Latino hace de su vivero un nido de emprendimiento durante la pandemia
Dueño de un ‘nursery’ en Long Beach lanza talleres para que la comunidad se anime a un nuevo negocio
Don Ricardo, quien es dueño de un vivero en Long Beach llamado Ricardo’s Nursery, dice que cuando los negocios se vieron obligados a cerrar debido a la pandemia, “las plantas lo salvaron”.
Cuenta que como en el lugar también vende árboles frutales y de vegetales, su establecimiento fue considerado un lugar esencial, lo que le permitió seguir abierto.
Afirma que eso, sumado a apegarse a las normas de la ciudad, le ha permitido también mantener con empleo a algunos de sus trabajadores.
“Tenía 12 empleados y en lo primero que piensas es en cómo les vas a pagar”, indica don Ricardo. Dice que al principio solo tuvo a tres personas ayudándole y que luego abrieron cuatro días a la semana.
Fue entonces que se puso a pensar en maneras para atraer a más personas a su vivero.
“La gente tenía mucho miedo pero cuando venían, nos decían: ‘Me da gusto que esten abiertos’”.
También se fijó que sus clientes empezaron a llevarse muchas plantas.
“Ya estaban cansados de estar en sus casas, entonces empezaron a arreglar sus jardínes y embellecer el interior de sus viviendas. Me di cuenta que ahí había una oportunidad”. Fue así que empezó a traer más macetas, plantas de interiores y árboles frutales.
“Ya para la primera semana de abril fue una locura. La gente vino buscando [plantas] frutales, sobre todo cítricos “berries”, porque querían algo para fortalecer el sistema inmunológico”, recuerda don Ricardo.
Las personas llegaron al lugar a comprar fresas, arándanos, moras y hasta bayas de Goji. “Se desbordaron buscando fuentes de vitamina C”, agrega.
Llegan los talleres
En febrero, antes de la crisis de salud, en el vivero se llevó a cabo el Mercadito Domingo de Plaza, un evento grande de artesanía, música y gastronomía de Oaxaca, México de donde es oriundo don Ricardo— y al lugar llegaron cerca de 1,000 personas.
Cuenta que en marzo iban a hacer algo similar pero fuecancelado por la pandemia.
“Cuando eso pasó, los artesanos se quedaron sin poder ofrecer sus productos y yo seguía pensando en cómo traer gente [al vivero]”, dice.
Para ese entonces, don Ricardo ya había conocido a una artesana que se dedica a la elaboración de alebrijes y se le ocurrió hacer talleres, a bajo costo, para enseñar a pintar estas figuras.
“De esa manera promoviamos la cultura, ayudabamos a los artesanos y al negocio”.
El primer taller fue en junio. Para llevarlo a cabo, compró carpas para que los alumnos no esten bajo el sol en pleno verano; también adquirió mesas y sillas para mantener la distancia social.
Fueron cinco talleres de 10 personas cada uno; dos personas por cada mesa.
La comunidad se empezó a pasar la voz sobre el taller y los comentarios que recibían por esta iniciativa eran positivos.
“Nos decían que era lo mejor que podíamos haber hecho… Es que la gente no tenía a dónde ir [todo estaba cerrado por el COVID-19]. No había parques, ni cines u otros lugares para distraerse. El taller fue una forma de hacer algo diferente”, narra con entusiasmo don Ricardo.
La buena acogida dio pie a un segundo taller, que se hizo en agosto. Para esa vez, se inscribieron 96 personas, que llegaron desde el mismo Long Beach pero también de los condados de Los Ángeles y de Orange, y hasta de Big Bear, en San Bernardino.
Se revela un secreto
Luego de ese éxito, llegó la idea de hacer un taller para aprender a cómo hacer las deliciosas nieves oaxaqueñas.
Dice que el hecho de que la misma maestra de alebrijes le haya propuesto esa idea “fue algo muy padre”.
“Jamás en mi vida me imaginé que iba a aprender porque normalmente los artesanos no comparten sus recetas. Son super herméticos sobre a quién le van a enseñar porque es [una receta] que se se va transmitiendo de generación en generación”, explica el dueño del vivero.
Agrega que como esa ténica casi no se comparte, la curiosidad le hizo preguntarle a la maestra por qué quería compartir ese ‘secreto’.
“Y me recordó que una vez conversábamos sobre un maestro de música que no cobraba por sus clases y ella me dijo: “Yo algún día me voy a morir y de qué sirve que me lleve el conocimiento, sería muy egoísta si no lo comparto’”.
A esa clase también llegaron personas de diversas áreas de California, entre adultos y niños.
De esas dos primeras ideas hasta la actualidad, se han dictado talleres para enseñar qué vegetales se pueden cultivar en el invierno, cómo injertar mango, aguacate y pitahaya —una fruta más conocida como ‘dragon fruit’ y pintura sobre macetas.
Lo más reciente, y que aparte de distraer a la comunidad busca que puedan animarse a emprender un negocio, ha sido el taller para aprender a hacer jabones —algo en la actualidad muy necesario y que hasta puede servir como un obsequio o venta para esta Navidad.
Al preguntársele sobre el bajo costo de los talleres, don Ricardo dice que el objetivo es ayudar a la gente. “Apenas van empezando para que puedan empezar un negocio”.
Rendirse jamás
Don Ricardo, de 48 años de edad, oriundo de Oaxaca, y quien llegó a Los Ángeles en 1992, es el vivo ejemplo de la perseverancia.
Su primer empleo fue en un ‘swap meet’, luego fue jornalero, ha hecho trabajo de construcción e hizo limpieza en un restaurante, abrió un negocio para vender vitaminas, entregó comida a domicilio y fue mensajero de documentos. Todo eso, antes de llegar, hace 17 años, a su pasión que es el vivero.
Y este año que llegó la pandemia, ha ideado mil maneras para mantenerse a flote. “Para tener un negocio, lo primero es querer, tomar el riesgo y no hacerle caso al miedo o al qué dirán”, aconseja don Ricardo.
Dice que cuando empezaron a cerrar en marzo, lo primero que pensó era que si iban a poder regar las plantas. “Sin eso se mueren y pierdes todas las plantas”. Por eso no podía quedarse de brazos cruzados.
“Mi meta es que este lugar se convierta en un centro de aprendizaje y voy a hacer lo necesario para que funcione”.
‘Neveville’: un nuevo comienzo durante la crisis
Cuando llegó el COVID-19, se pararon los eventos y celebraciones. También se detuvo el movimiento del negocio de Octavio Adame, en cuyo establecimiento se podían rentar mesas, sillas y toldos para fiestas.
“La pandemia me afectó porque no tenía nada de clientes y no sabía de dónde iba a sacar el dinero para pagar los biles [cuentas]”, dice para La Opinión el hombre de 46 años de edad, quien emigró desde Oaxaca, México, a California, hace ya casi tres décadas.
Cuenta que por cerca de tres meses se puso a trabajar repartiendo comida con Uber Eats, hasta que decidió salir unos días de campamento. Para dicha ocasión llevó tlayudas, un platillo emblemático de Oaxaca que consta de una tortilla de maíz tostada y cubierta de frijol que va acompañada de chorizo, quesillo y chile.
“En esta parte del condado de Solano casi no hay [ese tipo de platillo] y me empezaron a preguntar qué era… Eso me hizo pensar en comenzar a vender comida”, indica el residente de Vacaville, una ciudad al norte de California.
Decidido a hacer crecer esta idea, también se le ocurrió sumarle un postre: nieve.
“Encontré el curso que el señor Ricardo [dueño del vivero de Long Beach] estaba ofreciendo y me dije: ‘De aquí soy’”.
Se inscribió y un sábado de septiembre manejó durante siete horas hasta dicha ciudad angelina, acompañado de su hijo de 12 años, para atender la clase.
Cuatro días después puso en práctica lo aprendido. “El día que nos tocaba vender comida, avisé que teníamos nieve artesanal y la gente respondió muchísimo”, contó.
Explicó que en el área en la que vive solo hay helado de la tienda pero que el hecho que la gente pueda ver algo diferente, hace que su producto sea un éxito.
Hoy en el negocio que ha llamado ‘Neveville’, por la unión de las palabras nevería y Vacaville, los sabores que más se venden son el de mango con piña y con chile tajín, el de tuna y el de leche quemada con nuez.
“Es una cosa bien sabrosa”, dice orgulloso Adame y agrega que ya hasta encontró un proveedor que le lleve productos oaxaqueños para venta y así poder ampliar su nuevo proyecto empresarial.
“Me di cuenta que lo más cerca que puedes encontrar productos así es manejando como ahora y media de aquí [y ahora lo tienen más cerca]”.
Aunque recién lleva un par de meses con las nieves, ya tiene en mente comprar una troquita y seguir creciendo.
A quienes quieren emprender en plena pandemia, les aconseja lanzarse y perder el miedo.
“A veces uno piensa que ni bien empieza ya va a tener dinero pero es poco a poco”, dice Adame y recuerda que cuando empezó con su antigua mini empresa para eventos solo tenía tres mesas y 24 sillas. Ahora que cambió al rubro de la comida dice: “Ya empecé a levantar vuelo y no me voy a rendir”.