TPSiana logra residencia tras 35 años de vivir con miedo
Uno de sus hijos nacido en el país presenta la petición para ajustar su estatus
Cuando la hondureña Silvia Rosibel Ramírez recibió la carta de bienvenida a Estados Unidos con la aprobación de su residencia, dice que sintió una de las alegrías más grandes de su vida tras 35 años de vivir entre las sombras y la protección limitada del Estatus de Protección Temporal (TPS).
“Lloraba, lloraba y pegaba brincos de felicidad”, recuerda Silvia quien a los 57 años, se convirtió en residente permanente.
Para conseguir la preciada tarjeta verde, tuvo que esperar 35 años. “Yo vine en 1986 a Los Ángeles para escapar de una relación de violencia doméstica y porque quería darle a mi hijo Byron una vida mejor. En Honduras no encontraba un buen trabajo”, dice.
Al emigrar Silvia dejó a su hijo de un año al cuidado de su abuela. “La persona que me ayudó a cruzar me dijo que no podía traer al niño”.
En Los Ángeles empezó a ganarse la vida, tocando de puerta en puerta con la venta de ollas y utensilios de cocina. Luego conoció a un mexicano con quien se casó y tuvo cuatro hijos que ya son adultos.
En 1997, ella, su esposo y un hermano fueron a ver un notario para ver si los ayudaba a arreglar su estatus migratorio. “Nos dijo que calificábamos para asilo político, pero en lugar de ayudarnos, hizo que nos dieran orden de deportación a los tres, y a mi me llegó en el mero día de mi cumpleaños y embarazada de mi hijo menor”.
Fue un golpe muy duro, pero dos años más tarde en 1999, logró ampararse con el TPS, un alivio migratorio que se renueva cada año y le autoriza un permiso de trabajo y una estancia legal temporal en el país.
“Con el permiso de trabajo, conseguí un empleo en una compañía de comida rápida, después estudié para asistente médico y flebotomista (responsable de la recolección, procesamiento y transporte de muestras de sangre en un laboratorio). Trabajé en el campo médico por muchos años”.
Silvia aclara que si bien el TPS le dio un respiro, no estaba tranquila porque le dijeron que su orden de deportación estaba vigente.
“Yo empecé a ver abogados. Al menos cinco me dijeron que no podían hacer nada. Su recomendación era que me cambiara de casa, de trabajo o de estado. Prácticamente querían que anduviera huyendo”.
Las respuestas de los abogados la hacían preocuparse y más aún cuando veía que los agentes de migración no paraban de arrestar gente. “A mi vecina se la llevaron y dejaron a sus niños llorando”.
Fue el abogado en migración, Sergio Siderman quien aceptó llevar su caso. “Yo fui incrédula a verlo, pero cuando me dijo ‘pierdo mi licencia si no le arreglo sus papeles’, me dio una gran confianza”.
El defensor le hizo ver que presentarían una petición de residencia basado en su TPS y en uno de sus hijos nacidos en Estados Unidos, quien ya había alcanzado la mayoría de edad.
“En 2017, mi hijo Christian que ahora tiene 30 años, solicitó mi residencia”.
Pero además el abogado le dijo que tenía que sacar un permiso para viajar (Advance Parole) a Honduras, y así contar con una entrada legal al país, que le sirviera para su petición de residencia.
“Mucha gente, entre ellos mi hermano, me aconsejaba que no fuera, que no era una garantía que me dejaran volver. Yo sabía que había un riesgo, pero ‘dije, me la rifo’. No tenía otra opción si quería arreglar mi residencia. Le aposté a que todo saldría bien”.
Silvia permaneció dos semanas en Honduras y al pasar por el área de migración del Aeropuerto Internacional de Los Ángeles (LAX), recuerda que le dijo a su santo protector, San Judas Tadeo, “aquí es donde te necesito”.
Y tras presentar su pasaporte hondureño, su TPS y su permiso para viajar (Advance Parole), los agentes de migración la metieron a un cuarto. “Me interrogaron y revisaron mis documentos como por 45 minutos o una hora. Me preguntaron por todo mi papeleo de migración, yo les dije ‘discúlpeme pero no traigo esa documentación. Enseguida me sellaron el pasaporte y me dejaron pasar”.
La felicidad que la hondureña sintió al salir de ese cuarto y encaminarse a la salida del área migratoria, fue explosiva. “Casi brinco de gusto. Agradecí al Señor por darme la oportunidad de regresar al lado de mi familia”.
De regreso en el país, empezó a pelear contra su orden de deportación en la corte. “Después de varias audiencias, logramos que me la quitaron”.
Ya sin orden de deportación, con una entrada legal al país, el TPS y la petición de residencia presentada por su hijo, logró ser residente permanente legal.
“Estoy bien feliz. Mi vida ha dado un giro de 180 grados. Hace dos días que regresé de México. Fui a Guanajuato a conocer en persona a mi suegra y a la familia de mi esposo”.
Lo mejor ocurrió cuando reingresó al país. “Sentí una gran paz al entregar mi tarjeta de residencia y pasar sin miedo. De verdad, que valor tan grande tiene ser residente”.
El sueño de Silvia ahora es ayudar a su hijo Byron al que dejó en Honduras, y posteriormente mandó traer a Estados Unidos, a hacerse residente, pero también quiere estudiar para ser enfermera registrada.
El abogado Siderman explica que cuando Silvia fue a verlo para arreglar su residencia, estaba en vigor una decisión del Noveno Circuito que permitía a los beneficiarios del TPS, arreglar su estatus migratorio sin tener que salir del país. “Por eso le dije que apostaba mi licencia como abogado sino le podía conseguir la residencia”.
Sin embargo, la Corte Suprema dio reversa al fallo del Noveno Circuito, y por eso le pidió a Silvia viajar a Honduras con un Advance Parole para registrar una entrada legal a su regreso.
Por lo que toca a la orden de deportación, comenta que no es fácil eliminarse. “Se tiene que hacer una negociación con los fiscales para llegar a un acuerdo que permita reabrir el caso y quitarla”.
La lección de la historia de Silvia, indica el abogado, es que siempre hay una forma de arreglar el estatus migratorio si la persona no tiene delitos y se ha portado bien en el país.