La curiosa glándula que reveló el misterio de nuestro sistema inmunológico
A Bruce Glick le fascinaban los pollos y gracias a ello hizo un hallazgo clave para entender nuestro sistema inmunológico y salvar vidas
Pasiones hay muchas y la del científico avícola Bruce Glick eran los pollos, más precisamente un curioso órgano ubicado en la cloaca, la cavidad abierta al exterior para la expulsión de desechos.
Su interés despertó una tarde de otoño de 1952 cuando Glick estaba haciendo su doctorado en la Universidad del Estado de Ohio, EE.UU.
Había acudido a su tutor a preguntarle el nombre de una glándula que acababa de remover del trasero de un ganso.
La respuesta: “La bolsa de Fabricio”.
Llevaba el nombre de Hieronymus Fabricius ab Aquapendente (1533-1616), el anatomista italiano conocido como el Padre de la Embriología, pues había sido el primero en escribir sobre ella a principios del siglo XVII.
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Fabricio supuso —erróneamente— que la bolsa era un órgano femenino en el que el gallo liberaba su semen, para que fuera almacenado.
Pero William Harvey, el más famoso de los muchos estudiantes de Fabricio, señaló que el órgano estaba presente en ambos sexos y no podía cumplir la función asumida por Fabricio.
El misterio
Esa tarde de otoño en Ohio, unos tres siglos más tarde, Glick le preguntó a su tutor cuál era la función de la bolsa de Fabricio.
La respuesta: “Buena pregunta. Encuentra tú la respuesta“.
Entusiasmado por el reto, Glick empezó por revisar lo que se había escrito sobre la enigmática glándula.
Encontró poco, pero lo suficiente para hacerle sospechar que tenía algún rol en el desarrollo.
Para comprobarlo, extrajo quirúrgicamente el órgano de docenas de pollitos, pero no pudo detectar ningún cambio a medida que crecían.
La función de la bolsa de Fabricio seguía siendo un misterio.
Serendipia
Desconcertado, Glick le devolvió los pollos sin sus bolsas de Fabricio a la universidad.
Todo habría terminado ahí de no ser porque otro estudiante llamado Tony Chang necesitó unos pollos para demostrar cómo producían proteínas conocidas como anticuerpos contra salmonela si los vacunaba.
La mayoría de los pollos elegidos para esa demostración fueron los de Glick y —para sorpresa y molestia de Chang— no produjeron anticuerpos.
Al revisar lo ocurrido, los dos estudiantes notaron que los pollos que tenían la bolsa de Fabricio sí los habían producido.
Obviamente ese misterioso órgano era crucial para la producción de anticuerpos.
Escribieron un artículo para divulgar su hallazgo y lo enviaron a la revista Science, pero desafortunadamente la prestigiosa publicación lo rechazó.
Glick no se dio por vencido. Revisó el trabajo y lo envió a Poultry Science (revista de ciencia avícola), la cual lo publicó en 1955.
Ahí languideció durante años antes de convertirse en uno de los artículos más citados en literatura sobre inmunología de la historia.
Mentes preparadas
A principios de la década de 1960 se sabía que cierto tipo de glóbulos blancos, conocidos como linfocitos, producían células plasmáticas y que estas producían anticuerpos, que combatían virus.
Pero aún no entendíamos bien cómo nuestros cuerpos lograban reconocer, atacar y recordar invasores extraños.
Afortunadamente, una cadena de eventos confirman la frase de Louis Pasteur: “En el campo de la observación, la suerte solo favorece a las mentes preparadas“.
Resulta que en la Universidad de Wisconsin, un equipo de investigadores estaba buscando información sobre hormonas y se toparon con el estudio de Glick sobre la bolsa de Fabricio.
Se lo pasaron a un doctor que había estado haciendo unos experimentos similares a los de Glick para confirmar un descubrimiento hecho en 1961 que afirmaba que los linfocitos provenían del timo.
El doctor se llamaba Robert Good y en 1968 lideraría el equipo que realizó el primer trasplante exitoso de médula ósea humana entre personas que no eran gemelos idénticos. Se le consideraría como el fundador de la inmunología moderna.
Pero en ese momento, sus experimentos extirpando el timo de los conejos no habían dado resultado: no había notado ningún cambio significativo.
El artículo de Glick le dio a Good y su equipo de colaboradores la posibilidad de que hubiera una resolución doble a la paradoja: quizás el sistema inmunológico dependía de dos órganos, no sólo uno.
De vuelta a los pollos
Uno de los colaboradores de Good era el pediatra Max Cooper, quien para poner a prueba la nueva teoría le quitó a un grupo de pollitos el timo y a otro, la bolsa de Fabricio.
Comprobó, como Glick había descubierto, que los que no tenían la bolsa de Fabricio no producían anticuerpos mientras que los que no tenían timo producían niveles reducidos.
Concluyó que cada órgano producía un tipo diferente de leucocitos o glóbulos blancos, que actuaban juntos para luchar contra las infecciones.
Tenía razón.
El problema era que los humanos no tenemos bolsas de Fabricio. No obstante, tenemos dos topos de leucocitos, como los pollos: las células-T, por el timo, y las células-B, por la inexistente pero ¡oh! tan importante bolsa de Fabricio.
En la lucha contra las enfermedades, las células-B producen los anticuerpos que atacan y recuerdan los virus que entran al cuerpo dirigidas por las células-T, que además se encargan de matar a las células ya infectadas.
Y el resto es historia. La historia de todo lo que las mentes preparadas han podido y seguirán pudiendo desarrollar gracias a la comprensión de esa simbiosis entre las células T y B.
Así que esa bolsa que los pollos tienen en el trasero fue clave para entender nuestro sistema inmunológico y salvar vidas.
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