Cómo fue presenciar la inmigración centroamericana en los años 80 y 90
Douglas Carranza, el jefe del Departamento de Estudios Centroamericanos de CSUN, el único departamento de su tipo en todo el país, habla con La Opinión
Douglas Carranza es el jefe del Departamento de Estudios Centroamericanos en la Universidad Estatal de California, Northridge (CSUN), el único departamento de su tipo en todo el país. Nacido en el Salvador, emigró a Estados Unidos en 1981 y presenció directamente las diferentes etapas y dinámicas de la inmigración centroamericana en las décadas de los años 80 y 90, al igual que la firma de los acuerdos de paz en El Salvador en 1992.
Desde su llegada, Carranza ha trabajado como activista en movimientos proinmigrantes y académicos, luchando por los derechos humanos de los centroamericanos, específicamente de salvadoreños y guatemaltecos. Es miembro de la junta directiva del Centro de Recursos Centro Americanos (CARECEN por sus siglas en inglés), profesor e investigador de movimientos y comunidades transnacionales en Centroamérica y en Estados Unidos.
Stacey Arévalo: ¿Cómo fue su experiencia centroamericana a finales de los 80 y principios de los 90?
Douglas Carranza: Las primeras preocupaciones de uno son cómo sobrevivir. A medida que ya te asentás, la otra era la guerra en El Salvador y los derechos humanos. Especialmente aquí en Los Ángeles se dio un fenómeno bastante importante que a veces no se ha tocado con particularidad. Aquí vinimos la mayoría de salvadoreños cuando se dio el periodo de la guerra. Aunque Washington D.C. tal vez tenía un paso mayor por ser la capital del país, o San Francisco por ser un centro de luchas por justicias sociales, Los Ángeles fue donde se dieron las movilizaciones de los salvadoreños y guatemaltecos —y de los centroamericanos en general- para parar la guerra allá en nuestros países.
SA: ¿En ese entonces La Opinión un medio relevante para usted y sus compañeros centroamericanos?
DC: Las noticias a las que teníamos acceso usualmente venían de La Opinión. Era un periódico que leíamos constantemente, prácticamente todos los días porque daban noticias de Centroamérica y de Latinoamérica en general, cosa que ahora ya no es lo mismo. Al mismo tiempo, La Opinión servía como la base de datos también para boletines que se desarrollaban en la comunidad salvadoreña para promover el paro a la guerra en Centroamérica. De un artículo de La Opinión se sacaba una síntesis y se plasmaba en esos boletines que se distribuían semanalmente en las reuniones de la comunidad salvadoreña o guatemalteca. El diario servía como un espacio donde nosotros sentíamos que era nuestro, aunque no lo era, ya que era primordialmente mexicano. Siempre tenían cierta aura de ser solidarios con nosotros.
Al mismo tiempo el periódico también informaba acerca de los pasos que se estaban dando para la reforma migratoria. Era una fuente de información para todos nosotros especialmente en el ‘86.
De allí empezaron a aparecer otros periódicos locales -como El Azteca en la ciudad de Santa Ana, que era de un chileno, pero que se enfocaba en noticias mexicanas. De allí empezaron a competir con otros pero [La Opinión] al igual siguió siendo el principal, con mayor circulación.
SA: ¿Cómo cambió el ambiente en Los Ángeles después que se firmaron los acuerdos de paz?
DC: Hubo una transición entre el paro a la guerra en Centroamérica y los derechos de los inmigrantes centroamericanos, ya que había una discusión alrededor de que la administración de Ronald Reagan no aceptaba que nosotros fuéramos categorizados como refugiados. ¿Por qué? Porque el aceptarnos implicaba que la administración de Reagan era culpable de apoyar administraciones dictatoriales. Entonces se da toda una situación bien difícil. La comunidad sentía que las noticias no ayudaban a que en alguna medida las autoridades tomaran en cuenta nuestros problemas. Sin embargo, los recortes de La Opinión eran parte de la base de datos que los abogados usaban en demandas de derechos humanos de alguien que quería demostrar su caso, y se usaban para comprobar su experiencia tanto en El Salvador como en Guatemala.
Cuando se supone que se acabó la guerra en El Salvador con los acuerdos de paz, ya las noticias no eran igual de intensas como antes, quizás por alguna línea editorial de no promover cuestiones de guerra, solo de paz. Fue entonces cuando vi que se empezaron a escribir artículos ya sobre centroamericanos viviendo aquí.
Después comenzaron las guerras de las comunidades mayas, indígenas del área del sur de México en Chiapas con el ejército Zapatista y entonces empezaron de nuevo las noticias de guerra. La cobertura de NAFTA también empezó cuando Clinton firmó el acuerdo en el 1994, pero ya no tanto como lo era en los 80.
La Opinión: de 1986 a 1996
SA: ¿En esos años, había centroamericanos de otros países también en Los Ángeles?
DC: La mayoría éramos salvadoreños y guatemaltecos. Nicaragüenses eran pocos, pero los que habían eran muy visibles, porque tenían una organización que se llamaba Casa Nicaragua. Esa organización era el referente político para los centroamericanos que veníamos por primera vez. Ellos ya estaban aquí cuando llegamos a meternos en las cuestiones políticas, ya que su revolución ya había triunfado en el ‘79. La mayoría de ellos, sin embargo, estaban en Miami y en San Francisco desde cuando emigraron en los ‘40, como la familia de Hilda Solís.
SA: ¿Cómo fue la lucha por las reformas migratorias?
DC: Los salvadoreños y guatemaltecos empezamos principalmente el movimiento, posteriormente los nicaragüenses, y de allí los mexicanos. Nosotros éramos inmigrantes diferentes. La percepción era que a los mexicanos cuando los deportaban nada más los echaban allí cerca o venían nada más por temporadas. En cambio, a nosotros cuando te deportaban era hasta allá abajo, sin saber si te iban a matar en la guerra y de allí tener que subir de nuevo por dos o tres países. Era cuestión de vida o muerte para nosotros, tal vez para los mexicanos también, pero de otra naturaleza.
Quizás eso hizo que nosotros nos interesáramos en la lucha migratoria bien decidida, ya que no queríamos regresar a la situación donde nuestras vidas estaban en peligro. Además, habían otras comunidades, como los cubanos o vietnamitas, a los que sí les dieron el estatus de refugiados, e incluso a los nicaragüenses, al principio por las relaciones con Nicaragua. En cambio los centroamericanos andábamos como huérfanos peleando por recibir, al igual que otras comunidades, un estatus de refugiados. En Canadá por ejemplo, si se reconoció la situación; pero aquí no.
SA: ¿En qué momento fue que empezaron a surgir las organizaciones comunitarias?
DC: La lucha fue de una manera fuerte resultando en organizaciones como CARECEN y RESCATE. Con la ayuda de gente solidaria, fue que empezaron a surgir organizaciones entre la comunidad. Al igual que CARECEN, que al principio era titulado “Centro de Refugiados Centroamericanos” ya que la palabra por la que se luchaba era “Refugiados”-ahora ha sido cambiado a “Centro de Recursos”-, la Clínica de Monseñor Romero respondió a las necesidades urgentes de acceso de salud por parte de la comunidad. En ese entonces hubo doctores que quisieron consolidar y la comunidad salvadoreña logró organizarse para poner en marcha ese proyecto.
El Departamento de Estudios Centroamericanos también surgió dada la necesidad de que se conozca Centroamérica también como un espacio diferente, no sólo de guerras o refugiados, sino como un espacio donde se genera cultura y un conocimiento que puede facilitar una mejor convivencia en espacios como Los Ángeles, donde existe una diversidad cultural tremenda. Nuestro aporte académico no sólo tiene un carácter interdisciplinario sino que también una forma de pensar para apoyar a nuestra comunidad en Estados Unidos y en Centroamérica. Un aspecto fundamental es dar de regreso, fortalecer y contribuir a nuestra comunidad.
SA: ¿Cuál fue el impacto de la migración centroamericana y del movimiento migratorio en Los Ángeles?
DC: La forma en que se evalúan las relaciones humanas cambió grandemente, al igual que la forma en que se resuelven cuestiones en la sociedad. Los vínculos con políticos que actualmente sirven, también han quedado desde entonces y hemos ayudado al enlucimiento de Los Ángeles en el diálogo y los reclamos por derechos humanos y sociales. La presencia de centroamericanos es indiscutible y el impacto en el sector legal, por ejemplo, ha causado un número de leyes a nuestro favor. El impacto es tanto que no me puedo imaginar a Los Ángeles sin centroamericanos, ya que le hemos dado una dinámica diferente. Las luchas cambian de nombre por los años, pero siempre han estado vigente. Yo llevo esas luchas y experiencias y caminan conmigo sin olvidarme, ya que me recuerdan de dónde vengo.