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Advertencia: el problema invernal que afecta a tu eléctrico

Las bajas temperaturas provocan una caída silenciosa en la presión de los neumáticos que afecta la seguridad y acelera el consumo energético

Neumático del Mercedes CLA Shooting Brake

Neumático del Mercedes CLA Shooting Brake. Crédito: Mercedes. Crédito: Cortesía

Cuando llega el invierno, la atención suele centrarse en la batería, la calefacción o el rendimiento del motor eléctrico. Sin embargo, hay un factor mucho más discreto que influye de manera directa en el consumo y en la autonomía real del coche eléctrico: la presión de los neumáticos.

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Para muchos conductores, este detalle pasa desapercibido hasta que el frío ya ha hecho efecto y el vehículo comienza a consumir más energía de la habitual.

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Durante los meses de bajas temperaturas, no son solo las carreteras mojadas o las heladas matutinas las que ponen en aprietos la conducción. La contracción natural del aire dentro de las ruedas altera por completo su comportamiento.

Un neumático que en otoño estaba correctamente inflado puede amanecer en invierno con una presión peligrosamente baja sin que el conductor lo note a simple vista.

Este fenómeno no solo reduce la eficiencia energética, sino que también puede comprometer la estabilidad, la frenada y la adherencia del vehículo. Y en el caso de los coches eléctricos, que ya parten de un mayor peso por las baterías, la presión correcta se convierte en un aspecto crítico para mantener el rendimiento óptimo.

El frío y la presión: una combinación que afecta la conducción

A medida que la temperatura desciende, el aire dentro de las ruedas pierde volumen. Esta reducción sigue principios básicos de la física: cuando un gas se enfría, se contrae, y esa contracción se traduce en una caída directa de la presión.

Esto explica por qué un coche con las presiones perfectamente ajustadas en un día templado puede terminar circulando varios psi por debajo de lo indicado cuando llega el invierno.

En el sector automotor se conoce una regla práctica que sirve como referencia para anticipar este efecto. Cada disminución aproximada de 10 grados Celsius puede provocar que la presión de un neumático baje entre 0,07 y 0,14 bares.

Para un conductor desprevenido, este cambio podría parecer irrelevante, pero sus efectos en la conducción se sienten desde los primeros kilómetros.

En un vehículo eléctrico, este descenso resulta aún más crítico. Con un peso considerablemente mayor que el de un automóvil de combustión, los neumáticos deben soportar una carga constante.

Si la presión es insuficiente, la deformación del caucho aumenta y, con ella, la fricción con el asfalto. Esa resistencia adicional obliga al motor eléctrico a trabajar más y consumir más energía.

Un riesgo para la seguridad y para la autonomía

Conducir con una presión inferior a la recomendada tiene consecuencias directas sobre la seguridad del vehículo. Los neumáticos blandos se deforman en exceso y pierden rigidez lateral, lo que compromete la estabilidad al tomar curvas. Además, incrementa el riesgo de aquaplaning en superficies mojadas y estira la distancia de frenado, una combinación especialmente peligrosa en invierno.

Pero para los propietarios de un coche eléctrico, el impacto más evidente es la pérdida de autonomía. Al aumentar la resistencia a la rodadura, el motor necesita mayor esfuerzo para mantener la velocidad, lo que se traduce en un consumo energético más alto.

Modelos de Neumáticos Goodyear
Modelos de Neumáticos Goodyear. Crédito: Goodyear.
Crédito: Cortesía

En algunos casos, circular con baja presión puede elevar el gasto hasta en un 10 %, una cifra nada despreciable si se considera que cada kilómetro cuenta en el cálculo del rango eléctrico.

Esta situación, que para muchos pasa desapercibida, se convierte en un verdadero “enemigo silencioso” capaz de reducir de forma constante la autonomía sin que el conductor entienda la causa real.

La recomendación del experto: sumar 0,2 bares en invierno

Los especialistas en mantenimiento automotor coinciden en que prevenir es mucho más eficaz que corregir. Revisar la presión en frío y hacerlo con regularidad es la base de un buen cuidado de los neumáticos, especialmente durante los meses más fríos del año.

La pauta más extendida entre mecánicos y fabricantes es sencilla: en invierno, conviene añadir 0,2 bares adicionales a la presión indicada oficialmente para el modelo. Este pequeño margen permite compensar la contracción del aire y ayuda a mantener el nivel óptimo incluso cuando la temperatura sigue bajando.

Por ejemplo, si el fabricante recomienda 2,3 bares para el eje delantero, inflar hasta 2,5 bares en clima frío garantiza que el neumático no caerá por debajo del valor mínimo necesario para una conducción segura y eficiente. Este ajuste no afecta negativamente al contacto con el asfalto; al contrario, mantiene estable la deformación y evita que el coche consuma más energía de la necesaria.

Es importante recalcar que esta medición siempre debe hacerse con los neumáticos en frío. Si el conductor revisa la presión después de un trayecto largo, encontrará que los valores son artificialmente altos, pudiendo llegar a inflarse hasta 0,3 bares extra debido al calor generado por la rodadura. Añadir aire en ese momento puede resultar en un sobreinflado peligroso una vez que el neumático se enfríe.

La pérdida de presión en invierno es un fenómeno inevitable, pero también fácil de controlar. Solo se requiere una verificación periódica, preferiblemente semanal, para asegurarse de que las ruedas conserven los valores adecuados.

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