La odisea de los esclavos que huyeron a México desde EE.UU. para lograr su libertad y fundar un pueblo
En el norte de México, no muy lejos de la frontera con EE.UU., esclavos de plantaciones estadounidenses encontraron un sitio donde ser libres y vivir en paz.
I’m packin’ on, I’m gettin’ ready to go. My mother is gone, and she was ready to go…
Los cantos que los ancestros entonaban en momentos significativos, como I’m packin’ on en un funeral, son uno de los tesoros más valiosos en la cultura de los mascogos en el norte de México.
Solo con sus voces, sin ningún instrumento, acompañados únicamente con las palmas, se unían para recordar sus orígenes en las plantaciones esclavistas del sur de Estados Unidos.
“Lloraban y se desmayaban, no por llevar a un muerto a sepultar, sino por lo que estuvo detrás, por los que tuvieron que dejar atrás. Sabían dónde descansaría su muerto, pero los que dejaron atrás no supieron dónde quedaron”, le explica a BBC Mundo Laura Herrera, una descendiente de los mascogos y activista por la preservación de su cultura.
En contraste con lo que ocurre hoy en día, hombres y mujeres de EE.UU. viajaron hacia el suroeste de su país y cruzaron la frontera con México para encontrar libertad en un pequeño territorio del estado de Coahuila.
Ahí fundaron El Nacimiento de los Negros, una población que hoy tiene unas 60 familias y en la que cada año se celebra Juneteenth, la festividad que conmemora el final de la esclavitud en EE.UU. cada 19 de junio.
El pequeño lugar, que ha luchado durante décadas por progresar, fue censado recién en 2019 como una de las comunidades de población negra en México, país que durante casi toda su existencia omitió el registro y reconocimiento cultural afromexicano.
Hoy, como una población más mestiza que en sus orígenes, también enfrenta lo que Herrera ve como un lento olvido de su cultura mascogo, como los cantos.
“Muchos no conocen su herencia negra”, lamenta.
“Somos negros no por nuestro tono de piel, sino por nuestra raíz, por nuestros usos, nuestras costumbres, nuestra tradición, nuestro legado”.
Huyendo a la libertad
La esclavitud en colonias británicas como Alabama, Carolina del Sur o Georgia llevó a muchos negros a huir hacia la Florida española, donde podían ser libres junto a tribus locales, como los seminoles.
Pero cuando la península pasó a manos de los británicos (1763) y luego a EE.UU. tras su independencia (1766), la esclavitud los volvió a acosar.
Negros y seminoles, que con el tiempo ya se habían mezclado, fueron obligados a migrar a las reservas del oeste.
“Se fueron a Oklahoma, pero no les fue bien”, explica la antropóloga Karla Rivera, quien ha estudiado la cultura de los mascogos. “Ahí se encontraron a la tribu de los kikapúes, que son originarios de los grandes lagos”.
Liderados por jefes tribales como John Horse y Wild Cat, negros seminoles -como pasaron a ser conocidos- y kikapúes supieron que había otra tierra donde no vivirían bajo la amenaza de la esclavitud.
La respuesta estaba unos cientos de kilómetros al sur.
“Cruzaron todo Texas hasta lo que llamaban el ‘río de la libertad’“, el cual marca la frontera de aquel estado texano -recién anexado por EE.UU.- con México.
“Es paradójico que hoy es lo contrario”, apunta Rivera en referencia a cómo la migración hoy encuentra el río Bravo como frontera con EE.UU.
Quienes se aventuraban a cruzar Texas, otro estado esclavista, tenían que hacer un peligroso recorrido a pie, a escondidas, para no ser capturados por los esclavistas.
Fueron migrando de a poco a través del “tren subterráneo”, como llamaron a una ruta que los ponía a salvo.
Para la década de 1850 habían llegado unos 700 entre negros seminoles y kikapúes.
“El nombre mascogo, según una teoría, viene al cruzar de Texas a Coahuila. Les preguntan ‘¿Ustedes qué hablan?’, porque era un inglés creole que no entendían. Y dijeron ‘muscogee’ que era como se conocía la lengua. En México les dijeron entonces mascogos”.
Los nacimientos
Mascogos y kikapúes obtuvieron la libertad en México y llegaron a un acuerdo con el gobierno mexicano para obtener tierras a cambio de repeler los asaltos de ganado y robos de los indios comanches y lipanes en la frontera.
Se asentaron en un territorio cercano a la localidad de Múzquiz, cerca del río Sabinas, pero cada quien por su lado: los kikapúes estaban en El Nacimiento, mientras que los mascogos en El Nacimiento de los Negros.
Pero mientras los kikapúes tuvieron prosperidad, a los mascogos les resultó más difícil salir de la precariedad.
Algunos regresaron a EE.UU. cuando los seminoles obtuvieron el reconocimiento como tribu. Otros se fueron a luchar a la Guerra Civil de ese país. Y otros murieron de viruela entre las décadas de 1850 y 1860.
Unas cuantas decenas que se quedaron trataron de salir adelante criando ganado y sembrando maíz, calabaza, hortalizas, caña y otros cultivos.
“Mi abuela contaba que a mi bisabuela le habían ofrecido regresar a EE.UU. por los beneficios económicos, pero ella decía que no, que ese dinero estaba envenenado. Posiblemente la palabra que querían usar era maldito. Pero ella decía envenenado”, cuenta Herrera.
“Porque tuvieron que huir y, como cualquier persona, no quisieras regresar a tu familia a donde te maltrataron. Yo creo que ellos hicieron lo correcto, no regresar a donde los maltrataron, los separaron y tantas cosas barbáricas”.
Mamá Guechu
La tía abuela que Herrera recuerda con gran cariño es Gertrudis Vásquez Valdez, una de las matriarcas del siglo XX de esta comunidad.
Mamá Guechu, como le decían cariñosamente, nació en 1921 y fue uno de los eslabones entre aquellos mascogos que llegaron a Coahuila y las nuevas generaciones que aprendieron de sus tradiciones. Murió en 2005.
Pero gracias a matriarcas como ella, en El Nacimiento de los Negros hasta hoy se sigue preparando tetapún (un pan de camote), soske (una bebida a base de maíz), o el fried bread, o pan frito.
El tetapún y el soske en particular se siguen preparando en Oklahoma y Florida, así como en Braketsville, Texas, donde está buena parte de los moscogos que decidieron volver a EE.UU.
En festividades como Juneteenth, Navidad o Año Nuevo, se escuchan aquellos cantos ancestrales que se han preservado: The mornin’ start right, Don’t go, you stay here by my side, Stay in the field, for a while, I’m packin’ on o My last time.
Mamá Guechu, recuerda Herrera, fue una mujer fuerte, tenaz, con un espíritu alegre a pesar de las carencias que había en la población.
“Siempre andaba en chanclitas de hule, de pata de gallo, y si se le rompían le amarraba un segurito (gancho) abajo. Siempre cojeaba porque a veces pasaba por las espinas y le picaban su piel y seguía caminando”, cuenta Herrera.
“Íbamos a vender empanadas y tamales a los kikapúes, que a veces no pagaban con dinero sino con carne seca de venado, cebollas o alguna cosa”, explica la nieta.
Los vecinos del pueblo kikapú tuvieron una prosperidad mucho más rápida, en parte por sus actividades de ganadería y agricultura, pero también por los recursos enviados por sus miembros en Estados Unidos.
Herrera explica que El Nacimiento de los Negros también ha mejorado, pero solo en los últimos años.
“Ha prosperado muchísimo. Antes no teníamos energía eléctrica, no había vehículos, había que buscar remedios caseros porque no se salía del pueblo, se cocinaba en estufa de leña, se dormía en el suelo que era lo fresco que había, o se cosechaba lo silvestre”.
La integración económica y cultural a lo largo de este tiempo con el resto del estado de Coahuila no ha estado libre de situaciones de racismo.
Las primeras generaciones cambiaron sus identidades, de ahí que hoy exista el apellido Vásquez en lugar de Factor, por ejemplo.
Las mujeres también se alisaban el cabello para parecer más mexicanas.
Herrera explica que ella y sus hijos también han escuchado comentarios de discriminación por tener la piel negra o más oscura que otros en la región.
Pero ella lo ha visto desde otro punto de vista.
“No es ofensa. Ser negro es algo muy bonito. Incluso al contrario, a mí me han tratado de hacer de menos por no ser tan negra”, explica. “En la misma familia puedes tener café con leche, café oscuro o leche pura”.
Por otra parte, el cambio de nombres y apellidos también les ha dificultado a algunos sus intentos de volver a EE.UU., pues las autoridades de ese país les piden pruebas de parentesco con estadounidenses que no han podido obtener.
La memoria mascoga
El paso del tiempo y la integración, sin embargo, también ha hecho que la cultura y las costumbres de los mascogos hayan experimentado un paulatino desvanecimiento.
La lengua original de los mascogos y seminoles ha quedado en el pasado.
En el pueblo algunos recuerdan los cantos en inglés, pero el español es lo que predomina, principalmente desde que se abrieron escuelas públicas en la comunidad en la segunda mitad del siglo XX.
Los platos de los ancestros también han sido reemplazados en buena medida por los que se consumen en el norte de México.
Herrera abrió un restaurante en cuyo menú aún perseveran algunas recetas de los mascogos.
“Tratamos de conservar, preservar y hacer todo lo posible por enseñarles a los niños, a la familia y a los demás“, explica.
Pero también percibe falta de interés de algunos para seguir sus tradiciones, más allá de las grandes celebraciones como Juneteenth.
Los conocimientos de herbolaria, con los que se trataron muchas enfermedades, recién están siendo escritos en papel entre Herrera y la antropóloga Karla Rivera.
Como en otros pueblos en los que los conocimientos nunca fueron escritos, sino transmitidos mediante la oralidad, se vuelve necesario que las nuevas generaciones tengan interés no solo en aprender, sino en preguntar por su pasado.
Herrera misma dice que lamenta, “me duele”, afirma, “no haber preguntado más” a Mamá Gechu y a otras matriarcas de la comunidad.
Rivera, por su parte, ha trabajado para rescatar los antiguos cantos que les dan identidad a los mascogos.
Con investigadores como Jordi Barrera, consiguieron grabaciones y buscaron a miembros de la comunidad que desentrañaran el inglés creole para adaptar los cantos a un inglés actual y también traducirlos a español.
“Empezamos a tratar de entender los cantos con unas grabaciones de hace años”, explica Rivera con emoción.
En sus tiempos de niña, Herrera recuerda que los podían cantar, pero sin saber realmente qué significaban. “Y ahora ya cambió, ya se sabe qué dicen”, explica.
Preservarlos de esta manera era muy necesario para que nuevas generaciones los conozcan.
Esta puede ser una “última vez” para aprender más de los orígenes, como dice uno de los cantos que más sentimiento despiertan en El Nacimiento de los Negros.
This may be my last time, it may be my last time, I don’t know.
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