Sueño profundo: por qué es clave para prevenir la demencia

Dormir bien en la vejez podría reducir el riesgo de demencia. Un estudio muestra un aumento del 27% en este riesgo por cada 1% de sueño profundo perdido al año

El dormir bien a diario, durante un mínimo de ocho horas, es uno de los hábitos fundamentales que promueven la buena salud.

El dormir bien a diario, durante un mínimo de ocho horas, es uno de los hábitos fundamentales que promueven la buena salud. Crédito: Shutterstock

Un estudio ha encontrado una conexión significativa entre la falta de sueño profundo y el aumento del riesgo de demencia en adultos mayores. Los hallazgos, publicados por investigadores de Australia, Canadá y Estados Unidos, sugieren que a partir de los 60 años, incluso una disminución del 1% en el sueño de ondas lentas anual puede llevar a un incremento del 27 % en la probabilidad de desarrollar demencia, con un aumento de riesgo más pronunciado para el Alzheimer.

El sueño de ondas lentas, también conocido como sueño profundo, es la fase más reparadora del ciclo del sueño, que ocurre en la tercera etapa de los ciclos de 90 minutos.

Este periodo de sueño, de entre 20 y 40 minutos, permite que el cuerpo y el cerebro entren en un estado de descanso profundo. En esta etapa, las ondas cerebrales, la frecuencia cardíaca y la presión arterial disminuyen, ayudando a restaurar las funciones corporales y cognitivas.

Es en esta fase donde el cerebro se “prepara” para aprender y recordar mejor, y donde también se fortalece el sistema inmunológico y los tejidos corporales.

La investigación fue liderada por Matthew Pase, neurocientífico de la Universidad de Monash en Australia. Según Pase, “el sueño de ondas lentas favorece el envejecimiento saludable del cerebro en múltiples maneras, facilitando, entre otros, la eliminación de residuos metabólicos”.

Esta etapa del sueño es crucial para eliminar proteínas y desechos que, cuando se acumulan, están relacionados con enfermedades neurodegenerativas, incluida la enfermedad de Alzheimer. Aunque hasta ahora se había establecido la importancia de un buen sueño en el envejecimiento, la relación específica entre la falta de sueño de ondas lentas y la demencia era menos clara.

Para el estudio, Pase y su equipo analizaron datos de 346 participantes del Estudio Cardiaco de Framingham, un proyecto de investigación de larga duración en Estados Unidos que sigue a varias generaciones para estudiar factores de riesgo de enfermedades crónicas.

Desarrollo de demencia y calidad del sueño

Los participantes en esta cohorte, mayores de 60 años y sin demencia al inicio del estudio en 2001-2003, realizaron dos estudios del sueño con un intervalo de cinco años. A lo largo de un seguimiento de 17 años, se monitorearon para evaluar el desarrollo de demencia y su relación con la calidad y cantidad de sueño profundo.

El estudio encontró que, a partir de los 60 años, el sueño de ondas lentas disminuye de forma natural y llega a su punto más bajo entre los 75 y 80 años, antes de estabilizarse. Comparando los resultados de ambos estudios de sueño, los investigadores identificaron una relación entre la reducción anual del sueño de ondas lentas y el aumento del riesgo de demencia.

Para el Alzheimer, la variante de demencia más común, esta relación fue aún más fuerte: cada disminución del 1 % en el sueño profundo aumentó el riesgo de la enfermedad en un 32 %.

Aunque los resultados son reveladores, los investigadores advierten que este tipo de estudio no puede establecer una causalidad directa. Es posible que la pérdida de sueño de ondas lentas no sea una causa de la demencia, sino un síntoma temprano de procesos cerebrales ya en marcha. Sin embargo, estos hallazgos destacan la importancia de cuidar la calidad del sueño profundo como posible medida preventiva.

En vista de estos hallazgos, expertos en salud recomiendan priorizar el sueño en la vejez como una medida preventiva para el cerebro. Existen estrategias para mejorar el sueño de ondas lentas, desde evitar estimulantes como la cafeína hasta mantener un horario de sueño regular. Pequeños cambios en los hábitos nocturnos pueden tener un impacto significativo en la salud cerebral a largo plazo.

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