas que el papelón del caucus de Iowa.
Una histórica participación electoral es lo que marcará la diferencia, sea quien sea el nominado o la nominada demócrata, porque de lo contrario, la suerte está echada.