Marcado por la falta de dinero, veterano deportado prefiere no regresar a EE.UU.
Los pocos recursos en su familia llevaron a Rubén Robles a enlistarse en el ejército y luego a la deportación; hoy tampoco podría regresar a California por el alto costo de vida
Rubén Robles, voluntario para ir a la guerra en Vietnam en los años setenta, es el veterano que ha vivido más tiempo deportado en Tijuana y el único que preferiría permanece al lado mexicano de la frontera, si prospera una iniciativa que busca traer de regreso a los veteranos deportados.
Robles platicó a La Opinión que los rumbos que ha tomado su vida se deben a la falta de dinero.
Se ofreció como voluntario para la guerra en Vietnam cuando, sin recursos, le ofrecieron $2,000 dólares por enlistarse.
Después de 24 años, Robles fue deportado porque carecía de dinero para pagar un abogado, y ahora, si vuelven los deportados a Estados Unidos, “yo no tendría para pagar vivienda, ni siquiera un cuarto dónde estar en California”.
El sargento Rubén Robles nació en el estado mexicano de Zacatecas y su mamá, una residente legal empleada en Texas, lo trajo a Estados Unidos a la edad de 3 años. Poco después a la señora le ofrecieron trabajo en Santa Mónica y ambos llegaron a California.
Pero pronto ese empleo terminó y madre e hijo se mudaron al Este de Los Ángeles, donde Robles creció y estudió hasta terminar la preparatoria o high school.
“No tenía dinero para seguir estudiando y tampoco había muchas oportunidades de trabajo, así que escuché a un reclutador del ejército que me dijo que si iba a la guerra en Vietnam me iban a dar $2,000 dólares”, recuerda ahora.
Dijo que ya antes había pensado en ingresar a las fuerzas armadas, y la oferta del dinero lo terminó por convencer.
Robles se enlistó en 1974. Para cuando terminó su entrenamiento para ir al frente, la guerra había acabado.
“Un supervisor me dijo ‘vas a ir a Europa’, y yo le decía que no, que yo tenía que ir a Vietnam porque así me iban a pagar”, pero el conflicto había terminado.
Robles fue dado de baja con honores en 1978 y regresó a California. Trabajó en distintos lugares y en 1998, en la empresa donde lo empleaban, un compañero suyo llegó alcoholizado y lo golpeó.
Sin responder a la agresión, el sargento se quejó ante la administración donde se pusieron del lago del agresor. “Me decían que yo no dijera que me golpeó, sino que me empujó, cuando eran puñetazos”, recuerdo el ex militar.
Por quejarse, lo suspendieron un año en el trabajo, presuntamente por incapacidad, regresó molesto y en el trabajo lo acusaron falsamente de agresión y, aunque era residente legal, fue deportado.
Cuando llegó a Tijuana sufrió un shock cultural pues había vivido 48 de sus entonces 51 años de edad en Estados Unidos, se le dificultaba hablar en español, carecía de documentos, no conocía a nadie en la ciudad.
Dice que, para colmo, tampoco tenía un lugar donde alojarse, ni dinero, y un conocido de California le recomendó que fuera a un centro de rehabilitación para alcohólicos y drogadictos sin que él tuviera problemas de dependencia.
La única forma en que el sargento Robles logró salir de ese lugar, fue al reunir un poco de dinero que invirtió en comprar dulces al mayoreo para venderlos en un puesto de un tianguis que cada día cambia de sitio donde venden.
Con lo poco que ganaba, el sargento solo pudo pagar una vivienda pequeña en la Zona Norte de Tijuana, un área donde también se ubica la zona de tolerancia y hay a menudo venta de drogas.
Sin embargo, Robles prefería vivir ahí porque es muy fácil llegar desde Estados Unidos y tenía la esperanza de que sus cuatro hijos y su mamá cruzaran la frontera a visitarlo.
“Pero todo ha cambiado”, platicó Robles con un dejo de tristeza, “no entiendo por qué, pero mis hijos ya no me hablan, no me responden mensajes ni llamadas; mi mamá ya tiene 92 años de edad, y no quiere viajar, le cuesta mucho trabajo” trasladarse ella sola de Los Ángeles a Tijuana.
El sargento dijo conocer de la propuesta de la administración Biden para explorar procesos con los que los veteranos deportados puedan regresar a Estados Unidos como residentes legales o en proceso de ciudadanía.
Pero Robles, quien hasta hace unos años comenzó a recibir su pensión gracias a la Administración de Veteranos, dijo a La Opinión que si se aprueba esa iniciativa “yo ya no regresaría”.
“Allá ya no tengo casa dónde vivir, sería muy difícil que a mi edad me dieran trabajo, y lo que me dan de pensión no me va a alcanzar para pagar un cuarto dónde quedarme”, expresó.
El sargento piensa que la mejor opción es que permanezca en Tijuana y si procede la propuesta de la administración Biden, cruce la frontera para obtener los servicios médicos que le ofrece la Administración de Veteranos.
Robles ahora vive de vender souvenirs que él mismo elabora. Son cintas con temas de los veteranos deportados. Los fines de semana, cuando llegan más visitantes, vende en el lado mexicano del Parque de la Amistad, junto al Pacífico y junto al muro fronterizo.
Varias organizaciones informaron que Robles también hace trabajo voluntario. Por ejemplo, mientras un grupo ofrece talleres de capacitación laboral a madres migrantes, el sargento cuida y entretiene a los niños.
Ocasionalmente también apoya a otros veteranos deportados en actividades colectivas.