El abuso verbal en la infancia reconfigura el cerebro
El abuso verbal en la infancia deja secuelas duraderas. Afecta el cerebro, la salud mental y las relaciones futuras. La prevención es urgente y posible

Las experiencias de maltrato emocional, físico o sexual, negligencia y abuso de sustancias en el hogar fueron consideradas en una nueva investigación. Crédito: fizkes | Shutterstock
Cuando los adultos emplean el lenguaje para controlar, humillar o denigrar a un niño de forma constante, el impacto puede extenderse más allá de la infancia y marcar toda una vida. La ciencia lo confirma, el abuso verbal no solo daña emocionalmente, también altera el desarrollo del cerebro y deja cicatrices que persisten hasta la adultez.

Lejos de ser un tema menor, este tipo de violencia psicológica puede ser tan perjudicial como otras formas de maltrato infantil. Un estudio realizado en el Reino Unido en 2023, que encuestó a más de 20.500 adultos, reveló que uno de cada cinco reconoció haber sufrido abuso verbal en su niñez.
Esto pone sobre la mesa una realidad silenciada, millones de personas crecen escuchando frases que las menosprecian, las amenazan o las hacen sentir indignas de amor o cuidado.
A diferencia de un arrebato ocasional producto del cansancio o la frustración, el abuso verbal se caracteriza por un patrón sostenido. No se trata solo de gritos o insultos aislados, sino de una dinámica persistente que siembra miedo, vergüenza o rechazo en el niño.
Frases como “no sirves para nada” o “eres una carga” pueden parecer cotidianas en ciertos entornos, pero tienen consecuencias graves y duraderas.
Afectar la relación con los demás
Según expertos en neurociencia, este tipo de maltrato interfiere con la manera en que el cerebro infantil procesa la realidad. Un niño expuesto regularmente a palabras hirientes puede desarrollar un sistema de alerta hiperactivo, lo que significa que interpretará señales neutras —una expresión, un comentario, una broma— como amenazas. Esto no solo alimenta la ansiedad, sino que condiciona su capacidad para relacionarse con los demás.

Además, se ve afectado el sistema de recompensa del cerebro. Las experiencias positivas dejan de tener el mismo efecto y se debilita la respuesta emocional frente al afecto o al reconocimiento.
La autoestima y la confianza se erosionan, y con ellas, la posibilidad de formar relaciones sanas. Cuando estos niños llegan a la adultez, a menudo arrastran temores profundos de abandono o rechazo, lo que complica su vida romántica, laboral y social.
A pesar de su gravedad, el abuso verbal suele pasar desapercibido en políticas públicas y en el debate social. Por ello, es urgente visibilizarlo y comprender que prevenirlo no solo es un deber moral, es una necesidad sanitaria, educativa y social. No se trata de no corregir a los niños, sino de hacerlo con respeto y empatía, en espacios donde predomine el afecto y no el miedo.
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