El Club Atlético de Migrantes de Nueva York, en pie pese a la pandemia
Acosados por la COVID-19, los migrantes hacen carreras presenciales para festejar con los tenis bien puestos el 5 de mayo o la Fiesta patronal del Padre Jesús de Chinantla
Cuando no había pandemia, el Club Atlético de Migrantes de Nueva York organizaba carreras entre su país de origen y el que los acogió; entre Puebla y la Gran Manzana; frente al muro fronterizo de Texas y el Angel de la Independencia en la Ciudad de México. Eran muchos, amateurs y profesionales juntos para llamar la atención del mundo: ¡Hey, aquí estamos para dar la cara!
“Y aquí seguimos”, dice Adám Lázaro, el fundador del club hace 25 años.
Acosados por la COVID-19, los migrantes tienen ahora en el deporte un aliciente. Hoy más que nunca lo necesitan para fortalecerse físicamente aunque ya no puedan correr en grupo o lanzar o hacer carreras presenciales para festejar con los tenis bien puestos el 5 de mayo o la Fiesta patronal del Padre Jesús de Chinantla entre muchas otras.
Para la carrera por el Día Internacional del Migrante (que se celebra este 18 de diciembre) harán, en sustitución, un foro de discusión en redes sociales mientras siguen en el día a día con el mismo canto: no dejen de correr, de ejercitarse aunque con sana distancia por el COVID-19, de ponerse metas, retos, vencer obstáculos porque eso es, al final de cuentas, la vida y el espíritu del migrante.
“Uno nunca debe tener miedo”, comenta Adám Lázaro.
El coronavirus se ensañó durante muchos meses con la comunidad migrante mexicana. Particularmente en Nueva York. Particularmente con los indocumentados a tal punto que tuvo que reconocerlo Bill de Blasio, el alcalde. “Es una comunidad muy vulnerable”, dijo.
De acuerdo con estimaciones de la alcaldía neoyorquina, alrededor de un millón de residentes son inmigrantes indocumentados que no cuentan con seguro médico además de que no tienen la capacidad económica para quedarse en casa.
Nueva York tiene 8.6 millones de habitantes. De ese total, el 32% son blancos, el 29% son hispanos, el 22% pertenecen a la comunidad negra, y el 14 % son de ascendencia asiática.
Hasta el 26 de octubre, el gobierno mexicano reconoció que alrededor del mundo han muerto 2,687 mexicanos por covid-19, 99% en Estados Unidos principalmente, las en Nueva York (incluyendo Connecticut y condados de Nueva Jersey) donde contabilizó 778 fallecidos por el virus de un universo total de 33 mil 573 muertes, esto es, el 2.3% de los casos.
Y hay un dato que se escapa a la estadística oficial pero que el Club Atlético de Migrantes de Nueva York lo tiene muy claro: muchos son de la región mixteca, una de las etnias más importante por sus números, su capacidad de trabajo y de adaptación.
Correr para vivir
Cuando Adám Lázaro tenia 16 años, emigró a Nueva York. La gran emigración de la mixteca poblana — que incluye a Chinantla, su pueblo, como el corazón de ella — empezó en los años ochenta por la sequía y la caída de los precios del maíz, fríjol, cacahuete y Jamaica; él llegó una década antes: en los años 70.
“Eramos muy pocos los mexicanos aquí y sufrimos mucho, pero poco a poco nos abrimos caminos. Yo me fui para allá porque allá estaban unos tíos”.
Adolescente y sin papales, Adám Lázaro peinó Manhatan en busca de trabajo. Entre la nieve y las negativas se encontró en una de las concurridas avenidas de la ciudad de los rascacielos a un amigo de su pueblo. Sí: el mundo es un pañuelo.
El otro dijo que tenía un “buen trabajo” en una fábrica de pinturas, que no descansaba ningún día de la semana, pero que era bastante suerte para un indocumentado menor de edad tener algo fijo y que fuera con él y así lo llevó con el dueño.
El dueño era un judío osco que primero lo rechazó y luego reculó porque el amigo de Adán Lázaro intervino: “si no se queda, nos vamos los dos”.
Adám estuvo unos meses pintando plásticos de 4:00 de la tarde a siete de la mañana hasta que comenzó a marearse, al levantar las tapas de los acrílicos, el mundo le daba vueltas y nauseas y comenzó a adelgazar en picada. Por eso se mudó al restaurante Picolino para ser lavaplatos. El dueño era agradable y cortés. Un día le dijo “picolino ya no vengas más porque mañana hay redada”.
Así volvió deambular por las calles Adám Lázaro hasta que volvió su suerte al encontrarse a otro muchcho de Chinantla, ex compañero de la escuela. Ven, estoy en un club importante, le dijo, y lo llevó a la Universidad de Prinston para ser ayudante de cocina. Desde ahí comenzó escalar posiciones: fue botón, jefe de botones y contable porque a la vez empezó a aprender inglés y a estudiar en el Bonston Communuty College.
En esos tiempos estaba viviendo en un tercer piso de la Cuarta Avenida de Brooklyn, durmiendo poco, cuando un estruendo lo despertó: era un golpeteo constante, violento y poderoso.
Adám Lázaro bajó precipitadamente, quería saber qué ocurría. Vio a gente aplaudiendo y gritando, echando ánimo a hombres y mujeres de todas las edades, de todas las razas, algunos en sillas de rueda, cansados pero con la felicidad en el rostro: eran los marchistas del maratón de Nueva York, le dijo alguien a quien le pregunto.
“El próximo año yo voy a estar ahí”, se dijo a sí mismo.
Un club para el mundo
Karina Luna regresó a México cuando tenía 19 años, en solidaridad y por amor al papá de su hija. El hombre fue repatriado de Iowa. No eran sus planes volver al país pero se la jugó. De eso hace una década y mucho a pasado desde entonces: se separó, se arrepintió de volver, se reconcilió con México y hoy forma parte del Club Atlético de Migrantes de Nueva York (CAMNY) en la edición mexicana.
CAMNY creció desde el maratón que vio Adam Lázaro y hoy es un referente binacional. Karina Luna lo conoció a través de Facebook, explorando, buscando grupos afines a ella y lo encontró en el deporte, en correr, una razón de pasar mejor la vida cuando todo se venía abajo a sus 22 años.
Ahora ella es uno de los pilares de la organización en la Ciudad de México y encargada de la carrera virtual para el Día del Migrante y de la creación de volantes para que no se pierda la esencia del club.
“Lo más importante es la motivación”, comenta. “Podemos seguir corriendo solos, hacer marcas, entrenar y compartirlo en redes”.
Desde que se creó CAMNY, el proyecto ha ganado tres veces el maratón de Vancuver con Juan Salvador González; dos veces el maratón de Coneciccut; una vez el de Los Angeles, con Francisco Bautista y el mismo Adán Lazaro ha tenido buenos tiempos en Japón, Australia, Paris, Canadá, y Puerto Rico.
Hoy el club cuenta con miembros de Colombia, Ecuador y de Marruecos, jamaicanos y por sus carreras en NY han desfilado atletas como Kali Colucci, Raúl González o Panfil Wanda. En la edición Puebla, han acudido atletas como Rodolfo Gómez y Dionisio Serón, dos olímpicos mexicanos.
Pero lo más importante, concluye Adám Lázaro, es que el club ha ayudado a muchos migrantes a salir adelante. “Había en Nueva York muchos paisanos con alcoholismo o depresión”.
Al comienzo de la creación del club, aLázaro se dio cuenta de que había muy pocos corredores mexicanos migrantes indocumentados en Nueva York y así comenzó un proyecto: lograr que sus paisanos que trabajaban en las fruterías y restaurantes de coreanos siete días a la semana en jornadas de 12 horas, se hicieran un tiempo para el deporte.
Un día, CAMNY envió una carta a los empleadores pidiendo apoyo y comprensión con los trabajadores, para que les permitieran correr los domingos en algunas carreras organizadas por el club. “Para nuestra sorpresa, muchos dueños contestaron que sí les darían permiso”.
En aquel tiempo, otro club de corredores estadounidenses mandó una carta CAMNY cuestionando su origen migratorio y su derecho a formar asociaciones, pero los mexicanos la ignoraron y siguieron la marcha para llamar la atención del maratonista mexicano, Raúl Gónzález, quien les dio su aval y los guió para crecer.
Desde entonces el CAMNY es un club binacional y sigue motivando a mucha gente como Karina Pérez cuyo corazón de atleta aún late por ambos lados de la frontera. Como el de muchos.
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