Secuestradores como vecinos
Con frecuencia se compara la ciudad de Medellín en Colombia con Monterrey, la capital de Nuevo León. Ambas ciudades son consideradas centros económicos en sus respectivos países y sus pobladores tienen una reputación de emprendedores, con una reconocida y arraigada cultura de trabajo.
Desafortunadamente la similitud entre estas dos ciudades también incluye el hecho en que a pesar de ser importantes polos de desarrollo de sus respectivos países, también se convirtieron en diferentes momentos, en ciudades controladas por organizaciones altamente violentas. En este momento Monterrey es una de las ciudades más peligrosas de México, en el caso de Medellín, hace 15 años esta ciudad se consideró como una de las ciudades más peligrosas del planeta.
El arresto del ex portero de Rayados del Monterrey Omar “El Gato” Ortiz Uribe, quién fue detenido esta semana por las autoridades de Nuevo León como presunto miembro de una banda de secuestradores perteneciente al Cártel del Golfo, me recordó mucho un peligroso fenómeno que se arraigó en la ciudad de Medellín hace 20 años, donde personajes de la vida social y deportiva, usaban sus relaciones y acceso para “poner” a potenciales víctimas de secuestro al crimen organizado.
Un caso particularmente atroz fue el del arquitecto Diego Londoño White, ex gerente del Metro de Medellín, reconocido empresario y miembro de la clase acaudalada antioqueña, quién fue acusado por la Fiscalía de ser uno de los autores intelectuales de los secuestros de importantes figuras de la vida política y social de ese país. Se entregó a las autoridades cuando su hermano fue asesinado por sicarios ligados al Cartel de Cali.
Según testimonios, Pablo Escobar le pagaba a Londoño por información de quiénes podrían ser potenciales secuestrables. También hubo testimonios de que habría actuado como intermediario para la liberación de personas que efectivamente resultaron plagiadas. Londoño White declaró que tenía una relación “profesional” con Pablo Escobar, limitándose a venderle un terreno y construir viviendas para el capo. Fue sentenciado a 14 años de cárcel por sus nexos con Pablo Escobar y el Cartel de Medellín. Fue asesinado en el 2002, año que fue liberado.
Como lo he comentado en este espacio, hay lecciones importantes que se pueden aprender de la experiencia colombiana. En 1991, Medellín tenía un índice de 381 asesinatos por cada 100,000 habitantes, en el 2007 llego a tener 27 homicidios por 100, 000. En la ciudad de Bogotá, los homicidios hoy día cayeron a menos de 20 x 100, 000.
Si hay mucho que aprender de Colombia. Pero lo fundamental es entender que este cambio no sucedió de un día para otro. O sea, que para que empecemos a hablar de un México nuevo y transparente, también hay que señalar que la transformación sucedió en Medellín cuando la clase política, empresarial y la sociedad civil decidan enfrentar la crisis que vivía su país.
De la misma forma en que Medellín tuvo sus “Londoño White” también es de esperarse que en Monterrey habrá individuos ligados a las altas esferas sociales y empresariales, quienes estén colaborando con el crimen organizado. En la misma entidad a los pocos días, se consigno por nexos con grupos del crimen organizado a otro deportista famoso, en este caso al luchador el cual tiene por sobrenombre “Estrella Dorada”, además este personaje de la lucha libre era pareja en el cuadrilátero de José Alberto Loera, alias “Voltaje Negro”, quien fue detenido y procesado por haber participado en el atentado en el Casino Royale.
No importa cuánto dinero tiene una persona, cuando hay dinero “fácil” y se vive en un mundo de casi total impunidad, es sorprendente el número y tipo de personas que deciden activamente colaborar con organizaciones criminales. Por eso no sorprende que pilotos de Aeroméxico participen en el tráfico de drogas, o que doctores u otros profesionistas sean parte de organizaciones de secuestradores.
En una de mis presentaciones que hice en una universidad en Monterrey hace algunos años, le comenté al auditorio, que eran en su mayoría estudiantes que miraran a la derecha y que después miraran a la izquierda, ya que “seguramente habría un secuestrador entre ellos”. Este comentario suscitó una gran risa nerviosa, después un silencio por parte de los participantes ante la posibilidad de que lo que les decía pudiese ser cierto.
Cuando los expertos señalan que en 70% de los casos de secuestros, alguien en la organización conocía muy de cerca a la víctima, podemos entender por qué los grupos de crimen organizado buscan infiltrase en más esferas de la sociedad.