En una zona rural o en la ciudad, el acceso a la salud de calidad es fundamental
En Estados Unidos la atención médica no debería ser un privilegio

Defender el 340B no es un asunto técnico, es una cuestión de dignidad humana. Crédito: Inna Dodor | Shutterstock
Soy un médico que vive en California, pero lo que está ocurriendo en Florida con el programa 340B me duele como si estuviera allá. Hace diez años estuve involucrado en las operaciones de una clínica en Miami, tuve la oportunidad de dirigir un plan de cuidado de la salud en Florida y actualmente todavía cuento con una licencia médica en el estado.
Sé de primera mano lo que significa cuidar a pacientes en comunidades donde cada dólar y cada medicamento cuentan. Las clínicas que dependen de este programa para ofrecer medicamentos a bajo costo están en riesgo por decisiones políticas que, francamente, ignoran la realidad de quienes estamos en la primera línea. Si se recortan esos fondos o se debilita el programa, los más afectados serán los pacientes que menos pueden darse el lujo de perder esa ayuda: familias trabajadoras, adultos mayores, niños sin seguro. Defender el 340B no es un asunto técnico, es una cuestión de dignidad humana.
Durante 30 años, el programa 340B ha sido una fuerza silenciosa para el bien de lugares como estos. Ha permitido mantener clínicas abiertas, medicamentos asequibles y la esperanza viva.
Si permitimos que este programa se deteriore, las consecuencias se medirán en vidas, no solo en dólares.
En pueblos pequeños, los pacientes podrían aplazar sus revisiones de cáncer porque el especialista más cercano está a dos horas de distancia. Cuando los hospitales rurales cierran (más de 140 lo han hecho en la última década), el 340B es a menudo lo único que mantiene a otros en funcionamiento. Estos lugares no solo brindan atención médica, son el corazón de sus comunidades. De perderlos, las personas pasarían frente a clínicas cerradas en su camino a salas de urgencias alejadas, rezando por llegar a tiempo.
Sin embargo, las ciudades tampoco son inmunes a las disparidades de salud. En las clínicas urbanas, los médicos atienden a padres trabajadores que están racionando sus dosis de insulina para poder pagar la renta. En la actualidad, uno de cada cuatro estadounidenses deja de comprar sus recetas médicas debido al costo. Si los descuentos del 340B desaparecen, también se iría la capacidad de las clínicas para ofrecer atención en función de ingresos, volviendo situaciones manejables en crisis.
Enseño a mis pacientes a comer bien y mantenerse activos. Y aunque algunos logran controlar su colesterol y glucosa sin medicamentos, muchas personas necesitan prescripciones para un control óptimo. ¡La atención médica periódica no es opcional! Permite a las personas vivir lo suficiente para disfrutar esas elecciones saludables.
El programa 340B significa que un agricultor pueda recibir sus medicamentos para la presión arterial antes de sufrir un derrame cerebral; que una madre soltera pueda recoger sus vitaminas prenatales gratuitas en su centro de salud comunitario, y que una abuela no tenga que racionar su insulina por tener ingresos limitados. Estos apoyos no son regalos, son la base de comunidades prósperas.
La realidad es que muchos tienen que elegir entre medicamentos o comida. Imagine a la maestra de su hijo fraccionando sus pastillas para la artritis para que le duren un mes más. A su vecino eligiendo entre ir por sus gotas para el glaucoma o cenar esta semana. Y mientras los precios de los medicamentos continúan subiendo, esto se convertirá, con más frecuencia, en un asunto de vida o muerte para más estadounidenses.
Las clínicas 340B significan que un inhalador de $400 se pueda comprar por $40. Que un tratamiento vital para VIH no cueste nada para alguien en situación de calle, y que un niño reciba antibióticos antes de que una infección del oído se convierta en una visita a urgencias.
Sin estos descuentos, la deuda médica, que ya es la causa principal de bancarrota, afectará a más familias.
El programa 340B no es política. Es el adolescente diabético en Miami, la abuelita con presión arterial alta en Los Ángeles, y el veterano que recibe tratamiento para TEPT en un Wisonsin rural, todos compartiendo el mismo derecho: ver a un médico sin arriesgarse a perder todo.
He sido testigo de lo que ocurre cuando la atención médica es accesible. Los pacientes viven. Las familias permanecen unidas. Las comunidades se fortalecen. Eso no es solo una política pública—es el juramento que tomé como médica.
A quienes piensan que el programa 340B no es necesario, los invito a sentarse en mi consultorio. A que escuchen las historias y luego a que me digan quién debería perder su atención médica para que las compañías farmacéuticas añadan otro cero a sus ganancias.
Porque en Estados Unidos, la atención médica no debería ser un privilegio.