La batalla que viene
El multmillonario Carlos Slim quiere entrar ahora al lucrativo mercado de la televisión
Desde hace meses, la locomotora de Carlos Slim, cabeza del Grupo Carso, calienta sus máquinas para entrar en una nueva área del negocio: la televisión. Las instalaciones de UNO Tv rebasan la estructura de un canal de internet, y tienen todo el cuerpo para albergar el corazón de una cadena nacional de televisión. El mariscal Slim ha dicho a sus generales —contrario a su filosofía empresaria— que en la construcción de su televisora, gasten todo lo que sea necesario. Slim vislumbra que al abrirse el mercado de las telecomunicaciones, será uno de los nuevos jugadores en la televisión.
Para la batalla que viene se está armando para enfrentar a Televisa, la empresa dominante en ese mercado, con cuyo presidente, Emilio Azcárraga, vive en una dicotomía: su acérrimo rival hoy en día en el campo de los negocios y los tribunales, con quien mide fuerzas de cabilderos en las cámaras de diputados y senadores, fue antes el náufrago a quien cuando se hundía frente sus familiares que le iban a quitar Televisa, rescató con un apalancamiento financiero que le aseguró el control de la compañía. Cercanos a Slim no se quejan abiertamente de aquellos tiempos, pero lamentan lo que hizo. “Si hubiera querido —recordó uno de sus cercanos— se pudo haber quedado con Televisa, pero la regresó”. En efecto, Slim llegó a tener el 25% de la empresa y los recursos financieros para adquirirla.
Dejó ir la oportunidad de tener una empresa de televisión hace casi una década, en buena parte porque en aquellos años no estaba interesado en medios de comunicación. La relación con “los jóvenes” de Televisa, como llaman a Azcárraga y a sus vicepresidentes Bernardo Gómez y José Bastón los cercanos a Slim, ya era ríspida desde entonces, pero se volvió peor. El punto de quiebre definitivo se puede situar, probablemente, en febrero de 2011, cuando el Grupo Carso rompió con Televisa al dejar de anunciarse en sus canales de televisión abierta, e ir por plataformas alternas en prensa escrita e internet. De acuerdo con cercanos a Slim, se ahorraron unos 150 millones de pesos ese año y aumentaron sus ventas en 8%. En cambio, las utilidades de Televisa cayeron 6%, según reportó a sus accionistas.
La segunda confrontación abierta se ha dado con la irrupción de Slim en el futbol. La Liga Mexicana de Futbol es considerada como un selecto club de propietarios donde Televisa, como la principal cadena de televisión que transmite los partidos, es la fuerza dominante. Es un negocio donde cuesta mucho trabajo entrar y, en casos no inusuales, se llega a intimidar a potenciales nuevos dueños con la posibilidad que su inversión termine rápidamente en las categorías inferiores. En una nueva estrategia, Slim utilizó su liquidez para comprar equipos. Empezó con el 30% del Pachuca, luego adquirió el León y finalmente compró a Estudiantes Tecos, que pertenecían a la Universidad Autónoma de Guadalajara. Al mismo tiempo firmó contratos con Fox Sports —a cuya división latinoamericana le compra 200 millones de dólares anuales de publicidad— para que los transmitiera en toda la región, incluido México, y con Telemundo, propiedad de la NBC, para transmitirlos en Estados Unidos.
Meter el pie en el futbol era en sí mismo un desafío abierto ante Televisa, y en enero pasado dio otro paso al comprar la unidad de medios de Corporación Interamericana de Entretenimiento. Esta unidad vende publicidad exterior, incluida la que se coloca alrededor de las canchas de futbol. El último golpe en el campo del deporte lo dio el jueves pasado, al anunciar que había adquirido los derechos de transmisión en todas las plataformas de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, Rusia, en febrero de 2014, y de los Juegos Olímpicos de Verano en Río de Janeiro en agosto de 2016. Las televisoras mexicanas suelen ignorar los juegos invernales, pero se disputan los de verano. Ahora, para poder transmitirlos, tendrán que negociar con Carso el pago de derechos, en una especie de justicia poética frente a aquellos años idos cuando todas las transmisiones de Olimpiadas y mundiales de futbol eran controladas por la Organización de la Televisión Iberoamericana, encabezada por Guillermo Cañedo, uno de los hombres más cercanos a Emilio Azcárraga Milmo.
No sería descabellado pensar que Slim tiene la mente puesta en la transmisión de televisión bajo demanda en los dispositivos móviles, además de poder dárselos a su propio canal de televisión. La pregunta es si lo tendrá. La nueva Ley de Telecomunicaciones, que falta por aprobarse en el Senado y en 16 congresos locales más uno para que sea promulgada, abre la posibilidad de que licite por una de las dos nuevas cadenas nacionales que se abrirán, para lo cual tendrá que desagregar a Telmex, que controla el 80% de la telefonía fija en el país, y Telcel, que tiene siete de cada 10 celulares en el mercado mexicano, y quedarse con un 50% máximo del mercado de telefonía. De otra forma, no podrá siquiera entrar en el concurso. Hay quienes dudan que Slim quiera dejar el control de ese mercado, al considerarlo un hombre de negocios químicamente puro. Pero no hay que apostar que así será.
Ciertamente, el negocio de las telecomunicaciones lo tiene colocado como la persona más rica del mundo, en alguna buena parte porque sólo de la interconexión telefónica, que hoy en día sólo él puede dar, gana unos siete mil millones de dólares al año. En la lista de multimillonarios de Forbes, el salto en la riqueza de Slim de 2012 a 2013 fue equivalente a la riqueza total de Azcárraga. Sus telefónicas en México y América Móvil lo tienen ubicado como el cuarto operador mundial con 170 millones de suscriptores en México y Latinoamérica. Una muy buena parte de su ingreso en telefonía viene de América Móvil, cuyo ebita lo colocaría al nivel de ganancia de cualquier empresa de teléfonos en México aún si Telmex y Telcel no ganaran ni un peso al año.
No obstante, la política no le es refractaria. En los últimos tiempos, de acuerdo con fuentes de la industria, Slim pagó a sobreprecio y por adelantado, publicidad en periódicos a tres y cinco años, y no ha querido deshacerse de su paquete de 8% de acciones de The New York Times, que le dio una utilidad en un año de 16%, cuando entró a su rescate financiero. Además, participó en otras operaciones de financiamientos puente a empresas periodísticas, como El País, el diario de referencia en castellano. Para quien siempre había dicho no estar interesado en prensa escrita, o en incursionar en medios de comunicación como negocio, las señales que ha enviado son totalmente contrarias. Su locomotora está humeante y lista para arrancar a toda velocidad, pero para poder competir, se tiene que reducir. Podrá tener grandes segmentos del mercado, pero no más un monopolio. Ahí está su disyuntiva, y no tendrá que pasar mucho tiempo para saber cuál es el camino que escogió.