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Tony Luna: De niño sin hogar a diácono

Comparte un conmovedor testimonio sobre cómo se quedó sin hogar en la adolescencia después de que su familia fuera detenida y deportada

Tony Luna cumplirá 15 años como diácono en la Diócesis del condado de Orange.

Tony Luna cumplirá 15 años como diácono en la Diócesis del condado de Orange. Crédito: Yolanda Morales | Cortesía

Cuando sus hermanos fueron deportados en los años 70, Tony Luna, quien entonces tenía nueve años, se convirtió de la noche a la mañana en un niño sin hogar, que tuvo que vivir en las calles, sobreviviendo de la comida que encontraba en los botes de basura.

Décadas después en la Catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles, lleno de emoción, Tony, quien ahora es diácono en la Iglesia Saint Philip Benizi en la Diócesis del condado de Orange, recordó esa época de miedo y desesperanza.

Lo más triste – dice- es que hoy esa historia se repite con los miles de niños que son separados de sus padres a causa de las redadas de migración.

Tony Luna encuentra su misión como diácono en la iglesia católica del condado de Orange.
Crédito: Yolanda Morales | Cortesía

Nacido en México, Tony emigró al sur de California en los años 70.

“Cuando mi papá murió, mi mamá en la desesperación nos mandó a cuatro hermanos de los diez que éramos a Estados Unidos. Al dolor de perder a mi padre se sumó la pena de no poder tener a mi mamá cerca. Cuando uno está en crecimiento necesita mucho a su mamá”, dice.

Fue una señora de Texas quien lo registró en la escuela Abraham Lincoln de Orange, a donde comenzó a asistir al cuarto grado de primaria.

“No hablaba ni una pizca de inglés, y nadie hablaba español. La presión hizo que aprendiera inglés”.

Todo iba bien hasta que un día sus hermanos no regresaron del trabajo. Fue la manager de los departamentos donde vivían, quien junto con otra vecina le revelaron que habían sido deportados, y le pidieron que no le abriera la puerta a nadie.

“Era los tiempos en que migración venía a tocarte la puerta para arrestarte. Asustado de que fueran a venir también por mí, agarré dos camisas, dos pantalones, una chamarra y un par de tenis y me fui a la calle”. 

Pero no se fue lejos del departamento que compartía con sus hermanos.

“Me acordaba de las palabras que me decía mi papá cuando era niño. Si alguna vez me perdía, me decía que no me fuera lejos para que me pudieran encontrar”.

Así que se quedó por el barrio.

El diácono Tony Luna junto a su esposa Elsa Luna.
Crédito: Familia Luna | Cortesía

En las calles, Tony pasó miedo y mucha hambre.

“Dormía en los estacionamientos de los edificios de los departamentos. Nunca escogía el mismo. Iba a los botes de basura de los supermercados a buscar comida. A veces me encontraban frutas, galletas y pan. Con eso me alimentaba y así sobrevivía”.

Dice que pocas veces se bañaba, pero cuando lo hacía era a través del agua que salía de los rociadores de los jardines. 

A pesar de su desamparo, cuenta que nunca dejó de ir a la escuela.

“Los niños me hacían bromas por la forma en que iba vestido, mi mal olor y mi pelo afro, que me había crecido demasiado y no tenía manera de cortármelo”.

Dice que en una ocasión, un maestro de educación física de raíces mexicanas se le acercó, y se sintió feliz de que alguien por fin se hubiera dado cuenta de su vida en el desamparo y pudiera brindarle ayuda.

“Salí llorando de impotencia porque me hizo sentir más mal, cuando me dijo que había notado que juntaba sándwiches de la calle, y que los mexicanos no hacíamos eso. ‘Por qué no le dices a tu familia’, me cuestionó. Pero yo pensaba que si hacía eso, me iban a llevar a las autoridades”.

Hijos del diácono Tony Luna, Alexander, Vivian y Anthony.
Crédito: Familia Luna | Cortesía

La conversación con el maestro estropeó sus esperanzas de recibir algún tipo de apoyo.

Su suerte cambió cuando en una ocasión que juntaba periódicos y cartón para venderlos, se le apareció María, una señora del barrio y le preguntó qué estaba haciendo.

“Me dijo que su hijo Arturo le había dicho que vivía en la calle. Yo empecé a llorar y llorar. ‘No llores’, me dijo la señora. Mira vas a venir a vivir a mi casa, y a comer de lo mismo que comemos nosotros. Y si tu familia aparece, te vas con ellos. Eso me levantó la dignidad y se me quitaron los miedos”.

Para entonces tenía 14 años.

Tony considera a María como su ángel, ya que le dio un techo, y tal y como ella lo pronosticó, un día, uno de sus hermanos regresó a Estados Unidos y se le apareció.

“Tocó la puerta de la casa de María Lo primero que le pregunté fue ‘por qué me dejaste. No te dejamos, me dijo. Fue la vida’ ”.

Tony volvió a vivir con su hermano, y dice que con el paso de los años, cuando pudo arreglar su estatus y volver a México para ver a su madre, y le preguntaban qué pasó con él cuando sus hermanos fueron deportados, respondía “pasó Dios y estaba con una buena familia”.

Hijos y nietos del diácono Tony Luna.
Crédito: Familia Luna | Cortesía

Sin embargo, Tony reconoce que le costó mucho superar el desamparo, la separación familiar y la deportación de sus hermanos.

“Duré muchos años sin platicar nada, vivía en la oscuridad, tomé demasiado alcohol, estaba amargado. Hasta que un día me pregunté a mí mismo si así iba a vivir toda la vida, si yo era bueno, y tomé la decisión de perdonar y hacer un cambio”.

En eso lo ayudó mucho Elsa su esposa con quien va a cumplir 40 años de casado.

“Empezamos a ir a la Iglesia y ahí vino el llamado de mi vocación. Entendí por qué me había pasado lo que viví y que mi vida tenía un propósito en la Gloria de Dios”.  

A través del diaconado, disfruta ayudando a la gente como acompañante espiritual.

“Desafortunadamente con todo lo que estamos viviendo ahora, la historia se repite. Vemos a padres, jóvenes y niños durmiendo en las calles. Las deportaciones están peor que antes. Por eso tenemos que motivar a los niños y decirles que están aquí por un propósito”.

El diácono Luna tiene tres hijos y siete nietos; y el año que entra cumplirá 15 años como diácono.

El diácono Tony Luna fue un niño sin hogar cuando sus hermanos fueron deportados en los años 70.
Crédito: Yolanda Morales | Cortesía

Dio su emotivo testimonio después de la misa de reconocimiento de los inmigrantes en la Catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles en el centro de Los Ángeles celebrada por el arzobispo José H. Gómez el domingo 21 de septiembre.

“Cada año, en esta misa, celebramos nuestro viaje a este país, nuestras tradiciones y nuestra cultura. Recordamos el lugar donde nacimos, a nuestras familias y amigos. Compartimos nuestras esperanzas para el futuro”, dijo el arzobispo Gómez durante la homilía en la que estuvo acompañado por obispos y sacerdotes, estudiantes de Loyola Marymount University y líderes proinmigrantes de la comunidad. 

“Pero hoy, una vez más, nos reunimos en un momento de temor e incertidumbre. Sé que muchos de ustedes y sus seres queridos están pasando por dificultades debido a las nuevas medidas de control migratorio. Estas medidas han generado temor y ansiedad en nuestras parroquias, comunidades, lugares de trabajo y hogares”.

Y agregó: “San Pablo nos dice hoy, en la segunda lectura, que debemos orar por quienes están en autoridad. Y así debe ser. Debemos orar para que finalmente hagan lo correcto y corrijan este sistema de inmigración que está fallando”.

Pero también – dijo – que debemos acompañar nuestra oración con la acción. 

“Por eso, es momento de unirnos para contar nuestras historias, las historias de nuestras familias, de nuestras comunidades y parroquias. Es la historia de Estados Unidos; es la historia que se ha contado desde los orígenes de este país. Es la historia de hombres y mujeres buenos y trabajadores, personas de fe”.

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