La muerte de su marido la llevó a la indigencia

Tras la tragedia, María dijo que cayó en depresión y en una adicción; nunca se pudo recuperar

María tenía una familia y un hogar, pero todo cambió cuando le asesinaron a su esposo. (Aurelia Ventura/ La Opinión)

María tenía una familia y un hogar, pero todo cambió cuando le asesinaron a su esposo. (Aurelia Ventura/ La Opinión)  Crédito: Aurelia Ventura | Impremedia/La Opinión

María, de 44 años, recuerda aquellos buenos tiempos cuando vivió junto a su esposo y sus cinco hijos en Wilmington, al sur de Los Ángeles. No eran una familia acaudalada, pero tenían un hogar cómodo donde vivir.

“Yo era ama de casa y mi esposo nos mantenía”, dijo la inmigrante mexicana.

Sin embargo, la tragedia tocó la puerta de su casa hace cinco años.  Su esposo fue asesinado tras ser confundido con un pandillero.

“Fue una tragedia bien fea. Uno lo tiene todo y de repente lo pierde”, dijo María, quien ahora vive en un campamento de desamparados en Harbor City, vecindario adyacente a Wilmington.

María dijo que, con la muerte de su esposo, ella cayó en una depresión intensa y una adicción por el alcohol. “Yo me tomaba una botella de vino todos los días”.

La tragedia carcomió todos sus sentidos y María aseguró que no se pudo recuperar. Poco después perdió la custodia de sus hijos y eventualmente se vio durmiendo a la intemperie.


Hoy María vive con su perro en un campamento de indigentes en Harbor City. La mascota se la regaló su hija con la que recientemente se volvió a reconectar. (Aurelia Ventura/La Opinión)

“Al principio no sabía andar en las calles… Es duro porque uno se acuesta a dormir y uno solo piensa que le pueden hacer algo”, reconoció María. “Después estaba con un amigo que me cuidaba, pero últimamente ya no está bien de la cabeza. Creo que se está volviendo loquito. Yo me siento mal porque él me cuidó mucho por cuatro años”.

La inmigrante dijo que, pese a tener un estatus de indocumentada, en sus planes no está regresarse a México, puesto que ella ha vivido aquí casi toda su vida.

“Yo llegué de México a los 15 años… Aquí viven mis papás, mis hermanos y mis hijos. Y aquí tengo a mi esposo enterrado. No quiero dejarlo”, agrega la originaria del estado de Guanajuato. “Aparte, México no está mejor que aquí”, señaló mostrando la pobreza que se vive en ambos lados.

Pese a que sus hijos no viven con ella, María dijo que hace poco volvió a reconectarse con ellos.

“Por tres años no sabía nada de ellos. Yo me desaparecí para no causarles problemas”, expresó, asegurando que sus hijos quedaron en hogares de crianza. “Ahora mi hijo tiene 25 años y mi hija tiene 21…Hace un año ella me regaló un perrito para que me cuide”.

María dijo que actualmente trabaja colectando y reciclando botes. Su vida ha cambiado para siempre.

“Solo Dios sabe por qué hace las cosas. A la mejor quiere que yo ande aquí; mientras ellos [mis hijos] estén bien. Ya no se me hace difícil. Antes lloraba mucho, ahora ya no”, aseguró María mientras se alistaba para ir a comprar la comida de su mascota.

“Yo que hubiera querido: mejor estar pobre y no perder a mi esposo. Yo lo sigo queriendo y aunque él está muerto, puedo decir que su recuerdo es lo más grande que tengo en la vida”.

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