¿Se ha vuelto Estados Unidos un país ingobernable?
En este análisis, el corresponsal de la BBC Nick Bryant indaga en las fricciones que provocan división en la sociedad estadounidense
Uno de los temas centrales de la campaña electoral de Joe Biden fue restaurar la unidad en una nación dividida.
Doce meses después de asumir el cargo, las cosas no parecen mejorar.
Mucho antes de que saliera el sol sobre la cúpula del Capitolio de los EE.UU. el día en que juró como presidente, los técnicos en la plataforma inaugural probaron el teleprompter desde el que más tarde leería el sermón más célebre de Estados Unidos:
“Hace ochenta y siete años, nuestros padres crearon en este continente una nueva nación, concebida en libertad y dedicada a la proposición de que todos los hombres son creados iguales. Ahora estamos envueltos en una gran guerra civil, probando si esa nación, o cualquier nación así concebida y dedicada, puede perdurar por mucho tiempo”.
Cuando vi por primera vez las líneas del Discurso de Gettysburg en esas pantallas frente al podio presidencial, pensé que debía ser una especie de broma de mal gusto. Sin embargo, las palabras de Abraham Lincoln difícilmente podrían describirse como fuera de lugar.
Washington, después de todo, parecía esa mañana un campamento militar.
Las fuerzas de seguridad habían dormido durante la noche en los pasillos del Congreso para protegerlo de los sediciosos, tal como lo habían hecho sus antepasados en la época de Lincoln.
El andamiaje de la plataforma inaugural había sido utilizado sólo dos semanas antes como escenario de la insurrección del 6 de enero. La bandera confederada incluso se mantuvo en alto en los pasillos del poder estadounidense, mientras algunos de sus ciudadanos luchaban una vez más unos contra los otros.
Es por esto que la pregunta planteada por Lincoln parecía especialmente pertinente cuando el nuevo ocupante del cargo se preparaba para asumir el poder: ¿podrá este país perdurar mucho más tiempo?
En lugar de hablar ese día de renovación nacional, un elemento básico de las tomas de posesión presidenciales, Biden se centró en la reunificación.
Y aunque fueron tres palabras de su discurso las que instantáneamente entraron en los libros de historia -“la democracia ha prevalecido”- fueron tres frases cortas las que establecieron su declaración de misión presidencial: “Unir a Estados Unidos. Unir a nuestro pueblo. Y unir a nuestra nación”.
Sin embargo, un año después, ese llamado a la unidad nacional suena más como un pensamiento mágico. Lejos de unirse, Estados Unidos se encuentra en un estado de desunión aún más peligroso. A menudo se siente como si lo único que une a la nación es el odio mutuo. EE.UU. parece estar inmerso en una guerra eterna consigo mismo.
Los sucesos que aumentan la tensión
En los últimos 12 meses, las tensiones se han intensificado sobre puntos de divergencia que datan desde hace mucho, como el derecho al aborto. Además, el país ha encontrado asuntos nuevos sobre los que discutir, como los requisitos sobre la vacunación.
También ha descubierto nuevas formas de librar viejas batallas. El conflicto sobre la teoría crítica de la raza, el frente más reciente en las guerras culturales de izquierda y derecha en el país, es una nueva manera de continuar con el debate centenario sobre el legado de la esclavitud y la segregación.
Durante el año pasado, momentos con el potencial de ayudar a salvar las divisiones, como la condena de Derek Chauvin, el expolicía que asesinó a George Floyd, han sido suplantados por eventos que terminaron endureciendo las diferencias.
El juicio de Kyle Rittenhouse, el adolescente absuelto de asesinato después de matar a tiros a dos hombres durante los disturbios raciales en Kenosha, Wisconsin, fue un claro ejemplo.
Para quienes creían que debía ser condenado, Rittenhouse era un homicida que se metió de forma imprudente en una protesta racial portando un arma semiautomática militar. Para sus seguidores, era un patriota y un héroe estadounidense (un sitio web de extrema derecha lo etiquetó como “Saint Kyle”).
El adolescente se convirtió en el último chico del cartel de la polarización. El debate en torno a su juicio generó un alboroto de argumentos sobre el control de armas, las leyes de autodefensa, la vigilancia y la doble vara en el sistema de justicia.
Como es ahora la norma en la sociedad estadounidense, las controversias de política que involucran temas complejos y matizados se discuten en medio de una tormenta de fuego, a menudo en los términos más binarios y emotivos.
Sin embargo, en la escala Richter de la división de Estados Unidos, el juicio de Rittenhouse fue solo un terremoto moderado.
Las réplicas del 6 de enero continúan siendo mucho más sísmicas. En lugar de convertirse en un momento de repudio trumpiano, la insurrección del Capitolio acabó con un efecto radicalizador en el movimiento conservador.
La llamada “gran mentira” de que Trump ganó las elecciones, una teoría de conspiración en las horas posteriores a que Biden fuera declarado vencedor, ha sido adoptada desde entonces como el pensamiento republicano dominante.
Lo que ahora estamos presenciando es algo sin precedentes en el EE.UU. moderno: un expresidente, que sigue disfrutando del respaldo generalizado de su partido, se niega a aceptar el claro resultado de unas elecciones.
Tampoco terminó el asalto a la democracia, argumentarían sus defensores, la noche del 6 de enero.
La lucha por las elecciones libres
El año pasado, las legislaturas estatales controladas por los republicanos en más de una docena de estados aprobaron leyes electorales restrictivas.
También se han promulgado leyes que facilitan la interferencia partidista en la administración electoral, parte de lo que los demócratas llaman un golpe a cámara lenta para recuperar la Casa Blanca en las próximas elecciones presidenciales.
Sin embargo, las encuestas sugieren que más republicanos piensan que la democracia está bajo ataque que los demócratas, lo que podría representar otra medida de desunión.
Las elecciones libres y justas, el mismo mecanismo diseñado para resolver disputas pacíficamente en una sociedad civil, se encuentran ahora en el centro de una lucha que divide a la sociedad.
Y en el centro del desacuerdo hay algo aún más fundamental, la falta de consenso sobre hechos incontrovertibles, como la verdad objetiva de que ganó Biden.
¿Cómo puede haber unidad en un país que se cuece en la desinformación y las teorías de conspiración, en el que ya no se comparte un sentido de la realidad? La verdad suele ser un requisito previo de la reconciliación.
¿Es posible el declive?
Algunos temen que el 6 de enero haya sido un presagio, el preludio de una erupción aún más letal.
Eso explica la atención que se presta a una serie de libros publicados recientemente que plantean el espectro de más conflictos civiles y disturbios políticos.
En “Cómo comienzan las guerras civiles: y cómo detenerlas”, la profesora de ciencias políticas Barbara F. Walter describe su país como una “anocracia”, una mezcla entre democracia y autocracia, y advierte sobre más violencia de grupos milicianos.
En Divided We Fall, el veterano de la Guerra de Irak David French afirma que teme que los estados incluso decidan separarse de la Unión, lo que precipitó a mediados del siglo XIX la Guerra Civil Estadounidense.
Los descendientes intelectuales de la plétora de libros escritos desde principios de siglo sobre el declive de Estados Unidos forman parte de un nuevo género: los estudios dedicados a la perspectiva de la desintegración estadounidense.
Pocos académicos estadounidenses creen que el país está al borde de una conflagración a gran escala, una Guerra Civil 2.0.
El escenario más probable, dado al repunte de la actividad de grupos milicianos y el tono incendiario del discurso político, es el de actos esporádicos de violencia política similares a la manifestación de supremacistas blancos en Charlottesville o el atentado de 1995 en la ciudad de Oklahoma. Incluso esta posibilidad menor es alarmante.
Al final de la campaña presidencial de 2020, Biden viajó a Gettysburg para hacer sonar la alarma sobre la posible violencia que puede generar la división del país.
“El país está en un lugar peligroso”, advirtió, hablando en el contexto de un campo de batalla donde decenas de miles de estadounidenses terminaron como bajas.
“Una vez más, somos una casa dividida”. Sin embargo, un presidente que se presenta a sí mismo como un generador de consenso, con el bipartidismo en sus huesos, ni siquiera ha logrado unir a su partido, y mucho menos a su país.
Las próximas batallas
Como bien sabe Biden, se avecinan más batallas en el horizonte. En algún momento de 2022, la Corte Suprema emitirá su muy esperado fallo en Dobbs vs. Jackson Women’s Health Organisation, que podría anular el derecho constitucional al aborto y conducir a un EE.UU. aún más balcanizado. Las elecciones legislativas de mitad de período son otro posible punto crítico.
Incluso en el caso de un conflicto con Rusia por Ucrania o un choque con China por Taiwán, es difícil imaginar un aumento patriótico lo suficientemente fuerte como para unir al país.
Por el contrario, al igual que la pandemia del coronavirus y la insurrección del 6 de enero, una confrontación militar probablemente expondría las fisuras de la nación.
El día de la inauguración, casi se podía escuchar el alivio en la voz de Biden cuando aseguró a su país y al mundo que la democracia había prevalecido.
Pero en sus dos discursos de fondo de este nuevo año político -uno con motivo del aniversario del 6 de enero y el otro pronunciado en Georgia exigiendo la aprobación de la legislación sobre el derecho al voto- fue posible detectar tanto un aire de resignación como un tono partidista estridente.
Ambos bien pueden ser una indicación de que él sabe en el fondo de su corazón que su proyecto de reunificación ha fracasado y que la sanación nacional está más allá de él. Es posible que algún día los historiadores vean esto como una falla personal. Pero sospecho que muchos serán más comprensivos.
Después de todo,¿podría algún presidente sanar una tierra rota que parece cada vez más ingobernable?
Tal vez lo mejor que se puede esperar a medida que el país se acerca a su 250 aniversario el 4 de julio de 2026 es que permanezca en un estado de coexistencia mayoritariamente pacífica: que su fría guerra civil nunca se vuelva caliente.
En cuanto a si el país puede durar mucho tiempo, todavía es una pregunta abierta.
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