La reivindicación de la depresión postparto en México

Aunque no hay un tratamiento abierto similar a las pastillas recientemente autorizadas en EEUU, las madres rompen tabúes para hablar del tema

Olivia Duque y sus hijas actualmente

Olivia Duque y sus hijas actualmente Crédito: Olivia Duque | Cortesía

MÉXICO- Será porque son mejores tiempos para las mujeres con más leyes para la igualdad o para denunciar agresiones de género; por las cuotas políticas obligatorias o simplemente porque recientemente en Estados Unidos —vanguardia en muchos temas— se aprobó la primera pastilla contra el mal.

El caso es que cada vez más mujeres aceptan y hablan claro: “Yo tuve depresión postparto”.

Durante años, el tema había sido un tema tabú. Particularmente en México, el silencio ha sido tal que en un estudio del Instituto Nacional de Psiquiatría Juan Ramón de la Fuente ubica las cifras del caso en un rango muy amplio: entre 30 y 70% de las mujeres.

Tres de cada 10, según la cifra de denuncias; siete de cada diez con base en un cálculo de la estadística negra, los casos que no se denuncian por miedo a juicios negativos (¡Ay, no quiere al hijo!, se susurra), por ignorancia o por considerar que estar triste es hasta cierto punto normal. 

Eliesheva Ramos, comunicadora en la Ciudad de México, considera que la aprobación de la pastilla zurzuvae (zuranolona) por parte de la Administración de Fármacos y Alimentos (FDA) de Estados Unidos el pasado 4 de agosto ayudará a que ya no se considere solo “un coctel de hormonas” que nos trae locas”, aunque en México no se haya autorizado.

“Se recuerda que sí es una enfermedad”, destaca.

Zurzuvae es el primer medicamento oral indicado para tratar la depresión posparto (DPP) en mujeres adultas; hasta ahora el tratamiento solo estaba disponible en forma de inyección intravenosa y solo en algunos centros médicos. 

Se considera DPP a un episodio depresivo grave que ocurre después del parto, pero también puede comenzar durante las últimas etapas del embarazo. 

Hace 20 años, cuando Ramos dio a luz a su primera hija, no sabía cómo calmar su tristeza. Aunque la niña fue planeada, deseada y preparada por meses a la hora de la verdad ella sentía una total desazón, un hoyo en el estómago.

“Era la cosa más horrible del mundo. Me duró unos dos meses”, recuerda. “Me metía a la regadera y empezaba a llorar: era mi refugio; afuera, con mi esposo, mi suegra, mis cuñadas, yo aparecía normal porque ellos son de la idea de que hay que ser fuertes y duros y salir adelante”.

La depresión posparto es una afección grave y potencialmente mortal en la que las mujeres sienten tristeza, culpa, inutilidad e incluso, en casos graves, tienen pensamientos de hacerse daño a sí mismas y puede alterar el vínculo materno-infantil, argumentó Tiffany Farchione, directora de la División de Psiquiatría del Centro para la Evaluación e Investigación de Medicamentos de la FDA.

“Tener acceso a un medicamento oral será beneficioso para muchas de estas mujeres que lidian con sentimientos extremos y, en ocasiones, potencialmente mortales”.

El tema ha sido polémico. Antes de la autorización de la zuranalona, en EE. UU. se usaron (y se usan) tratamientos de terapia psicológica grupal e individual para depresión leve o moderada y, para casos graves, inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (SSRI). 

Pero cuando se dieron cuenta de que los resultados tomaron semanas en dar resultados, empezaron a usar fármacos intravenosos como la brexalona y de ahí saltaron al intrevenoso.

El tratamiento para cada mujer en EE. UU. depende de los resultados de un test conocido como “Escala de Edimburgo”. En México no existe este nivel de atención en los hospitales públicos, a pesar de que hay factores relacionados a la pobreza para que las mujeres sientan depresión.

En la dirección de Investigaciones Epidemiológicas y Psicosociales del Instituto Nacional de Siquiatría detectaron que factores como la violencia, enfermedad, trabajo arduo o las carencias de recursos para necesidades básicas afecta mayoritariamente a las mujeres y eso representa más probabilidades de padecer DPP.

“Otros factores de riesgo son muy similares a los referidos en países desarrollados, como historiales previa de depresión, ansiedad, bajo apoyo social, estrés prenatal o mala relación de pareja”, destaca Pamela Patiño, investigadora del Instituto Nacional de Siquiatría. 

Olivia Duque tuvo su primera hija a los 17 años. Para cuando cumplió 19, ya tenía dps. Con la primera lloraba y se encerraba en sí misma porque no tuvo apoyo de su familia para enfrentar las tareas. Se la echó sola y así se sentía: 

“Mi pareja no se preocupaba por nada ni  me acompañaba al médico ni preguntaba cómo me sentía”, recuerda.

Con la segunda niña, entre pañales, biberones y vacunas, ella tuvo pensamientos suicidas. Aunque solo le pasaban por la cabeza en momentos de tensiones especiales como cuando su marido la culpó de irreponsable, la golpeó y ella intentó abortar, pero ninguna de las yerbas que tomó funcionó.

“Cuando nació yo me desesperaba tanto que me salía al patio y me arrancaba el cabello a tirones y lloraba”, recuerda. “No podía salir con mis amigas ni hacer nada y me sentía tan sola”.

Con el tiempo fue aprendiendo a convivir con sus hijas y hoy es una madre feliz de las dos de 17 y 19 años y acepta que tuvo un periodo complicado de DPP.

La doctora Patiño reconoce que la idealización de la maternidad ha sido un problema para tratar la enfermedad. “Se cree que todo es felicidad y satisfacción con un hijo y eso ha dificultado la aceptación del hecho de que muchas madres experimentan sentimientos contrarios”.

Rebeca Castorena, hoy de 63 años, recuerda que ella estaba deprimida cada vez que le nacía un bebé. Cuando se sintió peor fue con la tercer hija porque no fue planeado, falló el dispositivo y el mundo arriba mientras lidiaba también con la incomprensión de su marido que no entendía el por qué “teniendo una familia unida y bonita”, ella se sentía mal. 

“Tienes todo, ¿qué te pasa?”. 

Confundida y con sentimientos de culpa, siguió adelante. Fue hasta hace poco tiempo que por su trabajo en un consultorio médico se enteró de que existía algo que se llamaba DPP y que se podía tratar. Hoy cree que las nuevas generaciones sobrellevarán mejor el problema, con o sin pastilla.
“Pero hay que empezar por reconocerla”, resume.

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Depresión posparto
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