La cólera y las lágrimas de Aquiles
La guerra puede servir de ocasión para alcanzar honor y gloria; pero es, ante todo, un sinsentido que devora los sueños de los hombres
Ningún poema épico ha marcado la cultura occidental tanto como la Ilíada. Fue el libro de cabecera de Alejandro Magno. Fue la Biblia de la Antigüedad. Todavía hoy se debate sobre su autoría: sobre la “cuestión homérica”.
Muchas evidencias apuntan a que Homero fue un único poeta griego, que creó su epopeya hacia el 730 a.C. y que se inspiró, para ello, en un probable asedio de Troya (que habría ocurrido hacia el 1200 a. C.), así como en las leyendas y tradiciones orales que este generó.
La Ilíada es el poema militarista por antonomasia. Canta las hazañas bélicas de cientos de héroes griegos (aqueos) y troyanos, que luchan durante años, bajo las murallas de Troya (Ilión), por la bellísima Helena.
Así inicia el poema: “Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles, hijo de Peleo, cólera funesta, que un dolor infinito causó a los aqueos y tantas valerosas almas de héroes arrojó al Hades, haciéndolos presa de perros y de todas las aves”. ¿Por qué se encoleriza Aquiles? Por otra mujer, Briseida, cautiva y amante suya, que le ha sido arrebatada por el rey Agamenón, líder de los aqueos.
La cólera de Aquiles, al apartarle del campo de batalla, propicia la debacle de los suyos. Héctor, príncipe troyano, arrasa mientras tanto las falanges griegas, llegando a matar a Patroclo, el amigo íntimo de Aquiles. Este, enloquecido, regresa al campo de batalla y grita a Héctor: “¡Perro! ¡Ojalá que mi furia y mi ánimo me empujaran a despedazarte y a comerme cruda tu carne por lo que has hecho!”.
Y, en su cólera desquiciada, lo persigue, lo mata; y arrastra por la arena su cadáver, desfigurándolo; e impide, sacrílegamente, que los troyanos entierren y honren el cuerpo del “divino” Héctor. La guerra, “maestra de violencia” (Tucídides), ha deshumanizado y animalizado a Aquiles.
En el último canto del poema, Príamo, padre de Héctor y rey de Troya, acude a la tienda de Aquiles para implorar el retorno del cadáver.
El anciano se arrodilla ante Aquiles, asesino de su hijo, le besa las manos y apela a su compasión. Y Aquiles, que sabe que va a morir joven, reconoce en Príamo el reflejo de su padre (también anciano, y al que nunca volverá a ver) y, en Héctor, a su amigo Patroclo. Todos están ahora hermanados por el dolor, la mortalidad y la tragedia de la guerra. Y los antes enemigos ahora se abrazan, lloran, “y los gemidos de ambos se elevaban por toda la estancia”.
Aquiles invita a Príamo a compartir su cena y su tienda, y le devuelve con sus propias manos el cadáver de Héctor. Y ambos se contemplan, “admirándose mutuamente”. Aquiles, al reconocer la humanidad del adversario, recobra su humanidad.
Por eso la Ilíada es también, en cierto modo, un poema antimilitarista. En él se califica la guerra como “aborrecible”, “cruel”, “detestable”, “funesta”. La guerra puede servir de ocasión para alcanzar honor y gloria; pero es, ante todo, un sinsentido que devora los sueños de los hombres.
Enrique Sánchez Costa es Doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra (UPF, Barcelona). Profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Piura (UDEP, Lima). Autor de un libro (traducido al inglés) y de una docena de artículos académicos de literatura comparada y crítica literaria.