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La “credibilidad” de Estados Unidos

Durante la primera administración de Trump y mucho más claramente en la era de Biden, era ya patente el deterioro del liderazgo de esa nación en muchos sentidos

Trump apuesta supuestamente a los aranceles, las deportaciones masivas y una guerra contra lo que llama, por decreto, narcoterrorismo.

Trump apuesta supuestamente a los aranceles, las deportaciones masivas y una guerra contra lo que llama, por decreto, narcoterrorismo. Crédito: van Vucci | AP

Estados Unidos “no es lo que era antes”. Muchos ven ahora a este país como un imperio en franco declive. El presidente y sus principales liderazgos han perdido credibilidad. El problema no parece ser Trump; sin embargo, las actitudes del mandatario y su gabinete son ciertamente un síntoma inequívoco de todo lo que está mal en lo que fuera alguna vez una potencia hegemónica. Durante la primera administración de Trump y mucho más claramente en la era de Biden, era ya patente el deterioro del liderazgo de esa nación en muchos sentidos. En un régimen presidencial, el deterioro de la cabeza del ejecutivo dice demasiado. Y todo ello es parte de un proceso largo, de errores básicos y prolongados que terminaron con lo que muchos consideraron el “sueño americano”. Trump llegó al poder y parece que olvidó la diplomacia, faltándole al respeto a gran parte de su sociedad, a otras sociedades y a sus aliados más cercanos. Por su parte, Joe Biden fue el reflejo de incapacidad absoluta—física y mental—para mantener el liderazgo. Después de Biden, repite en el cargo un expresidente que fue, para muchos, un gran desastre para la estabilidad de su país y de todo el continente.

Estados Unidos se encuentra ahora mismo profundamente dividido y roto desde dentro. Así, será incapaz de gobernarse a sí mismo, condición necesaria para guiar a nivel global cualquier proceso que haga sentido. El poder en el mundo se impone con organización y estrategia, pero para imponerlas, el orden debería comenzar desde dentro. Trump ha demostrado que no gobierna para “América”, es decir, no gobierna para su gente, sino al parecer lo hace para favorecer los intereses de otro Estado y de un pequeño grupo de oligarcas que le indican lo que debe hacerse sin importar mucho lo que necesita el pueblo estadounidense. Así, entre guerras culturales, desigualdad extrema, una crisis de adicciones mal diagnosticada, graves problemas sociales, decisiones esquizofrénicas en materia de política interna y exterior y la imposibilidad para llegar a un acuerdo básico para operar el gobierno, se sigue desmoronando lo que un día fue un imperio.

Trump dice luchar por mantener la “ley y el orden”, cuando todo lo que hace parece demostrar lo contrario. Se violan leyes y acuerdos y se violan también flagrantemente derechos civiles y derechos humanos—dentro y fuera de ese país. Además, se concentra cada vez más el poder y el ingreso en unos cuantos empresarios. La comunicación social del ejecutivo parece basarse en falacias y en datos o juicios que no pueden comprobarse. Una y otra vez se le falta al respeto a otros líderes y a otros pueblos, incluyendo a los aliados de siempre y a los principales socios comerciales de Estados Unidos (como México). La soberbia y la sinrazón guían decisiones clave de política interna estadounidense y de política exterior. Los resultados de estas acciones no parecen conducir a “hacer a América grande otra vez”, como lo viene prometiendo el presidente.

Trump apuesta supuestamente a los aranceles, las deportaciones masivas y una guerra contra lo que llama, por decreto, narcoterrorismo—sin que sepamos bien a qué se refiere, ni para qué la quiere. El uso esquizofrénico del aparato militar, sin un diagnóstico correcto y sin un plan racional, podría ser devastador para una nación que vive de la guerra. Trump busca enemigos externos y les declara la guerra—dentro y fuera de su país. Ahora mismo, los carteles mexicanos, el Tren de Aragua, los “narcoterroristas” venezolanos y los migrantes mexicanos parecen ser los principales enemigos de Trump, quien los señala como los enemigos de Estados Unidos. Desafortunadamente, el verdadero enemigo de ese país parece estar en otra parte, en el corazón de esa nación.

Estados Unidos hoy, en la segunda era de Trump, ya no es la potencia hegemónica que era antes; se puede ver en su infraestructura, en su tejido social, en su burocracia y principalmente en la debilidad física y moral de sus liderazgos. Las amenazas soberbias no cumplidas, la falta de respeto hacia otras naciones y otros pueblos del mundo, así como la ausencia de pruebas para justificar el gasto en defensa, nos demuestran el declive de una nación que fuera antes muy poderosa. Además, parecen ser señales inequívocas de un imperio en decadencia. Estados Unidos, en todas las áreas, ha perdido credibilidad y con Trump el declive se manifiesta en caída libre.

(*) La Dra. Guadalupe Correa-Cabrera es profesora de la Escuela Schar de Política y Gobierno en la Universidad George Mason. 

Los textos publicados en esta sección son responsabilidad única de los autores, por lo que La Opinión no asume responsabilidad sobre los mismos.

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