Medio ambiente: por qué Jane Goodall cree que aún hay esperanza ante el cambio climático
La científica y conservacionista británica habló con BBC Mundo sobre su nueva obra, "El libro de la esperanza", y por qué no se deja ganar por la tristeza ante los enormes desafíos que enfrenta la humanidad, como el calentamiento global y la pérdida de la biodiversidad.
Primatóloga, conservacionista, mensajera de la paz de Naciones Unidas. Jane Goodall es una figura legendaria.
Sus encuentros con chimpancés en África siendo muy joven revolucionaron el estudio de los animales. Y desde hace más de cuatro décadas impulsa sus programas de conservación y llama incesantemente a proteger la vida, un trabajo que continúa con 87 años.
Una de sus iniciativas es Roots and Shoots (Raíces y Brotes), el programa educativo para niños y jóvenes que está presente en más de 60 países, incluyendo muchos de América Latina.
Antes de la pandemia Goodall viajaba durante 300 días al año. Ahora lleva su mensaje al mundo en forma virtual, a través de charlas, entrevistas y su podcast sobre la esperanza, Hopecast.
En su nueva obra, The Book of Hope (“El libro de la esperanza“), Goodall relata su vida y los cuatro motivos que le dan esperanza en estos tiempos de emergencia climática.
Desde el inicio de la pandemia la naturalista se encuentra en Bournemouth, en el sur de Inglaterra, en la casa donde creció y donde viven su hermana y la familia de esta.
Desde allí Jane Goodall habló con BBC Mundo sobre su convicción de que todos tenemos un papel que jugar ante la crisis del planeta, sus motivos para el optimismo y la “gran fuerza espiritual” que le permite seguir adelante.
Muchos conocen sus investigaciones pioneras sobre los chimpancés, pero tal vez pocos sepan que cuando viajó con 26 años a estudiarlos en el bosque de Gombe, en lo que hoy es Tanzania, lo hizo con su madre. En el libro habla mucho de ella. ¿Cuán importante fue su apoyo en aquella época?
Ella fue importante desde el principio. Nací amando a los animales y ella apoyó mi amor durante toda mi infancia.
Decidí que quería ir a África y vivir con animales salvajes cuando tenía 10 años. Todos se rieron de mí y me decían “nunca llegarás a África, está demasiado lejos”. “No tienes dinero”.
La Segunda Guerra Mundial estaba en pleno apogeo y yo era solo una niña. Y en ese entonces, las chicas no hacían algo así.
Pero mi madre no se rió y me dijo: “Si realmente quieres hacer esto, tendrás que trabajar muy duro. Aprovecha cada oportunidad. Y si no te rindes, tal vez encuentres la manera”.
Cuando ya trabajaba y había ahorrado dinero, una amiga de la escuela me invitó a visitarla en Kenia. Allí conocí al famoso antropólogo Louis Leakey, quien me ofreció la oportunidad de estudiar a los chimpancés, algo que nadie había hecho.
Fue difícil obtener el permiso de lo que entonces era el gobierno colonial británico. Ellos argumentaron: “No vamos a asumir la responsabilidad. Esta es una idea estúpida, una joven que se va a internar en la selva”. Pero al final, como Leaky insistió, dijeron: “Está bien, pero tiene que tener a alguien con ella”.
Y fue entonces cuando mi madre se ofreció como voluntaria para venir. Tenía fondos para estar allí seis meses y ella vino por cuatro.
Mi madre montó una pequeña clínica. No era doctora ni enfermera, pero tenía remedios sencillos como aspirinas, tiritas y cosas por el estilo.
Ella estableció una gran relación con la gente local, y eso me ayudó mucho.
Relata en el libro que esos primeros seis meses fueron muy duros porque no obtenía los resultados que esperaba y se sentía desalentada, y fue su madre quien la ayudó a seguir adelante.
Yo sabía que con el tiempo podría lograr que los chimpancés confiaran en mí, pero solo tenía fondos para seis meses y a los cuatro los chimpancés seguían huyendo cada vez que me veían.
Yo salía hacia las montañas antes del amanecer y volvía al anochecer. Y mi madre siempre me decía: “Jane, piensa en todo lo que sí estas aprendiendo”.
Por ejemplo, “cómo hacen nidos por la noche, cómo viajan en grupos de diferentes tamaños, a veces todos juntos, a veces de a uno. Estás aprendiendo lo que comen, las llamadas que hacen. Entonces estás aprendiendo más de lo que piensas”.
Ella me levantó la moral.
Y qué tristeza que se regresó apenas dos semanas antes de la primera observación sin precedentes, cuando vi al chimpancé que nombré David Greybeard —el primero que me perdió el miedo— fabricar y usar herramientas para extraer termitas desde el interior de montículos de tierra.
¿Podría darnos una idea de lo revolucionario que fue en ese momento afirmar que los chimpancés podían fabricar herramientas, que tenían personalidades y emociones?
Por aquel entonces se pensaba que solo los humanos usaban y fabricaban herramientas, eso creía al menos la ciencia occidental.
Después de aproximadamente un año y medio de observaciones, Leaky me envió a la Universidad de Cambridge.
Nunca había ido a la universidad, pero Leaky dijo que tenía que obtener un título y que no había tiempo para una licenciatura, así que fui directamente a obtener un doctorado, un PhD.
Imagina cómo me sentí cuando los profesores me dijeron que había hecho todo mal.
(Me aseguraron) Que no debería haber dado nombres a los chimpancés, sino números. Que no podía hablar de su personalidad, de sus mentes capaces de resolver problemas y ciertamente no de sus emociones, que eso se daba únicamente en los seres humanos.
Y me dijeron que no podía sentir empatía con mi sujeto de estudio, que si eres científico tienes que ser fríamente objetivo.
Pero por supuesto, yo sabía por mi maestro de la infancia, mi perro Rusty, que eso no era cierto, que los profesores estaban equivocados.
¿Cómo fue que su trabajo para proteger a los chimpancés la llevó a proteger también a las personas y a luchar contra la pobreza con iniciativas como Tacare, su programa que ofrece desde microcréditos hasta educación para la salud?
Habiendo obtenido mi título regresé a Gombe.
Allí pasaba horas en la selva tropical intentado comprender lo interconectado que estaba todo. Fueron días maravillosos, los mejores de mi vida.
En 1986 la gente ya estudiaba a los chimpancés en otros seis lugares más allá de África, así que ayudé a organizar una conferencia para que pudiéramos discutir si el comportamiento de los chimpancés era diferente o igual en distintos entornos. ¿Tenían algo parecido a una cultura? Algo que sí existe, por cierto.
En esa conferencia tuvimos una sesión sobre conservación que me impactó profundamente.
En todos los lugares donde se estudiaban los bosques estaban siendo diezmados y el número de chimpancés estaba disminuyendo.
También hubo una sesión sobre las condiciones en laboratorios de investigación médica, donde tenían cautivos en jaulas de 1,5 metros por 1,5 metros a chimpancés, nuestros parientes más cercanos, seres socialmente inteligentes que pueden vivir 60 años.
Dejé esa conferencia siendo una persona diferente. No elegí cambiar, algo cambió dentro de mí.
Llegué a la conferencia como científica y naturalista. Me fui como activista y defensora de la vida silvestre.
¿Qué hizo entonces?
Lo primero que hice fue conseguir algo de dinero para ir a África y aprender más de primera mano.
Aprendí mucho sobre los problemas de los chimpancés, pero también sobre la difícil situación de la gente, la pobreza paralizante, la falta de servicios de salud y educación.
Y todo llegó a un punto crítico cuando volé sobre el diminuto Parque Nacional de Gombe, que había sido parte del Gran Bosque Ecuatorial en África y a finales de los años 80 era solo una pequeña isla de bosque.
Todas las colinas estaban desnudas. La gente era demasiado pobre para comprar comida en otros lugares y talaban en su desesperación por obtener más tierra para sus cultivos, porque sus terrenos estaban sobreexplotados y eran infértiles, o para ganar dinero quemando árboles y vendiendo carbón vegetal.
Ahí fue cuando me di cuenta de que si no ayudábamos a estas personas a encontrar formas de vida sin destruir nuestro medio ambiente, no podíamos salvar a los chimpancés, los bosques o ninguna otra cosa.
Fue entonces que el Instituto Jane Goodall comenzó el programa llamado Tacare, de take care (o “cuídate”), que es muy holístico y está funcionando ahora en otros seis países.
Hablemos de su nuevo libro. Una de las cuatro razones de esperanza que menciona es el poder de los jóvenes.
Sí, hablo de la asombrosa determinación, la pasión de los jóvenes, una vez que comprenden los problemas y los capacitamos para que actúen.
Y siempre les digo: “No sean agresivos, solo intenten llegar al corazón. Si comienzan a señalar con el dedo a las personas diciéndoles que son malas, diciéndoles ‘están destruyendo mi futuro’, entonces no escucharán”.
“Encuentren una historia que llegue al corazón. La gente cambia desde adentro”.
¿Cómo empoderan a los jóvenes en su programa Roots and Shoots?
Roots and Shoots* comenzó en 1991 porque en mis viajes encontraba a jóvenes deprimidos que habían perdido la esperanza. Empezó con 12 estudiantes de secundaria en Tanzania.
El mensaje principal es que todos importan. Todo el mundo tiene un papel que desempeñar. Incluso si no lo saben, todos tienen un impacto en el planeta todos los días.
En Roots and Shoots se trata de reunir a un grupo de jóvenes, discutir las cosas que les importan y dejar que ellos elijan.
Y cuando se debaten y deciden qué quieren hacer, tienen que elegir un proyecto para ayudar a las personas, otro para ayudar a los animales y otro para ayudar al medio ambiente, porque todo está interconectado.
Cuando empiezan a arremangarse y a actuar, rápidamente sienten que han marcado una diferencia.
Recuerdo a un niño en Burundi, mirándome después de mi gira con ojos grandes y preguntándome: “Si recojo un pedazo de basura todos los días, ¿eso marcará una diferencia?”.
Le dije: “Sí y podrías persuadir a 10 de tus amigos para que recojan la basura todos los días, y luego cada uno de ellos puede persuadir a 10 de sus amigos”.
Los ojos del niño se hicieron más grandes y más grandes. Él crecerá con esperanza, eso es seguro.
Usted insiste mucho en que un componente esencial de la esperanza es la acción.
Sí, después de escribir el libro pensé en esta imagen: es como si estuviéramos en un túnel muy, muy oscuro, porque en verdad estamos en tiempos oscuros, de eso no hay duda. Pero justo al final de ese túnel hay una pequeña estrella brillante.
Esa estrella es la esperanza, pero para llegar a ella tenemos que trepar, arrastrarnos y sortear todos los obstáculos del túnel. Tenemos que actuar.
Muchas personas, ante la inmensidad de los desafíos del cambio climático y la pérdida de biodiversidad, sienten que es muy poco lo que puedan hacer. Pero en el libro usted nos recuerda cuál es el impacto de las acciones acumuladas de miles o millones de personas.
Millones de gotas hacen un océano.
Aunque por su cuenta el público en general no puede cambiar totalmente las cosas, definitivamente podemos avanzar hacia un mundo cambiante.
Y los niños de Roots and Shoots están cambiando a sus padres y maestros, y debido a que comenzamos en 1991, muchos de esos miembros ahora están en puestos de toma de decisiones.
Las empresas están comenzando a cambiar, en parte debido a la presión de los consumidores, que están empezando a exigir productos de origen responsable.
Podemos presionar para elegir gobiernos que se preocupan por el medio ambiente y apoyarlos.
Frecuentemente se habla de “pensar globalmente, actuar localmente”, pero usted le da la vuelta a esa frase y dice: “Actuar localmente primero, luego pensar globalmente”. Y aconseja: “Piensa en lo que sí puedes hacer y hazlo bien”.
Es cierto que todos podemos marcar la diferencia. Y una cosa que podrían hacer en los medios es compartir más historias sobre buenas noticias.
Hay tanto por ahí que es maravilloso, tantos proyectos que restauran la naturaleza en la tierra que hemos despojado, tantos animales rescatados del borde de la extinción, personas que abordan las discapacidades físicas de una manera que inspira a los demás…
El libro de la esperanza cuenta muchas historias y está lleno de buenas noticias.
Cuando las personas están deprimidas y se sienten impotentes y desesperanzadas, es en parte porque los medios difunden tanto pesimismo, y sí, necesitamos conocer esas malas noticias.
Estamos destrozando el planeta. Hemos creado el cambio climático. Hemos causado la pérdida de biodiversidad, y la pandemia es culpa nuestra debido a nuestra falta de respeto a la naturaleza y los animales.
Si miras alrededor del mundo te sentirás desesperado e indefenso, pero piensa en hacer algo donde vives.
Puede ser cualquier cosa, desde plantar árboles, cultivar alimentos orgánicos en el jardín de una escuela, recaudar dinero para las personas sin hogar, proporcionar alimentos a un banco de alimento.
Cuando empiezas a hacer algo y ves que tienes un impacto, eso te hace sentir bien, y cuando te sientes bien quieres hacer más.
Y a medida que haces más, inspiras a otros y ellos quieren ayudar.
Eso está sucediendo con nuestros grupos de Roots and Shoots en 65 países. Está cambiando el mundo.
Otro motivo de esperanza del que habla en el libro es el “espíritu humano indomable”, el no darse por vencido ante la adversidad. Y menciona casos como el de Nelson Mandela, pero también muchos otros, como dos amigos en China, uno ciego y otro sin brazos, que plantaron miles de árboles. ¿Cree que todos tenemos en nosotros ese espíritu humano indomable?
Oh, sí. Creo que es parte de ser un ser humano y, de hecho, mucha gente no se da cuenta de que lo tiene.
Piensa en todas las personas que llegaron como refugiados.
Quizás lo han perdido todo y vienen a un nuevo país donde probablemente sean recibidos con hostilidad, porque desafortunadamente eso es lo que está sucediendo. Pero de alguna manera se ganan la vida, educan a sus hijos.
Ese es un espíritu indomable. No se rinden ante la adversidad.
Además del poder de los jóvenes y el espíritu humano indomable, ¿cuáles son los otros dos motivos de esperanza?
Uno de ellos es el poder asombroso del intelecto humano.
Muchas veces no lo hemos usado bien. No tiene sentido que esta criatura intelectual esté ahora destruyendo su único hogar. Hemos perdido la sabiduría.
Sabiduría es que la cabeza y el corazón trabajen juntos y tomemos decisiones basadas no en cómo esto me ayuda ahora, en mi reunión de accionistas, o en mi próxima campaña, sino en cómo mis decisiones afectarán a las generaciones futuras y al planeta.
Y el otro motivo de esperanza es la resiliencia de la naturaleza.
Por ejemplo, gracias a nuestro programa Tacare, si sobrevuelas el Parque Nacional de Gombe hoy ya no verás colinas desnudas.
Con el tiempo, con algo de ayuda, la naturaleza vuelve, se recupera.
En el libro se refiere a una “gran fuerza espiritual” que le da fortaleza para seguir adelante. ¿Podría hablarnos de eso que dice sentir particularmente cuando está en la naturaleza?
En especial cuando estoy en un bosque me siento muy fuertemente conectada a una gran fuerza espiritual, y mantengo al bosque dentro de mí.
Esa fuerza espiritual del bosque siempre está conmigo.
Te estoy hablando ahora desde la casa donde crecí y allí afuera está mi árbol favorito.
¿El que desde niña llama Beech, un haya?
Todos los mediodías llevo mi pequeño plato y almuerzo bajo Beech. Descanso media hora y miro hacia arriba. Durante el verano observaba a través de verdor.
Y también hay un pequeño pájaro, un petirrojo que viene a verme a la ventana, y eso también es la naturaleza.
Cuando viajaba por el mundo y estaba en medio de una ciudad, con suerte mi ventana tenía un árbol afuera. Siempre movía la cama para que al despertarme pudiera ver las hojas verdes asomándose por la ventana.
Y de hecho, plantar árboles en áreas urbanas es muy, muy importante. Brinda salud física y espiritual a las personas, lo que ha sido probado una y otra vez.
Me refiero a ese entendimiento: que hay algún tipo de poder espiritual al que puedo recurrir cuando estoy realmente cansada o sintiéndome un poco triste por algo. Ahí está, me da fuerzas.
Me gustaría preguntarle sobre lo que usted llama en su libro su “próxima gran aventura”. ¿Qué quiere decir con eso?
En una conferencia con una audiencia de unas 10.000 personas, alguien me preguntó: “¿Cuál es tu próxima gran aventura?”.
Nunca antes me lo habían preguntado y si lo hubieran hecho hace unos 10 años, habría dicho que quiero ir a los lugares salvajes de Papúa Nueva Guinea. Siempre me han fascinado.
Pero no puedo hacer eso ahora. Tengo 87 años. Estoy muy en forma, pero tengo una rodilla un poco débil que a veces simplemente se da por vencida.
Así que pensé y respondí: “Morir”.
Hubo un silencio sepulcral en la sala.
Yo continué diciendo: “Bueno, cuando mueres, o no hay nada después, en cuyo caso, bien, te vas, las preocupaciones del mundo ya no pesarán sobre tus hombros, o sí hay algo. Y por diversas experiencias de mi vida yo creo que, de hecho, sí hay algo”.
“Y si eso es cierto, ¿puede haber una aventura más grande que descubrir qué es ese algo?”.
¿Y sabes qué? Lo que tememos no es en realidad la muerte. Es el proceso de morir, que a veces es doloroso y horrible.
Me gustaría terminar volviendo a su mensaje de esperanza en el libro. La COP26, la cumbre de cambio climático, ha comenzado en Glasgow. Muchas personas se sienten desesperadas. Pero usted dice que aún hay una ventana de oportunidad y nos alienta a decir no solamente “sí, podemos”, sino “sí, lo haremos”.
Estábamos en una ocasión en Tanzania en una reunión regional de miembros de Roots and Shoots, y los jóvenes estaban diciendo: “Juntos podemos cambiar el mundo”.
Y yo les dije: “Sí podemos, sabemos lo que tenemos que hacer, sabemos que tenemos que dejar de talar bosques y contaminar el océano con plástico. Sabemos que tenemos que acabar con las granjas industriales por el daño que infligen. Conocemos todas estas cosas. Pero lo que se necesita es la voluntad de hacerlas”.
Así que ahora, los jóvenes dicen: “Juntos podemos, juntos lo haremos”.
Intenté esto mismo con un grupo de empresarios y delegados de gobiernos en el Foro Económico Mundial en Davos.
Había una sala llena de gente y al final les pregunté: “Si están conmigo, si creen que necesitamos y podemos cambiar el mundo, ¿se unen a mí diciendo “juntos podemos, juntos lo haremos”?.
Al principio hubo una respuesta patética. Entonces les dije: “Los niños lo hacen mucho mejor que ustedes. ¿Podemos intentarlo una vez más?”. Y toda la sala se puso de pie y gritó: “¡Juntos podemos juntos, juntos lo haremos!”.
Un reportero de uno de los principales periódicos estadounidenses que estaba presente se me acercó y me dijo: “He estado en Davos todos los años y cuando escuché esa respuesta de estas personas, se me llenaron los ojos de lágrimas. No pensé que fuera posible”.
Así que juntos podemos, juntos lo haremos, recordando que cada uno de nosotros importa, que cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar, que cada uno de nosotros tenemos con nuestras acciones un impacto cada día. Y que podemos elegir.
*El programa Roots and Shoots tiene presencia en 15 países de América Latina. Y por ejemplo, este 10 de noviembre el Instituto Jane Goodall Argentina lanza un curso sobre proyectos ambientales que es online, gratuito y abierto para todos y a cualquier edad, que se llama “Esperanza en acción”.
Puedes informarte sobre el curso “Esperanza en acción” del Instituto Jane Goodall Argentina haciendo clic en esta dirección.
La edición en español de la obra “El libro de la esperanza” se publicará el 15 de noviembre (Editorial Oceano/México).
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